El fin del PRIAN

John M. Ackerman

La alianza del autoritarismo de Estado y la derecha neoliberal se encuentra en riesgo. Desde 1988, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido Acción Nacional (PAN) han administrado en conjunto la alternancia política. Pero los acontecimientos más recientes parecen indicar que Felipe Calderón y el PAN han decidido poner fin a esta etapa histórica para confrontar de manera directa al viejo partido de Estado de cara a las elecciones de 2012. Esta nueva fase en la política nacional podría generar grandes beneficios para la sociedad mexicana.

La época del cogobierno PRI-PAN inició hace 23 años, cuando Acción Nacional escogió la vía de la “concertacesión” después del fraude electoral de 1988. Manuel J. Clouthier del Rincón, Diego Fernández de Cevallos y otros dirigentes del albiazul pactaron reconocer la presidencia de Carlos Salinas a cambio de tres compromisos fundamentales: 1) Reforma electoral y reconocimiento de victorias locales y legislativos del PAN; 2) Reforma económica, incluyendo privatización de la banca y el ejido; y 3) Reconciliación entre el Estado y la Iglesia.

Salinas cumplió: privatizó la banca y el ejido; acercó el Estado a la Iglesia tanto legal como políticamente; entregó al PAN gobiernos estatales claves (Guanajuato, Baja California y Chihuahua) y patrocinó una reforma electoral que aparentó avances democráticos (pero en los hechos implicó graves retrocesos). A cambio, el PAN ofreció “gobernabilidad” y “paz social” al sistema priista.

En las últimas dos elecciones presidenciales, el PRI le devolvió el favor al PAN. En 2000, Ernesto Zedillo se apresuró a “levantarle el brazo” a Vicente Fox el mismo día de la elección a cambio de una “transición de terciopelo” que asegurara impunidad total para los anteriores gobernantes, así como la permanencia de las políticas neoliberales. En 2006, la alianza PRI-PAN se tejió meses antes de los comicios del 2 de julio, cuando amplios sectores del PRI abandonaron la candidatura de Roberto Madrazo para sumarse a la campaña del panista Calderón.

Un botón de muestra lo constituye Coahuila, un bastión del PRI y entidad natal del actual presidente del partido, Humberto Moreira, que de manera sorpresiva votó mayoritariamente a favor de Calderón en 2006. El rápido reconocimiento de la victoria del PAN por parte del PRI después de la elección se explica precisamente porque la victoria era en los hechos también la del mismo viejo partido de Estado.

Calderón, como Salinas, ha cumplido en tiempo y forma con los compromisos adquiridos. Durante la presente administración, el PRI se ha convertido en un socio indispensable del gobierno federal cuyo símbolo más claro es el poder creciente de Manlio Fabio Beltrones. Hoy, el senador cumple el mismo papel que Diego Fernández de Cevallos caracterizara durante el sexenio de Salinas: bisagra y enlace entre las dos fuerzas políticas para el trueque de favores y complicidades con el fin de mantener unida la alianza autoritaria-neoliberal del PRIAN.

Pero este pacto histórico podría estar a punto de romperse. La reciente exhibición de Humberto Moreira como un mentiroso y un corrupto podría ser mucho más que una simple revancha política ante sus constantes críticas al gobierno federal. Asimismo, la virulencia de los ataques a los gobiernos estatales del PRI por su irresponsabilidad financiera y su complicidad en la expansión de la delincuencia, va más allá de la mera respuesta a la demanda priista de modificar la Ley de coordinación fiscal para aumentar las participaciones federales.

Además, cuando estos acontecimientos se concatenan con la aprensión de Jorge Hank Rhon por militares, las acusaciones entre Miguel Ángel Yunes y Elba Ester Gordillo, y las alianzas electorales entre el PAN y el Partido de la Revolución Democrática (PRD) en estados claves, se vislumbra la configuración de una nueva coyuntura histórica. La amenaza de Moreira de empezar a abrir “otros temas” si el gobierno federal no frena los cuestionamientos en su contra, demuestra también que los ataques empiezan a afectarle al PRI. Recordemos que algunos informes indican que Calderón ha jurado en la tumba de su padre que jamás entregaría el poder al PRI.

Lo más probable es que en los próximos meses el diferendo entre el PAN y el PRI se aumente en lugar de que amaine. Una vez que Enrique Peña Nieto entregue la gubernatura a Eruviel Ávila el 15 de septiembre y que los aspirantes presidenciales panistas renuncien a sus cargos se inaugurará la temporada de un verdadero cruce de lanzas.

Este desencuentro histórico podría tener un saldo sumamente positivo para la sociedad. Si cada bando empieza a revelar la infinidad de abusos, complicidades y corruptelas que tiene guardados sobre el otro en su “cofre de secretos”, la ciudadanía podría tener acceso a la información necesaria para esclarecer la verdad sobre el pasado y exigir cuentas a los gobernantes actuales para caminar hacia la construcción de una nueva forma de hacer política. Asimismo, si bien un encontronazo entre el PRI y el PAN en el Congreso podría obstaculizar el nombramiento de los consejeros faltantes del IFE y la aprobación del presupuesto, también ayudaría a parar en seco una serie de contrarreformas que solamente buscan perjudicar a la sociedad mexicana, como las de la Ley de seguridad nacional, la Ley federal de trabajo y la Ley de asociaciones público-privadas.

Muchas veces este tipo de conflictividad política beneficia mucho más que la falsa “unidad” a la generación del cambio social. Un nuevo “pacto” entre los integrantes de la misma clase política de siempre podría ayudar a sacar algunos asuntos en el corto plazo. Pero al país en su conjunto le ayudaría mucho más que el proceso electoral de 2012 propiciara una sana confrontación entre el PRI y el PAN para abrir así una nueva oportunidad para que la sociedad mexicana se convierta en protagonista de su propio destino.

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