Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
Los presidentes mexicanos que decidieron operar en soledad su propia sucesión, se equivocaron con gran perjuicio para el país. Felipe Calderón, ensoberbecido, copia el procedimiento de Luis Echeverría, con quien tiene muchas analogías; quizá en secreto y a espaldas de su consciencia y de su padre, en lo más íntimo de sus intimidades, el joven panista admiró al viejo priista. Es posible, e históricamente probable: padecen las mismas obsesiones en cuanto a sus responsabilidades administrativas y políticas.
Ambos determinaron, acertadamente y en su momento particular, que los problemas de la nación en el futuro son de índole económica, pero los dos se equivocaron al considerar que para resolverlos se requiere de un especialista en materia hacendaria. Todos conocen el resultado de la gestión lopezportillista. Es innecesario esperar al de la gestión de Ernesto Cordero. Ninguno de los dos entiende lo que tarde comprendió Carlos Salinas, quien determinó que su sucesor fuese Luis Donaldo Colosio, porque lo que se requiere es desarrollo social, menos mexicanos con pobreza alimentaria, más empleo -como lo ha comprendido Barack Obama- con la idea de fortalecer el mercado interno.
A Colosio lo eliminaron las voluntades de los poderes fácticos y de poder real en Estados Unidos. A Heriberto Félix lo eliminó Felipe Calderón, quizá porque lo estima demasiado y porque tiene en muy poca consideración a sus gobernados.
Lo única realidad de este tema se reduce a lo siguiente: en cuanto decidieron subordinar lo político a lo económico, la codicia se desató y las sociedades perdieron. Los expertos de análisis de problemas económicos del mundo están azorados, perplejos, pues saben que este crisis que se avecina es provocada, que quienes determinaron que así se procediera esperan un cambio en el orden interno de las naciones, pero desconocen si ese cambio será controlable e irá en el sentido que predeterminaron para gobernar sin sobresaltos.
De todo lo leído sobre las consecuencias de la catástrofe económica en la que se hayan inmersas las naciones, nunca los poderes fácticos, me quedo con el análisis de Lina Gálvez Muñoz, publicado en El País el martes 13 de septiembre último, titulado Más desigualdad en el futuro. Escribe la autora: Por la experiencia de las crisis pasadas de la misma naturaleza que la actual, como la asiática o incluso la de 1929, sabemos que de éstas se suele salir con retrocesos en los avances en igualdad entre mujeres y hombres conseguidos durante los periodos expansivos.
Prácticamente todas las crisis económicas contemporáneas que hemos conocido disminuyen el tamaño de la economía formal y aumentan el de la informal y sobre todo, el de la economía doméstica y de cuidados. Y por ello se suele salir de ellas con una intensificación del trabajo doméstico y de cuidados no remunerado que, como es bien sabido, realizan sobre todo las mujeres.
… Se desvanecen instituciones y políticas específicas de igualdad o se realizan planes de gasto dirigidos exclusivamente al fomento del empleo en sectores masculinizados. Y, además, las políticas de drásticos recortes de derechos sociales generan desigualdad de rentas que inevitablemente conllevan las que se dan entre mujeres y hombres, amén de un deterioro de nuestra democracia.
La disminución de las rentas familiares hace que muchos bienes y servicios que antes se adquirían en el mercado tengan que satisfacerse ahora en el seno del hogar. Y los recortes de gasto público social van a redundar inevitablemente en un menor consumo en sanidad, educación o servicios sociales que también obliga a proveerlos desde las unidades familiares mediante trabajo no remunerado.
Todos los precandidatos debieran ver a México en este espejo, pues acá los problemas se magnifican por la inexperiencia de los administradores públicos y la falta de oficio político de quienes hoy gobiernan, ya que a la gravedad de los problemas económicos impuestos por la globalización, deben añadirse los de seguridad pública que tanto merman las finanzas nacionales, como es el caso de la ordeña de gasolinas de los ductos de Pemex, o la equívoca inclinación a invertir más en armas y sofisticados equipos de espionaje, que en educación o la refinería postergada, o en ese torpe idea que intenta calcar la administración de justicia de los procedimientos estadounidenses, cuando ya se ve, a las claras, que los jueces federales son renuentes a los juicios orales al estilo televisivo.
No será como en otras ocasiones, cuando el gasto electoral, que es multimillonario e innecesario, era útil para retrasar la explosión de la crisis, porque ésta ya está entre los mexicanos, que mudos atestiguan cómo el tamaño de sus monederos es cada día menor, mientras el tamaño de su hambre crece precisamente en sentido contrario.
Pero como sostiene mi Demonio de Sócrates ante el inusual intento de Ernesto Cordero por hacerse visible, por ser creíble: “Sus tesis están desconectadas de la realidad, usa de una terminología vacía, de ideales usurpados, de sistemas inflexibles. Es este comportamiento el que a mí, realmente, me da miedo. Es lo que temo, de lo que desconfío. Por supuesto es importante saber qué es correcto y qué no lo es. Sin embargo, los errores de juicio personales pueden corregirse en la mayoría de los casos. Si uno tiene la valentía de reconocer su error, se pueden arreglar. Pero la estrechez de miras y la intolerancia de la gente sin imaginación son igual que parásitos”.
Lo terrible es que el error va más allá de 50 mil muertes y un empobrecimiento sin freno de un buen porcentaje de los mexicanos.
Los presidentes mexicanos que decidieron operar en soledad su propia sucesión, se equivocaron con gran perjuicio para el país. Felipe Calderón, ensoberbecido, copia el procedimiento de Luis Echeverría, con quien tiene muchas analogías; quizá en secreto y a espaldas de su consciencia y de su padre, en lo más íntimo de sus intimidades, el joven panista admiró al viejo priista. Es posible, e históricamente probable: padecen las mismas obsesiones en cuanto a sus responsabilidades administrativas y políticas.
Ambos determinaron, acertadamente y en su momento particular, que los problemas de la nación en el futuro son de índole económica, pero los dos se equivocaron al considerar que para resolverlos se requiere de un especialista en materia hacendaria. Todos conocen el resultado de la gestión lopezportillista. Es innecesario esperar al de la gestión de Ernesto Cordero. Ninguno de los dos entiende lo que tarde comprendió Carlos Salinas, quien determinó que su sucesor fuese Luis Donaldo Colosio, porque lo que se requiere es desarrollo social, menos mexicanos con pobreza alimentaria, más empleo -como lo ha comprendido Barack Obama- con la idea de fortalecer el mercado interno.
A Colosio lo eliminaron las voluntades de los poderes fácticos y de poder real en Estados Unidos. A Heriberto Félix lo eliminó Felipe Calderón, quizá porque lo estima demasiado y porque tiene en muy poca consideración a sus gobernados.
Lo única realidad de este tema se reduce a lo siguiente: en cuanto decidieron subordinar lo político a lo económico, la codicia se desató y las sociedades perdieron. Los expertos de análisis de problemas económicos del mundo están azorados, perplejos, pues saben que este crisis que se avecina es provocada, que quienes determinaron que así se procediera esperan un cambio en el orden interno de las naciones, pero desconocen si ese cambio será controlable e irá en el sentido que predeterminaron para gobernar sin sobresaltos.
De todo lo leído sobre las consecuencias de la catástrofe económica en la que se hayan inmersas las naciones, nunca los poderes fácticos, me quedo con el análisis de Lina Gálvez Muñoz, publicado en El País el martes 13 de septiembre último, titulado Más desigualdad en el futuro. Escribe la autora: Por la experiencia de las crisis pasadas de la misma naturaleza que la actual, como la asiática o incluso la de 1929, sabemos que de éstas se suele salir con retrocesos en los avances en igualdad entre mujeres y hombres conseguidos durante los periodos expansivos.
Prácticamente todas las crisis económicas contemporáneas que hemos conocido disminuyen el tamaño de la economía formal y aumentan el de la informal y sobre todo, el de la economía doméstica y de cuidados. Y por ello se suele salir de ellas con una intensificación del trabajo doméstico y de cuidados no remunerado que, como es bien sabido, realizan sobre todo las mujeres.
… Se desvanecen instituciones y políticas específicas de igualdad o se realizan planes de gasto dirigidos exclusivamente al fomento del empleo en sectores masculinizados. Y, además, las políticas de drásticos recortes de derechos sociales generan desigualdad de rentas que inevitablemente conllevan las que se dan entre mujeres y hombres, amén de un deterioro de nuestra democracia.
La disminución de las rentas familiares hace que muchos bienes y servicios que antes se adquirían en el mercado tengan que satisfacerse ahora en el seno del hogar. Y los recortes de gasto público social van a redundar inevitablemente en un menor consumo en sanidad, educación o servicios sociales que también obliga a proveerlos desde las unidades familiares mediante trabajo no remunerado.
Todos los precandidatos debieran ver a México en este espejo, pues acá los problemas se magnifican por la inexperiencia de los administradores públicos y la falta de oficio político de quienes hoy gobiernan, ya que a la gravedad de los problemas económicos impuestos por la globalización, deben añadirse los de seguridad pública que tanto merman las finanzas nacionales, como es el caso de la ordeña de gasolinas de los ductos de Pemex, o la equívoca inclinación a invertir más en armas y sofisticados equipos de espionaje, que en educación o la refinería postergada, o en ese torpe idea que intenta calcar la administración de justicia de los procedimientos estadounidenses, cuando ya se ve, a las claras, que los jueces federales son renuentes a los juicios orales al estilo televisivo.
No será como en otras ocasiones, cuando el gasto electoral, que es multimillonario e innecesario, era útil para retrasar la explosión de la crisis, porque ésta ya está entre los mexicanos, que mudos atestiguan cómo el tamaño de sus monederos es cada día menor, mientras el tamaño de su hambre crece precisamente en sentido contrario.
Pero como sostiene mi Demonio de Sócrates ante el inusual intento de Ernesto Cordero por hacerse visible, por ser creíble: “Sus tesis están desconectadas de la realidad, usa de una terminología vacía, de ideales usurpados, de sistemas inflexibles. Es este comportamiento el que a mí, realmente, me da miedo. Es lo que temo, de lo que desconfío. Por supuesto es importante saber qué es correcto y qué no lo es. Sin embargo, los errores de juicio personales pueden corregirse en la mayoría de los casos. Si uno tiene la valentía de reconocer su error, se pueden arreglar. Pero la estrechez de miras y la intolerancia de la gente sin imaginación son igual que parásitos”.
Lo terrible es que el error va más allá de 50 mil muertes y un empobrecimiento sin freno de un buen porcentaje de los mexicanos.
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