Martha Anaya / Crónica de Política
En una ocasión le pregunté a Miguel de la Madrid:
-¿Hay alguien más poderoso que el Presidente de la República?
Estaba por concluir su sexenio (1988) cuando sostuvimos esa conversación y nos referíamos al poder que acumulaban y ejercían los mandatarios mexicanos en nuestro país.
De la Madrid no pensó mucho la respuesta y contestó con una sola frase:
-Sí, la realidad.
Supongo que si le hubiera planteado la misma pregunta al inicio de su gobierno, otra hubiera sido la respuesta. Seguramente más animada, quizás envuelta en alguna expresión democrática, pero ésta hubiera ofrecido de algún modo la idea de que el Presidente de la República tiene suficiente poder como para cambiar algunas cosas.
Pero la pregunta caía en el ocaso de su gobierno, a escasos días de la entrega de la banda presidencial a su sucesor. Momentos en los que se van hacen en su soledad, para ellos mismos, un repaso de sus acciones y de lo que les faltó por hacer.
La respuesta, lacónica e intensa a la vez, de Miguel de la Madrid decía e implicaba mucho más de lo que entonces suponíamos.
Pero quedémonos con su sola respuesta: La realidad. La realidad es más poderosa que el presidente de la República.
Pienso en ella tras escuchar los auto elogiosos mensajes de Felipe Calderón con motivo de su quinto informe de gobierno; cuando leo las argumentaciones del vocero de seguridad, Alejandro Poiré explicándonos por qué estamos equivocados en nuestra visión sobre la estrategia de la lucha contra el crimen; cuando Ernesto Cordero nos habla de lo bien que va la economía y de todo lo que podemos hacer con seis mil pesos.
La realidad nos dice otra cosa.
Lo mismo me ocurre cuando escucho a Beatriz Paredes o a Humberto Moreira hablar del nuevo PRI y nos encontramos las actitudes de siempre, de décadas atrás, algunas incluso que habían superadas a finales del siglo pasado; cuando Enrique Peña Nieto, Manlio Fabio Beltrones, Francisco Rojas y Emilio Gamboa presumen unidad y las patadas por debajo de la mesa hacen saltar posibilidades de acuerdos y reformas.
La realidad se empeña en desmentirlos.
Y otro tanto me pasa al seguir los pasos y mensajes de Andrés Manuel López Obrador y de Marcelo Ebrard en su funambulesco camino hacia la candidatura presidencial por las “izquierdas”, mientras las casas encuestadoras juegan su propio juego; o cuando Manuel Camacho intenta hacer las veces de árbitro imparcial.
La realidad, como siempre, se vuelve a imponer. Así sea tarde, cuando para reconocerla haya que volver la vista atrás.
En una ocasión le pregunté a Miguel de la Madrid:
-¿Hay alguien más poderoso que el Presidente de la República?
Estaba por concluir su sexenio (1988) cuando sostuvimos esa conversación y nos referíamos al poder que acumulaban y ejercían los mandatarios mexicanos en nuestro país.
De la Madrid no pensó mucho la respuesta y contestó con una sola frase:
-Sí, la realidad.
Supongo que si le hubiera planteado la misma pregunta al inicio de su gobierno, otra hubiera sido la respuesta. Seguramente más animada, quizás envuelta en alguna expresión democrática, pero ésta hubiera ofrecido de algún modo la idea de que el Presidente de la República tiene suficiente poder como para cambiar algunas cosas.
Pero la pregunta caía en el ocaso de su gobierno, a escasos días de la entrega de la banda presidencial a su sucesor. Momentos en los que se van hacen en su soledad, para ellos mismos, un repaso de sus acciones y de lo que les faltó por hacer.
La respuesta, lacónica e intensa a la vez, de Miguel de la Madrid decía e implicaba mucho más de lo que entonces suponíamos.
Pero quedémonos con su sola respuesta: La realidad. La realidad es más poderosa que el presidente de la República.
Pienso en ella tras escuchar los auto elogiosos mensajes de Felipe Calderón con motivo de su quinto informe de gobierno; cuando leo las argumentaciones del vocero de seguridad, Alejandro Poiré explicándonos por qué estamos equivocados en nuestra visión sobre la estrategia de la lucha contra el crimen; cuando Ernesto Cordero nos habla de lo bien que va la economía y de todo lo que podemos hacer con seis mil pesos.
La realidad nos dice otra cosa.
Lo mismo me ocurre cuando escucho a Beatriz Paredes o a Humberto Moreira hablar del nuevo PRI y nos encontramos las actitudes de siempre, de décadas atrás, algunas incluso que habían superadas a finales del siglo pasado; cuando Enrique Peña Nieto, Manlio Fabio Beltrones, Francisco Rojas y Emilio Gamboa presumen unidad y las patadas por debajo de la mesa hacen saltar posibilidades de acuerdos y reformas.
La realidad se empeña en desmentirlos.
Y otro tanto me pasa al seguir los pasos y mensajes de Andrés Manuel López Obrador y de Marcelo Ebrard en su funambulesco camino hacia la candidatura presidencial por las “izquierdas”, mientras las casas encuestadoras juegan su propio juego; o cuando Manuel Camacho intenta hacer las veces de árbitro imparcial.
La realidad, como siempre, se vuelve a imponer. Así sea tarde, cuando para reconocerla haya que volver la vista atrás.
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