Indignados con razón

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

¿Tiene algún sentido la protesta de los indignados? ¿Obtendrán algún cambio de comportamiento por parte de las autoridades e impulsarán la transformación del modelo económico? ¿Es tan vacía esta protesta como resultó la del 68 que, como hoy atestiguamos, siempre deja a los jóvenes en el mismo lugar? ¿El hecho de que se manifiesten lo mismo en Asia, que Europa y América -en las calles de Wall Street- debe hacernos reflexionar?

Me resulta difícil comprender la actitud de los indignados, porque casi toda mi vida se ha desarrollado en una nación donde la impostura es norma e importa más el parecer que el ser, donde elegirán a su próximo presidente por la imagen y no por los conocimientos y las capacidades para resolver problemas de suyo irresolubles, porque prefieren convivir con lo bonito que con lo necesario. Nadie gusta de las respuestas ni las acciones cuando ambas entrañan la corresponsabilidad. ¿Sucede lo mismo con los países donde los gobernantes se niegan a escuchar a los indignados?

No hay un cauce ideológico que defina e identifique los movimientos del 68, que ocurrieron en muchos países pero no fueron capaces de dejar un registro histórico e ideológico que permitiese continuar en la cura de ese malestar social que sólo encontró como respuesta protestar, y además hacerlo de manera violenta.

Hoy la insatisfacción de los indignados además de social y económica, parece esbozar una propuesta ideológica, lo que de ser cierto daría, a esos inquietos manifestantes, las características de un movimiento incipiente, sí, pero con alcances impredecibles, pues el origen de ese comportamiento coincide con el malestar de las naciones árabes y del mundo: el costo anímico, cultural y social de la globalización en la civilización de Occidente.

Todo indica que las ideas catalizadoras de este malestar, esta inquietud que puede convertirse en movimiento, proceden de la lectura de un libro de 32 páginas titulado ¡Indígnate!, escrito por Stéphane Hessel, a quien Diana Fernández Irusta, de La Nación, entrevistó. Así es el gurú de los indignados: tiene 94 años, es ex diplomático y antiguo integrante de las Fuerzas Francesas Libres del general De Gaulle; “hubo poesía para él antes, después y muy especialmente durante la que para él debió ser la más negra de las noches de esa larga pesadilla llamada Segunda Guerra Mundial: su reclusión en los campos de Buchenwald y Dora. En esas barracas, mientras recitaba para sí, empecinadamente, los poemas de Poe, Shakespeare y Borchardt que su madre le había enseñado de pequeño, un muy joven Hessel encontraba la fuerza necesaria para seguir creyendo que la dignidad y la belleza también pueden ser reliquias humanas”.

De la entrevista se destaca lo siguiente:

-¿Cuál es su postura frente al movimiento de los indignados españoles?

-Me interesa, aunque no me siento responsable. No me corresponde juzgar si los jóvenes españoles van por el camino correcto o no; ése es su tema -se explaya-. Lo único que sí puedo decir es que si son lo suficientemente fuertes como para comprometerse además de indignarse, podrán construir una nueva España, del mismo modo que se está construyen un nuevo Túnez, un nuevo Egipto y, quizá mañana, una nueva Siria.

-¿Cómo supone que se pueda organizar un movimiento de este tipo?

-Debemos tomar el liderazgo de la primavera árabe, creando un gran movimiento de ciudadanos, jóvenes y no tanto, que han decidido tomar la cuestión de cómo ser gobernados. En el caso de Egipto o Túnez, no les gusta como han sido gobernados hasta ahora, no quieren más tiranías, quieren mayor participación. Se pueden fundar grupos de ciudadanos que ejerzan presión sobre los gobiernos, que les digan: No sean tímidos con los poderes económico-financieros. Porque el problema es que las fuerzas financieras nos están diciendo qué hacer. Contra esto debemos construir una fuerza combativa, compuesta de ciudadanos como usted y yo, que entiendan que no hay razón para que los gobiernos permanezcan presos de los poderes financieros.

-¿Nunca dudó acerca de la bondad de la humanidad?

-Supe que los seres humanos pueden ser terribles cuando estuve en los campos de concentración. Allí conocí gente embrutecida por el sistema. Personas que podrían haber sido seres humanos gentiles y agradables, pero a los que el sistema había convertido en bestias. El ser humano no está a salvo en su bondad. Sé que cualquiera puede ser tentado por la violencia y la brutalidad, pero también sé que siempre puede ser atraído por la bondad, el respeto a los otros, el amor, la amistad. Ambas cosas existen en él. La pregunta siempre es: ¿cuál de esos dos polos será más fuerte?

-¿Qué lugar ocupa la escritura poética en su vida actual?

-Sabes que ha tenido un lugar muy importante en mi vida, en los momentos más difíciles, en la guerra, en prisión… Ser capaz de recordar y recitar un largo poema era un enorme alivio. Considero que un joven de hoy que se sumerge en un poema, se ubica más allá de lo cotidiano. La poesía es lo más alto, lo más creativo que puede crear lo humano; pertenece al modo en que los hombres usan su cerebro para crear universos espirituales y no sólo cosas materiales. Remite a los sentimientos profundos que te convierten en un verdadero ser humano.

Para ofrecer a sus lectores una imagen completa del entrevistado y nonagenario autor de ¡Indígnate!, la reportera que hizo la entrevista aporta la siguiente semblanza biográfica. Ésta nos da la medida de su percepción del mundo y su interés por esforzarse en promover un cambio de actitud, que es mucho.

La libertad, el culto a la lectura y el desafío a los convencionalismos impregnaron la infancia de Hessel. Helen Grund, su madre, y Franz Hessel, su padre, protagonizaron durante varios años un triángulo amoroso con el escritor Henri-Pierre Roché, quien inmortalizó estas vivencias en la novela autobiográfica Jules y Jim. A principios de los años 60, el director François Truffaut filmó la película homónima, en la cual nada menos que la bella Jeanne Moreau interpretó a Catherine (nombre ficcional de Helen), la mujer cuyo amor compartían dos amigos, Jules (Franz en la vida real) y Jim (Henri-Pierre).

Hessel, cuyos primeros años de vida transcurrieron en medio de una particular familia con una madre y dos padres, afirmó mucho después, en una entrevista televisiva, que su madre siempre se había sentido muy complacida por la interpretación que Moreau hizo de su vida.

Alrededor de 1924, quizá impulsados por el episodio vivido con Roché (como sugiere el mismo Stéphane en el libro Ô ma mémoire. La poésie, ma nécessité), Helen y Franz se instalaron en París. Con sólo siete años, su hijo accedió a lo más refinado de la cultura de entreguerras, frecuentando figuras como el artista Marcel Duchamp y el filósofo Walter Benjamin.

Todavía no circula en México este texto. Con lo que acá sucede, es muy posible que la casa editorial que decida traerlo, venda tantos o más ejemplares que en su momento vendió fuera de China el Libro rojo de Mao, hoy texto olvidado, como olvidada está la idea de una revolución, o mandada al cuarto de los trebejos la ideología de la Revolución mexicana.

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