jueves, septiembre 15, 2011

Heroínas: La güera Rodriguez y Luisa Martínez

Otto Schober / La Línea del Tiempo

Sin la osadía y arrojo de mujeres dispuestas a sacrificarse en defensa de la libertad, y sin su intervención, no hubiese sido lo mismo la guerra de independencia. Los ejemplos más conocidos son mujeres de la talla de Josefa Ortiz de Domínguez, Leona Vicario o Gertrudis Bocanegra.

Ellas al igual que otras mujeres arriesgaron valientemente su vida por la causa; un buen número se encuentra en el anonimato y algunas quedan en el recuerdo. Por ejemplo: María Ignacia Rodríguez apodada “la Güera Rodríguez”, mujer decidida, irreverente y rebelde, se divorció de su marido quien salvajemente la golpeaba, que a pesar de ser una mujer golpeada salvajemente por su primer marido, casó dos veces más procreando siete hijos.

Fue una mujer famosa en la Ciudad de México por su hermosura y su manera de hablar, rápida e ingeniosa.

Aprovechando que entraba en los salones más elegantes, mandaba noticias o las estrategias que iba a hacer el ejército realista. Fascinó a hombres como el Barón de Humbolt, Simón Bolívar e Iturbide. Hablaba a favor de los insurgentes en las grandes fiestas, que llegó a oídos del Santo Oficio, quienes la citaron.
Ese día se vistió mejor que nunca, se enjoyó y perfumó. Cuentan que cuando llegó a la sala donde se encontraban los obispos que la iban a interrogar, entró con garbo y donaire y como no le ofrecieron sentarse, ella lo hizo con desparpajo y con coquetería, se arregló los pliegues de la falda y con suma delicadeza se compuso sus bucles rubios; mirándolos con inocencia y sensualidad les preguntó que para qué se le necesitaba.

Hombres recios, fuertes, por menos que eso se encogían ante estos hombres todos vestidos de morado con bonetes altos y miradas torvas y siniestras, en una sala media oscura y donde se sabía que el que entraba no salía.

Ella juguetonamente los saludó y cuando leyeron sus supuestos crímenes, con su desparpajo acostumbrado les dijo a cada uno de ellos sus secretos mejor guardados y dónde se veía con sus amantes, incluso a uno de ellos le reclamó que la cortejara apasionadamente. Así como entró salió con dignidad y orgullo.

El Santo Oficio jamás volvió a molestarla. Otro ejemplo es el de Luisa Martínez, esposa de un guerrillero apodado “el Jaranero”.

Estuvo junto a su marido peleando, hasta que en Erongarícuaro (Michoacán) perdieron la batalla y junto con los hombres fue hecha prisionera. En el cementerio del pueblo los fusilaron.

Cuando le tocó su turno gritó: “Como mexicana tengo el derecho de defender a mi patria”. Desplomándose abatida luego por las balas. (Tomado del Diario de Jalapa, publicado el 13 de septiembre de 2007)

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