José Cárdenas
¡Viva México, a secas!
La Ciudad de México muere de sed. El acueducto del Cutzamala, que le surte 26% del agua, está seco.
La gran Tenochtitlán se bebe cada día tres mil 500 millones de litros de agua. Es un caudal similar a lo que vierten, varios días, las cataratas del Niágara. Con esa cantidad del “preciado líquido” se podría llenar en un año la presa de Asuán, una de las más grandes del mundo.
La condición hidráulica de la “Ciudad en Movimiento” no podría ser peor. Con pocos días de diferencia, el DF pasa, de ahogarse por la lluvia, a la sed insaciable.
La última del Cutzamala evidencia que el Valle de México requiere impostergables inversiones hidráulicas.
Urge remediar el absurdo: la milésima parte del territorio no soporta 35% de la actividad nacional.
Los chilangos vivimos en la punta de un alfiler, solía decir el profesor Carlos Hank.
El gobierno de Marcelo Ebrard arrancó con una amenaza: quitarle agua a las delegaciones ricas, para llevarla a las más pobres. Sobre todo a Iztapalapa.
De la lucha de clases, a la lucha del agua.
Pero de la demagogia pasamos a la realidad. El racionamiento resulta inevitable. Ya no es un tema de justicia sino de inviabilidad. El Cutzamala, como el chorrito, era grandote y se hizo chiquito.
Por ejemplo, El Soho de La Condesa pide un vaso de agua. Pero una pipa de ocho mil litros cuesta mil 200 pesos. Lo bueno es que el DF las ofrece gratis. Lo malo, es que 2.5 millones de capitalinos estamos en lista de espera.
¿Cómo es que llegamos a esta situación?
Dejemos de lado la falta de planeación, los crímenes ecológicos, la voracidad de constructores y fraccionadores. Tenemos sed por las albercas de Semana Santa, las pistas de hielo en invierno y los edificios con piscina en el penthouse.
El Cutzamala ya no aguanta. Costó mil 300 millones de dólares en los setenta. Funciona a 47% de su capacidad. Tiene sed de otros cinco mil millones de dólares.
También estamos secos por nuestra irresponsabilidad. Con el agua que desperdiciamos se podría electrificar un año a la ciudad de Milán.
No hemos construido drenajes de lluvia. Dejamos evaporar mil 500 kilómetros cúbicos de agua. Con ese desperdicio llenaríamos una alberca de un kilómetro de profundidad, del tamaño de todo el Distrito Federal.
¿El problema tiene solución? ¿O será que hemos empezado a leer el prólogo del caos?
Sin afán de escandalizar: la gota se agota.
Por cierto, felices Fiestas Patrias.
MONJE LOCO. La desocupación del Zócalo por las huestes de Martín Esparza se comenta como una gesta heroica. Algunos cronistas exagerados hasta comparan la liberación de la plaza con la terminación del sitio de Cuautla, en 1812, o el fin del cerco de Leningrado, luego de 900 días de asedio nazi, en 1944. ¿La liberación del Zócalo es otro síntoma de debilidad institucional? Nadie sabe, nadie supo.
¡Viva México, a secas!
La Ciudad de México muere de sed. El acueducto del Cutzamala, que le surte 26% del agua, está seco.
La gran Tenochtitlán se bebe cada día tres mil 500 millones de litros de agua. Es un caudal similar a lo que vierten, varios días, las cataratas del Niágara. Con esa cantidad del “preciado líquido” se podría llenar en un año la presa de Asuán, una de las más grandes del mundo.
La condición hidráulica de la “Ciudad en Movimiento” no podría ser peor. Con pocos días de diferencia, el DF pasa, de ahogarse por la lluvia, a la sed insaciable.
La última del Cutzamala evidencia que el Valle de México requiere impostergables inversiones hidráulicas.
Urge remediar el absurdo: la milésima parte del territorio no soporta 35% de la actividad nacional.
Los chilangos vivimos en la punta de un alfiler, solía decir el profesor Carlos Hank.
El gobierno de Marcelo Ebrard arrancó con una amenaza: quitarle agua a las delegaciones ricas, para llevarla a las más pobres. Sobre todo a Iztapalapa.
De la lucha de clases, a la lucha del agua.
Pero de la demagogia pasamos a la realidad. El racionamiento resulta inevitable. Ya no es un tema de justicia sino de inviabilidad. El Cutzamala, como el chorrito, era grandote y se hizo chiquito.
Por ejemplo, El Soho de La Condesa pide un vaso de agua. Pero una pipa de ocho mil litros cuesta mil 200 pesos. Lo bueno es que el DF las ofrece gratis. Lo malo, es que 2.5 millones de capitalinos estamos en lista de espera.
¿Cómo es que llegamos a esta situación?
Dejemos de lado la falta de planeación, los crímenes ecológicos, la voracidad de constructores y fraccionadores. Tenemos sed por las albercas de Semana Santa, las pistas de hielo en invierno y los edificios con piscina en el penthouse.
El Cutzamala ya no aguanta. Costó mil 300 millones de dólares en los setenta. Funciona a 47% de su capacidad. Tiene sed de otros cinco mil millones de dólares.
También estamos secos por nuestra irresponsabilidad. Con el agua que desperdiciamos se podría electrificar un año a la ciudad de Milán.
No hemos construido drenajes de lluvia. Dejamos evaporar mil 500 kilómetros cúbicos de agua. Con ese desperdicio llenaríamos una alberca de un kilómetro de profundidad, del tamaño de todo el Distrito Federal.
¿El problema tiene solución? ¿O será que hemos empezado a leer el prólogo del caos?
Sin afán de escandalizar: la gota se agota.
Por cierto, felices Fiestas Patrias.
MONJE LOCO. La desocupación del Zócalo por las huestes de Martín Esparza se comenta como una gesta heroica. Algunos cronistas exagerados hasta comparan la liberación de la plaza con la terminación del sitio de Cuautla, en 1812, o el fin del cerco de Leningrado, luego de 900 días de asedio nazi, en 1944. ¿La liberación del Zócalo es otro síntoma de debilidad institucional? Nadie sabe, nadie supo.
Comentarios