Rubén Cortés
Ernesto Cordero tiene pinta de padre de familia de clase media que va el domingo con sus hijos a tirarle cacahuates a los monos en el zoológico, y lava su coche el fin de semana en su cajón del condominio. Alguien pacífico, educado, respetuoso de los otros: un hombre que da confianza.
Sin embargo, inició su precampaña presidencial con una reciedumbre aparatosa ajena a su personalidad, con frases gastadas: “Vamos a ponernos los pantalones de uso rudo” y “el PRI es inmoral, autoritario e irresponsable”.
La prueba más fehaciente de que comete un error, la tiene en su compañero Germán Martínez Cazares, quien sucumbió como líder panista al adoptar un estilo similar y provocó que en 2009 el PAN perdiera las gubernaturas de San Luis Potosí y Querétaro.
Tampoco pudo arrebatar al PRI Campeche, Colima y Nuevo León; en la Cámara de Diputados pasó de ser la primera fuerza a la segunda minoría y en el Estado de México perdió el “corredor azul”: Naucalpan, Cuatitlán Izcalli, Tlalnepantla y Atizapán.
La derrota hundió políticamente a Cazares, quien se vio obligado a renunciar y desde entonces no puede reencontrar un lugar en la política pública, aun cuando actuó, como dijo: “en el interés del PAN y de México”.
El “bravo” Cazares tuvo similar buena intención que ahora el “duro” Cordero e, incluso, Humberto Moreira, en su arranque como actual presidente del PRI, y quien desactivó enseguida su “rudeza” porque las encuestas lo desfavorecieron.
Lo que sucede es que nuestro electorado quedó harto de la polarización impuesta por AMLO en la campaña presidencial de 2006 y a causa de la cual lo castigó el día de la elección, pues selló su derrota al subir su discurso a la ofensa, llamando ladrones a los priístas y chachalaca al Presidente.
Entonces, el lenguaje descalificador que empieza a usar Cordero no solo cancela todo debate, sino que lo pone al nivel de dos perdedores recientes: Martínez Cazares y AMLO.
Es como si el PRI basara su estrategia llamar “violento al PAN por los 50 mil 490 muertos que registra la lucha contra el crimen organizado, y “corrupto” por los casos de extorsión de alcaldes en Nuevo León.
O entreguista con Estados Unidos porque en el norte del país opera una base donde agentes de la CIA interrogan a delincuentes, intervienen teléfonos, diseñan operativos y entrenan a policías federales mexicanos.
Cordero debería saber que el lenguaje descalificador degrada la política. Y si él es político y degrada a la política, se degrada él mismo: se está dando un tiro en el pie.
Pareciera que lo asesoran ex priístas que, a través de su discurso, conjuran sus rencores personales y sus orígenes, insultando su propio pasado.
Ernesto Cordero tiene pinta de padre de familia de clase media que va el domingo con sus hijos a tirarle cacahuates a los monos en el zoológico, y lava su coche el fin de semana en su cajón del condominio. Alguien pacífico, educado, respetuoso de los otros: un hombre que da confianza.
Sin embargo, inició su precampaña presidencial con una reciedumbre aparatosa ajena a su personalidad, con frases gastadas: “Vamos a ponernos los pantalones de uso rudo” y “el PRI es inmoral, autoritario e irresponsable”.
La prueba más fehaciente de que comete un error, la tiene en su compañero Germán Martínez Cazares, quien sucumbió como líder panista al adoptar un estilo similar y provocó que en 2009 el PAN perdiera las gubernaturas de San Luis Potosí y Querétaro.
Tampoco pudo arrebatar al PRI Campeche, Colima y Nuevo León; en la Cámara de Diputados pasó de ser la primera fuerza a la segunda minoría y en el Estado de México perdió el “corredor azul”: Naucalpan, Cuatitlán Izcalli, Tlalnepantla y Atizapán.
La derrota hundió políticamente a Cazares, quien se vio obligado a renunciar y desde entonces no puede reencontrar un lugar en la política pública, aun cuando actuó, como dijo: “en el interés del PAN y de México”.
El “bravo” Cazares tuvo similar buena intención que ahora el “duro” Cordero e, incluso, Humberto Moreira, en su arranque como actual presidente del PRI, y quien desactivó enseguida su “rudeza” porque las encuestas lo desfavorecieron.
Lo que sucede es que nuestro electorado quedó harto de la polarización impuesta por AMLO en la campaña presidencial de 2006 y a causa de la cual lo castigó el día de la elección, pues selló su derrota al subir su discurso a la ofensa, llamando ladrones a los priístas y chachalaca al Presidente.
Entonces, el lenguaje descalificador que empieza a usar Cordero no solo cancela todo debate, sino que lo pone al nivel de dos perdedores recientes: Martínez Cazares y AMLO.
Es como si el PRI basara su estrategia llamar “violento al PAN por los 50 mil 490 muertos que registra la lucha contra el crimen organizado, y “corrupto” por los casos de extorsión de alcaldes en Nuevo León.
O entreguista con Estados Unidos porque en el norte del país opera una base donde agentes de la CIA interrogan a delincuentes, intervienen teléfonos, diseñan operativos y entrenan a policías federales mexicanos.
Cordero debería saber que el lenguaje descalificador degrada la política. Y si él es político y degrada a la política, se degrada él mismo: se está dando un tiro en el pie.
Pareciera que lo asesoran ex priístas que, a través de su discurso, conjuran sus rencores personales y sus orígenes, insultando su propio pasado.
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