Ebrard en dos tiempos

Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal

Marcelo Ebrard se presentó ante la Asamblea Legislativa para rendir su último informe de gobierno. Técnicamente fue el quinto, pero Ebrard ya no será jefe de gobierno del Distrito Federal el próximo año pues aspira ser candidato de una coalición de izquierda a la Presidencia. La apuesta, que se antoja mayúscula al enfrentar a un adversario poderoso, abre una serie de interrogantes: ¿qué lo hace pensar que lo puede vencer en una encuesta que decida la candidatura de la izquierda? ¿es una estrategia para elevar el precio de su declinación ante Andrés Manuel López Obrador? ¿está tendiendo una trampa de largo plazo al tabasqueño ?

Ebrard tiene lo que López Obrador no: tiempo. Y carece de lo que le sobra a López Obrador: opiniones negativas entre el electorado. Los dos factores le permiten jugar sobre un tablero en dos tiempos, mientras que su adversario por la candidatura debe tener claro que si no es candidato presidencial en esta ocasión, no lo volverá a ser jamás. En este contexto, la fuerza la tiene Ebrard, aunque esta no se traduzca necesariamente en la candidatura presidencial en 2012.

Aplaudido y reconocido en el país por su gestión como jefe de gobierno, Ebrard sería el mejor candidato de la izquierda para todos aquellos que no son de izquierda. En su encuesta trimestral sobre aspirantes a la Presidencia, Consulta Mitofsky encontró que en población abierta los electores se inclinaban por 0.8 décimas de punto por Ebrard. Aunque mínima la diferencia, las posibilidades de crecimiento positivo en los próximos meses sólo existen, objetivamente hablando, en Ebrard, mientras que de López Obrador sólo se podría esperar un rendimiento negativo.

El ex candidato presidencial es el aspirante más conocido del país, con 93% de reconocimiento, según el último estudio de Parametría, superior incluso al ex gobernador Enrique Peña Nieto, y casi 20 puntos porcentuales por arriba de Ebrard. Sin embargo, los negativos de López Obrador –ciudadanos que dicen que no votarían por él- es de casi 4 de cada 10 electores, contra 1.5 que dice lo mismo de Ebrard.

La variable de los negativos ha sido desacreditada en algunos círculos cercanos a López Obrador, pero no son un tema menor. Como un ejercicio, si López Obrador llegara a la candidatura con la unidad de la izquierda, los negativos del electorado significan que la votación potencial que podría alcanzar estaría muy cerca del 22% de las preferencias que tiene hoy la coalición de PRD, PT y Convergencia, sin posibilidades de alcanzar siquiera el piso de 28-30% de voto que tienen PAN y PRI. En esta hipótesis, la candidatura del tabasqueño sería fallida.

No obstante, esta ecuación no significa que Ebrard tiene el camino allanado para lograr la candidatura de la coalición de izquierda, pues en ese grupo López Obrador aventaja notoriamente al jefe de gobierno capitalino: 60.7% contra 28.3%; o sea, casi al dos por uno. Ebrard tiene que consolidar sus apoyos dentro del PRD –hoy en día claramente tiene la de la corriente de Los Chuchos, que controlan el aparato burocrático del partido-, porque con lo que tiene actualmente no le alcanzaría para vencer en una votación, abierta o cerrada a López Obrador.

El problema para la izquierda, cuando se formulan los escenarios a partir de las tendencias, es que ninguno de los dos alcanzaría los votos suficientes para estar en niveles de competencia con cualquiera de los candidatos que presentaran el PAN y el PRI. Es la paradoja de la pérdida de apoyo electoral independiente que tuvo López Obrador con el plantón en Paseo de la Reforma, en protesta por el resultado electoral, cuya explicación táctica de que fue para desfogar la ira de una tercera parte del electorado que podría haber culminado en violencia en las calles, nunca se aceptó fuera de la izquierda, y la todavía insuficiente proyección nacional que tiene Ebrard.

Un problema más complejo es si López Obrador resultara el más votado en una encuesta abierta, que es como los dos adversarios han planteado que se resuelva en noviembre la candidatura única de la izquierda. Los argumentos más recurrentes apuntan a la descalificación de López Obrador, al alegar anticipadamente que va a incumplir el acuerdo y que aún cuando él no obtenga el favor de ese voto, lo va a irrespetar. Pero el tabasqueño no parece estar en una dinámica de comer lumbre. Lo demostró cuando el cese fulminante del secretario de Desarrollo Social capitalino, Martí Batres, muy cercano a él, al respetar la decisión de Ebrard, su moderación en el discurso antes incendiario, y su reiteración que respetará el acuerdo.

No tendría porqué, ya que todas las encuestas –menos GEA-ISSA que le da a Ebrard una sorprendente ventaja de 19 puntos- apuntan a que el vencedor sería

López Obrador. Al igual que el tabasqueño, Ebrard no come lumbre. Entonces, qué caso tendría ir hasta el fondo de una precampaña para tratar de arrebatarle la candidatura?

Una hipótesis es que una vez cumplido su quinto informe de gobierno, prepare su salida de la jefatura del Distrito Federal cuando se abra el proceso interno, a partir de la segunda quincena de diciembre, tiempo suficiente para seguir armando nuevas alianzas internas en el PRD y ganar más voluntades fuera del partido, sobretodo entre la clase empresarial y los nuevos votantes, que serán uno de los principales factores de decisión en la próxima elección presidencial.

La segunda hipótesis, en el tablero de dos tiempos, es correr hasta el final contra López Obrador, encareciendo su valor, y llegar a una negociación. ¿Cuál podría ser esta negociación? Tener primera opción para decidir su futuro –mejor el Senado que la Cámara de Diputados- y al candidato de la izquierda en el Distrito Federal. Con su alianza con Los Chuchos tendría un control indirecto del partido, y con el acuerdo de López Obrador, incluso el manejo de su campaña presidencial.

Finalmente tiene 52 años y edad suficiente para otro intento presidencial en 2018. Si fuera el caso, se mantienen las tendencias y no hay una debacle económica, López Obrador perdería la elección, se desvanecería como protagonista político –no social- de primera línea, y él se quedaría con el Distrito Federal, el partido y el futuro de la izquierda. Nada mal como alternativa estratégica.

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