Justicia inexistente

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Quienes disfrutan de los desafíos y compensaciones del poder modificaron su comportamiento: por excepción, dejaron de mentir. ¡Claro que el presidente Calderón dijo la verdad cuando avisó de su guerra al narco!, sólo que no la dijo completa, porque no ha quedado establecido quién abrió las puertas a los barones de la droga de manera tan amplia como él las encontró en diciembre de 2006.

Juan Silva Meza, factótum del Poder Judicial de la Federación, pronto se dio cuenta de los inconvenientes de decir la verdad, dio marcha atrás en su reclamo al titular del Ejecutivo, apenas hace una semana, para dejar claro que uno de los Poderes de la Unión no debe estar sobre los otros. Quiere vivir en paz.

Mientras se discute quién manda realmente en el país, cuando a todas luces nadie parece hacerlo, una nota de La Jornada nos recuerda que María Elena Guerrero, ex empleada de la Comisión Federal de Electricidad que descubrió y denunció un fraude en contra del patrimonio de los contribuyentes, cumplió 50 meses en prisión. A la fecha espera sentencia en un juicio que ha ido y venido por los escritorios del sistema de justicia. No quedan claras las razones por las cuales quien denuncia está encarcelado, mientras que los que se llevaron el dinero gozan de libertad.

Lo anterior viene a cuento porque la realidad de la noticia periodística, de las declaraciones de los políticos, de la lucha por el poder, se entrelaza con la ficción de Los enamoramientos, última terrible y magnífica novela de Javier Marías, que lo mismo abre los ojos al lector sobre la sumisión del amor, lo inesperada que puede ser la muerte y las distintas maneras de encontrarla, hasta lo molesto, improcedente e incluso catastrófico que puede resultar que la muerte física no sea definitiva, una vez que la muerte legal ha sido declarada.

Pero quizá lo que desbasta la consciencia del lector es la persistencia de Javier Marías por demostrar que en materia de procuración y administración de justicia todo permanece igual desde que el mundo se dio leyes y jueces. Nada cambiará porque el ser humano es fiel a él mismo.

Piensa, dice, uno de los personajes de Los enamoramientos: “Ya no estamos en aquellos tiempos en que todo debía juzgarse o por lo menos saberse; hoy son incontables los crímenes que jamás se resuelven no se castigan porque se ignora quién los puede cometer -son tantos que no hay suficientes ojos para mirar en derredor- y rara vez se encuentra a alguien a quien sentar en un banquillo con un poco de verosimilitud: atentados terroristas, asesinatos de mujeres en Guatemala o en Ciudad Juárez, ajustes de cuentas entre traficantes, matanzas indiscriminadas en África, bombardeos sobre civiles por parte de esos aviones nuestros sin piloto y por tanto sin rostro… Son aún más incontables aquellos de los que nadie se ocupa y que ni siquiera son investigados, se ve como tarea ilusa y se archivan nada más suceder; y todavía más los que no dejan rastro, los que no están registrados, los jamás descubiertos, los desconocidos. De todas estas clases los hubo siempre sin duda, y quizá durante muchos siglos sólo fueron castigados los cometidos por vasallos y pobres y desheredados y quedaron impunes -salvo excepciones- los de los poderosos y ricos, por hablar en términos vagos y superficiales. Pero había un simulacro de justicia, y al menos de puertas afuera, al menos en la teoría, se fingía perseguirlos todos y en ocasiones se intentaba, y se sentía como ‘pendiente’ lo que aún no estaba aclarado, y ahora en cambio no es así: de demasiadas cosas se sabe que no se pueden aclarar, y quizá tampoco se quiere, o se considera que no valen la pena el esfuerzo ni los días ni el riesgo…”

¿Cómo puede azorarnos, entonces, lo que sucede en esta nación? No hay lamento que valga. Lydia Cacho ofreció las pruebas para castigar “al demonio del Edén”, pero fue incapaz de presentar pruebas y lograr el castigo del abuso de poder de Mario Marín; los desdichados padres de los niños fallecidos en la guardería ABC de Hermosillo, Sonora, cargarán con el dolor de saber que fueron burlados en cuanto a administración de justicia se refiere, como de igual manera lo harán los deudos de los muertos en Acteal, de los magreados en Atenco, de los quemados en el Casino Royale.

¿Quién puede lamentarse de que María Elena Guerrero Escamilla, ex cajera de la Comisión Federal de Electricidad, que en 2007 denunció un fraude contra el patrimonio de la empresa por 308 millones de pesos, realizado a través de transferencias electrónicas desde las cuentas bancarias de la empresa con el banco HSBC, permanezca en la cárcel como indiciada y sin sentencia?

Su caso se encuentra en el Cuarto Tribunal Colegiado, a cargo de la magistrada Elvia Díaz de León D’Hers. Ella decidirá, después de tantos meses, si es del fuero común o federal, pero mientras tanto la denunciante permanece encerrada.

Mientras María Elena languidece en una cárcel, durante la ceremonia para conmemorar el Día Internacional de la Democracia en Los Pinos, el ministro Juan Silva Meza resaltó que las instituciones pueden y deben disentir, pero tener claro que antes que nada está el interés de la Nación. “Ningún poder por encima del otro, los tres por debajo y al amparo de la Constitución”, expresó, sin siquiera inmutarse por el recuerdo de Álvaro Tovilla León, quien aparentemente fue solapado por la Contraloría Interna del Consejo de la Judicatura Federal, pues los consejeros y su presidente únicamente reaccionaron cuando el SAT avisó que algo ocurría con el titular del Juzgado Noveno de Distrito en Materia Administrativa.

Tiene razón Javier Marías cuando pone en el cerebro y labios de su personaje: “En cambio los crímenes de la vida civil sí que dan escalofríos, dan pavor… Lo peor es que tantos individuos dispares de cualquier época y país, cada uno por su cuenta y riesgo, cada uno con su pensamiento y fines particulares e intransferibles, coincidan en tomar las mismas medidas de robo, estafa, asesinato o traición… Contra aquellos a los que probablemente más quisieron alguna vez”.

No son coincidencias, es una manera de ser que corresponde a un vacío en procuración y administración de justicia.

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