Jorge Fernández Menéndez
El PAN cumplió 72 años en un momento clave de su historia. Está, luego de 11 años en el poder, en la encrucijada de decidir cómo actuará ante la sucesión presidencial, cómo se configurará como partido, con problemas internos evidentes derivados de su crecimiento en los últimos años y, también, con el desafío que constituye la posibilidad real de tener que entregar el gobierno el primero de diciembre del 2012. Para todo eso se debe preparar desde ahora: desde la opción de continuar en Los Pinos ofreciendo continuidad sin que signifique continuismo, hasta la de tener que definir cómo regresará a la oposición.
Lo que está sucediendo en Monterrey con el alcalde Fernando Larrazábal es una demostración palpable de lo que el PAN no puede permitir. El Alcalde fue presionado públicamente por la dirigencia del PAN para que solicitara licencia mientras concluía la investigación iniciada en su contra, en contra de su hermano Jonás y de funcionarios del municipio por casos de corrupción relacionados con casas de juego. Larrazábal simplemente ignoró a la dirigencia de su partido, e incluso a los precandidatos presidenciales y se quedó en el cargo. Y ahí sigue. Está defendiendo su posición pero mientras tanto mostró como débiles tanto al partido como al propio Gobierno e incluso prácticamente abortó la campaña que el PAN estaba realizando en contra del gobernador Rodrigo Medina.
Lo que resulta increíble es que después de 11 años en el poder el panismo no cuente con instrumentos como para poner orden en una de sus plazas políticas más importantes y que tampoco exista la sincronía entre el propio partido y el Gobierno federal como para hacerlo. Es verdad que el presidente Calderón dijo hace unas semanas que él no tenía poder como para quitar ni a un policía municipal pero eso debería verse como una suerte de anécdota política, no como una realidad. Las posibilidades políticas de un presidente en la actualidad, comparados con las del pasado, evidentemente son menores, pero legalmente mantienen las mismas atribuciones y sus capacidades de operaciones, más aún en un caso como el que estamos tratando, son muy altas.
Algo sucede que el PAN y el Ejecutivo no han podido compaginarse en esa lógica de partido en el poder. No lo pudo hacer Vicente Fox y se lo atribuyó a su desconocimiento del propio partido. Pero nadie conoce las entrañas y las lógicas del PAN mejor que Felipe Calderón y esa relación tampoco se ha podido conjugar eficientemente: el presidente del PAN en la elección del 2006, Manuel Espino, ha terminado expulsado del PAN; su sucesor, Germán Martínez, tuvo que dejar de forma apresurada el cargo luego de las derrotas electorales del 2009 (mal procesadas por el propio panismo, actuando más como partido de oposición que en el poder); le siguió César Nava que siguiendo la línea de las alianzas con el PRD logró tres triunfos importantes en Oaxaca, Puebla y Sinaloa, pero se vio enfrentado con el entonces secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont y al final aislado políticamente. Llegó Gustavo Madero, luego de una dura lucha interna donde todo indicaba que el favorito de la presidencia para alcanzar esa posición era el ahora secretario particular del presidente Calderón, Roberto Gil. Y lo sucedido en estos meses demuestra, como ocurrió en los comicios del Estado de México, o como ocurre en el proceso interno para la selección de candidato presidencial, que sigue privando la confusión interna.
Quienes creen que el PAN no tiene ya posibilidades para el 2012 se equivocan. Primero, porque falta mucho para la elección y todo puede ocurrir. Segundo, porque el presidente Calderón es un político que, sobre todo, sabe de política electoral. Tercero, porque el PAN tiene un voto duro que no le alcanza para ganar elecciones pero que es un piso relativamente alto que le permite potenciar, si son bien encaminadas, sus candidaturas, como ocurrió sobre todo en el 2006 con Felipe Calderón. Pero para potenciar esas realidades, el propio partido tiene que tener la imaginación política suficiente como para colocarlas en otro contexto: ni la continuidad puede ser continuismo ni la natural distancia entre partido y gobierno puede convertirse en un lastre para las aspiraciones y deseos de uno u otro.
El PAN no puede ni debe ser el PRI, mucho menos el PRD. No es un partido relativamente joven, formado por la confluencia de corrientes muy disímiles, que en última instancia terminan aglutinándose, o dejando de hacerlo, en torno a liderazgos muy personalistas. No es tampoco el partido histórico de la Revolución Mexicana, con todos los lastres y beneficios que eso conlleva (incluyendo la experiencia de décadas en el poder nacional y local). El PAN no ha encontrado la fórmula en estos 11 años para ser coherente con su historia de más de siete décadas al mismo tiempo que se dimensiona a sí mismo como partido en el poder. Tiene la oportunidad, prácticamente única, de hacerlo en estos pocos meses. Después ya nada será igual.
El PAN cumplió 72 años en un momento clave de su historia. Está, luego de 11 años en el poder, en la encrucijada de decidir cómo actuará ante la sucesión presidencial, cómo se configurará como partido, con problemas internos evidentes derivados de su crecimiento en los últimos años y, también, con el desafío que constituye la posibilidad real de tener que entregar el gobierno el primero de diciembre del 2012. Para todo eso se debe preparar desde ahora: desde la opción de continuar en Los Pinos ofreciendo continuidad sin que signifique continuismo, hasta la de tener que definir cómo regresará a la oposición.
Lo que está sucediendo en Monterrey con el alcalde Fernando Larrazábal es una demostración palpable de lo que el PAN no puede permitir. El Alcalde fue presionado públicamente por la dirigencia del PAN para que solicitara licencia mientras concluía la investigación iniciada en su contra, en contra de su hermano Jonás y de funcionarios del municipio por casos de corrupción relacionados con casas de juego. Larrazábal simplemente ignoró a la dirigencia de su partido, e incluso a los precandidatos presidenciales y se quedó en el cargo. Y ahí sigue. Está defendiendo su posición pero mientras tanto mostró como débiles tanto al partido como al propio Gobierno e incluso prácticamente abortó la campaña que el PAN estaba realizando en contra del gobernador Rodrigo Medina.
Lo que resulta increíble es que después de 11 años en el poder el panismo no cuente con instrumentos como para poner orden en una de sus plazas políticas más importantes y que tampoco exista la sincronía entre el propio partido y el Gobierno federal como para hacerlo. Es verdad que el presidente Calderón dijo hace unas semanas que él no tenía poder como para quitar ni a un policía municipal pero eso debería verse como una suerte de anécdota política, no como una realidad. Las posibilidades políticas de un presidente en la actualidad, comparados con las del pasado, evidentemente son menores, pero legalmente mantienen las mismas atribuciones y sus capacidades de operaciones, más aún en un caso como el que estamos tratando, son muy altas.
Algo sucede que el PAN y el Ejecutivo no han podido compaginarse en esa lógica de partido en el poder. No lo pudo hacer Vicente Fox y se lo atribuyó a su desconocimiento del propio partido. Pero nadie conoce las entrañas y las lógicas del PAN mejor que Felipe Calderón y esa relación tampoco se ha podido conjugar eficientemente: el presidente del PAN en la elección del 2006, Manuel Espino, ha terminado expulsado del PAN; su sucesor, Germán Martínez, tuvo que dejar de forma apresurada el cargo luego de las derrotas electorales del 2009 (mal procesadas por el propio panismo, actuando más como partido de oposición que en el poder); le siguió César Nava que siguiendo la línea de las alianzas con el PRD logró tres triunfos importantes en Oaxaca, Puebla y Sinaloa, pero se vio enfrentado con el entonces secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont y al final aislado políticamente. Llegó Gustavo Madero, luego de una dura lucha interna donde todo indicaba que el favorito de la presidencia para alcanzar esa posición era el ahora secretario particular del presidente Calderón, Roberto Gil. Y lo sucedido en estos meses demuestra, como ocurrió en los comicios del Estado de México, o como ocurre en el proceso interno para la selección de candidato presidencial, que sigue privando la confusión interna.
Quienes creen que el PAN no tiene ya posibilidades para el 2012 se equivocan. Primero, porque falta mucho para la elección y todo puede ocurrir. Segundo, porque el presidente Calderón es un político que, sobre todo, sabe de política electoral. Tercero, porque el PAN tiene un voto duro que no le alcanza para ganar elecciones pero que es un piso relativamente alto que le permite potenciar, si son bien encaminadas, sus candidaturas, como ocurrió sobre todo en el 2006 con Felipe Calderón. Pero para potenciar esas realidades, el propio partido tiene que tener la imaginación política suficiente como para colocarlas en otro contexto: ni la continuidad puede ser continuismo ni la natural distancia entre partido y gobierno puede convertirse en un lastre para las aspiraciones y deseos de uno u otro.
El PAN no puede ni debe ser el PRI, mucho menos el PRD. No es un partido relativamente joven, formado por la confluencia de corrientes muy disímiles, que en última instancia terminan aglutinándose, o dejando de hacerlo, en torno a liderazgos muy personalistas. No es tampoco el partido histórico de la Revolución Mexicana, con todos los lastres y beneficios que eso conlleva (incluyendo la experiencia de décadas en el poder nacional y local). El PAN no ha encontrado la fórmula en estos 11 años para ser coherente con su historia de más de siete décadas al mismo tiempo que se dimensiona a sí mismo como partido en el poder. Tiene la oportunidad, prácticamente única, de hacerlo en estos pocos meses. Después ya nada será igual.
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