Construir la paz

Lydia Cacho / Plan B

Una persona en el público se dirige al Dalai Lama en México. Le dice que sufrió un secuestro y mandó matar a uno de sus secuestradores, ¿qué hago con eso? La mirada dulce de este extraordinario pacifista arrebató el aliento de sus escuchas; el líder espiritual responde dos cosas fundamentales: arrebatar la vida no tiene sentido alguno, y aquellas personas que han sufrido violencia sólo pueden sanar al trabajar con otras a superar su dolor y miedo.

La visita del líder tibetano premio Nobel de la Paz llega a México en un momento clave, cuando quienes saben y quienes pretenden saber, suben a los escenarios para debatir si lo que México necesita para resolver sus problemas es más policía y Ejército, o pena de muerte y más cárceles, o más educación y un sistema de justicia penal adecuado. Este hombre cargado de dulzura, con un sentido del humor extraordinario y una vasta cultura, responde que él no promueve el budismo ni recomienda que la gente se cambie de religión. En su charla en el estadio del Cruz Azul, salió con su gorra futbolera, en el Teatro Metropolitano y en Monterrey conmovió a gente de todas las edades.

Tenzin Gyatso, conocido como el Dalai Lama, trajo aire fresco a la discusión de fondo sobre los problemas de violencia en el país. Un recordatorio de lo que a pesar de ser obvio, no parece hacerle sentido a una buena parte de la población: que los seres humanos estamos interconectados, que todas las formas de violencia que ejercemos así como las que recibimos, fortalecen patrones de energía enferma, generan ecos que magnifican la ira, el resentimiento, la sed de venganza, que rompen toda posibilidad de diálogo.

Después de escucharlo, de ver la reacción en la gente que le escuchó, me quedó claro que en México todas y todos hemos participado en la creación de una nube de oscuridad que nos impide dar pasos certeros, que nos ciega para salir de este ciclo de violencia que se incrementa mientras más la nombramos; la violencia en los hogares, contra la infancia, la de la guerra, la violencia de los políticos que generan confusión intencionalmente. ¿A quién beneficia la generación de tanto odio?

Su reflexión sobre cómo el aislamiento nos pone en mayor peligro pareció engarzar a la perfección con la imagen en los medios de soldados armados y calles vacías en diferentes rincones de México. Miles de personas han abandonado sus hogares por miedo, se han sentido solas ante el peligro, han callado los ataques y las amenazas. Jóvenes deportistas de Monterrey cancelan sus juegos en Texas porque los zetas les advierten que si no pagan 30 mil dólares no les dejarán cruzar la frontera, y se sienten solos, aislados, en lugar de que todas las familias salieran en caravanas a acompañarles a jugar, quedaron aisladas, consumidas por el miedo, la frustración y el enojo.

La sabiduría del Dalai nos recuerda que hay otros caminos para la libertad y ciertamente los que hemos elegido, desde los medios, la política y la sociedad, no nos llevarán a la paz. Y lo suyo no es un discurso simplista, justo resulta complejo por la dificultad para asimilar a profundidad las implicaciones de desarrollar el verdadero pacifismo. No hay forma de buscar la paz sino ejerciéndola, no hay manera de generar y reproducir procesos de pacificación que erradiquen las emociones violentas, si no es con la congruencia.

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