Crisis antes de la crisis
OIT: desempleo histórico
Carlos Fernández-Vega / México SA
Bien a bien, no se sabe en qué momento se dio cuenta del problema, cuándo fue que alguna luz divina iluminó su camino, pero el hecho es que el presidente del Banco Mundial, Robert B. Zoellick, por fin registró que el mundo se halla en una zona de peligro y que las perspectivas para las naciones en desarrollo (léase subdesarrollado) son sombrías y pueden empeorar. Lento, pero seguro, el ex subsecretario de Estado en tiempos del pistolero George W. Bush, ya se percató de que el horno no está para bollos, aunque su lectura se limita a la sacudida que provoca el segundo tiempo de la crisis.
La declaración de Zoellick intenta difundir la idea de que en el planeta todo era perfecto hasta el advenimiento de la crisis tres años atrás, que la zona de peligro se circunscribe a ese periodo y que los ingratos cuan únicos efectos en las naciones en desarrollo serían los provocados por la más reciente sacudida económico-financiera. Antes de eso, pues, el mundo era una maravilla, vivía en paz, equilibrado y carente de situaciones delicadas. Nada más falso.
Mucho antes de que la zona de peligro fuera detectada por el lerdo presidente del Banco Mundial, cuando menos la mitad de los habitantes del planeta ya se encontraba en zona de peligro y con perspectivas sombrías, pero nadie hizo nada para evitarlo: estaba inmersa en la pobreza y la miseria, sobrevivía con menos de dos dólares por día, carecía de suficiente agua y alimento, difícilmente tenía acceso a la salud, educación y vivienda, nutría el cruel cuan voluminoso ejército del desempleo, el subempleo y la informalidad, formaba parte de las hordas migrantes y, en fin, daba cuerpo a la brutal desigualdad económico-social que impera en el planeta.
A pesar de lo anterior (algo por demás obvio y de fácil registro aún para los ojos más insensibles), el ex subsecretario de Estado marca Bush junior no se había dado cuenta, porque para él, y todo lo que representa, la zona de peligro se limita a las consecuencias que provoca la crisis en la élite de los negocios y las finanzas, para quienes el resto de los habitantes del planeta simple y sencillamente no existen. Bajo su óptica, nunca ha sido zona de peligro el saqueo, el neocolonialismo, el apartheid económico, los salarios de hambre, la brutal concentración del ingreso y demás gracias del modelo impulsado por el propio Banco Mundial.
Unos días atrás este personaje dijo en público que “la economía mundial entró en zona de peligro. Los riesgos no son sólo para las naciones avanzadas, afectadas por el aumento de sus deudas públicas. Para los países en desarrollo, que después de tres años desde que estalló la crisis han aportado la mayor parte del crecimiento en el planeta, las perspectivas son sombrías y pueden empeorar. El mundo está en una zona de peligro. En 2008 –cuando comenzó la mayor recesión en seis décadas– mucha gente dijo que no veía que se aproximaba una turbulencia. Los líderes mundiales no tienen pretexto ahora” (La Jornada, Roberto González Amador).
El discurso de Zoellick rápidamente encontró eco. Christine Lagarde, la flamante directora-gerente del Fondo Monetario Internacional, advirtió que estamos en una situación en la que el crecimiento de la economía mundial se ha desacelerado. La recuperación que estaba en curso se debilitó y eso representa claramente un riesgo desde una perspectiva económica y social, porque menos crecimiento equivale a menos empleos. Ambos hablaron de una falta de decisión política en los países avanzados para realizar acciones que ataquen las fuentes de desequilibrio económico y financiero: el déficit fiscal, en el caso de Estados Unidos; la deuda pública de algunos países europeos y la capitalización de los bancos de aquella región geográfica, acreedores de esas naciones. Lo que es necesario es el liderazgo político y el grado de sincronización necesarios para que se comience a andar el camino de la recuperación, sostuvo Lagarde (ídem).
Lagarde también olvidó la existencia de la zona de peligro antes de la crisis. De acuerdo con su preocupación, no existieron los draconianos programas de ajuste impuestos por el organismo ahora bajo su batuta, ni las tres décadas al hilo de brutales reformas de carácter feudal, concentradoras del ingreso y repartidoras de miseria. Eso no está en su registro ni en su zona de peligro, porque tales imposiciones fortalecieron a quienes representa y defiende. Ahora la situación es distinta, pues el agua llega a los niveles dorados y, entonces sí, el esfuerzo debe ser parejo, con los subdesarrollados, como siempre, de carne de cañón.
Tan concentrados están en saquear a las naciones reformadas y ajustadas, en especular hasta con el aire y en contar sus voluminosas utilidades, que –como bien lo plantea González Amador– se olvidaron de registrar lo que sucedía en las calles, en el feroz mundo de los mortales. Por ejemplo, los 200 millones de desempleados que sobreviven en el planeta, y los muchísimos millones adicionales de seres humanos que en medio de tanta miseria ni siquiera son considerados en el grueso inventario de desocupados.
Durante la reunión conjunta del Banco Mundial y el FMI, en Washington, el director general de la Organización Internacional del Trabajo, Juan Somavia, advirtió que “las fluctuaciones financieras están dañando las posibilidades de crecimiento de la economía real… La crisis llevó el desempleo a un nivel histórico de 200 millones de personas en el mundo. La nueva desaceleración de la economía ha causado que ahora sólo se esté generando la mitad de puestos de trabajo demandados por la dinámica demográfica. Comprensiblemente hay ansiedad, angustia y cólera en las calles. Puede ser un serio error interpretar los momentos críticos que vivimos como si se tratara sólo de una crisis de confianza en los mercados financieros. Mucha gente piensa: si algunos bancos son demasiado grandes para dejarlos quebrar, entonces nosotros somos demasiado pequeños para importar. De manera comprensible existe ansiedad, angustia e ira”.
Pero no hay forma: para los representantes del gran capital, especuladores y saqueadores, la única zona de peligro es la que amenaza con reducir sus ganancias y acabar con sus cotos. Lo demás, qué importa.
Las rebanadas del pastel
Para constatar que vamos por el rumbo correcto (inquilino de Los Pinos dixit), el Inegi documentó un logro adicional del calderonato: en agosto de 2011 la tasa oficial de desocupación fue la mayor en 20 meses: 5.79 por ciento, o lo que es lo mismo, cerca de 3 millones de mexicanos en tan precaria condición. Pero al susodicho lo único que le importa es la zona de peligro electoral.
OIT: desempleo histórico
Carlos Fernández-Vega / México SA
Bien a bien, no se sabe en qué momento se dio cuenta del problema, cuándo fue que alguna luz divina iluminó su camino, pero el hecho es que el presidente del Banco Mundial, Robert B. Zoellick, por fin registró que el mundo se halla en una zona de peligro y que las perspectivas para las naciones en desarrollo (léase subdesarrollado) son sombrías y pueden empeorar. Lento, pero seguro, el ex subsecretario de Estado en tiempos del pistolero George W. Bush, ya se percató de que el horno no está para bollos, aunque su lectura se limita a la sacudida que provoca el segundo tiempo de la crisis.
La declaración de Zoellick intenta difundir la idea de que en el planeta todo era perfecto hasta el advenimiento de la crisis tres años atrás, que la zona de peligro se circunscribe a ese periodo y que los ingratos cuan únicos efectos en las naciones en desarrollo serían los provocados por la más reciente sacudida económico-financiera. Antes de eso, pues, el mundo era una maravilla, vivía en paz, equilibrado y carente de situaciones delicadas. Nada más falso.
Mucho antes de que la zona de peligro fuera detectada por el lerdo presidente del Banco Mundial, cuando menos la mitad de los habitantes del planeta ya se encontraba en zona de peligro y con perspectivas sombrías, pero nadie hizo nada para evitarlo: estaba inmersa en la pobreza y la miseria, sobrevivía con menos de dos dólares por día, carecía de suficiente agua y alimento, difícilmente tenía acceso a la salud, educación y vivienda, nutría el cruel cuan voluminoso ejército del desempleo, el subempleo y la informalidad, formaba parte de las hordas migrantes y, en fin, daba cuerpo a la brutal desigualdad económico-social que impera en el planeta.
A pesar de lo anterior (algo por demás obvio y de fácil registro aún para los ojos más insensibles), el ex subsecretario de Estado marca Bush junior no se había dado cuenta, porque para él, y todo lo que representa, la zona de peligro se limita a las consecuencias que provoca la crisis en la élite de los negocios y las finanzas, para quienes el resto de los habitantes del planeta simple y sencillamente no existen. Bajo su óptica, nunca ha sido zona de peligro el saqueo, el neocolonialismo, el apartheid económico, los salarios de hambre, la brutal concentración del ingreso y demás gracias del modelo impulsado por el propio Banco Mundial.
Unos días atrás este personaje dijo en público que “la economía mundial entró en zona de peligro. Los riesgos no son sólo para las naciones avanzadas, afectadas por el aumento de sus deudas públicas. Para los países en desarrollo, que después de tres años desde que estalló la crisis han aportado la mayor parte del crecimiento en el planeta, las perspectivas son sombrías y pueden empeorar. El mundo está en una zona de peligro. En 2008 –cuando comenzó la mayor recesión en seis décadas– mucha gente dijo que no veía que se aproximaba una turbulencia. Los líderes mundiales no tienen pretexto ahora” (La Jornada, Roberto González Amador).
El discurso de Zoellick rápidamente encontró eco. Christine Lagarde, la flamante directora-gerente del Fondo Monetario Internacional, advirtió que estamos en una situación en la que el crecimiento de la economía mundial se ha desacelerado. La recuperación que estaba en curso se debilitó y eso representa claramente un riesgo desde una perspectiva económica y social, porque menos crecimiento equivale a menos empleos. Ambos hablaron de una falta de decisión política en los países avanzados para realizar acciones que ataquen las fuentes de desequilibrio económico y financiero: el déficit fiscal, en el caso de Estados Unidos; la deuda pública de algunos países europeos y la capitalización de los bancos de aquella región geográfica, acreedores de esas naciones. Lo que es necesario es el liderazgo político y el grado de sincronización necesarios para que se comience a andar el camino de la recuperación, sostuvo Lagarde (ídem).
Lagarde también olvidó la existencia de la zona de peligro antes de la crisis. De acuerdo con su preocupación, no existieron los draconianos programas de ajuste impuestos por el organismo ahora bajo su batuta, ni las tres décadas al hilo de brutales reformas de carácter feudal, concentradoras del ingreso y repartidoras de miseria. Eso no está en su registro ni en su zona de peligro, porque tales imposiciones fortalecieron a quienes representa y defiende. Ahora la situación es distinta, pues el agua llega a los niveles dorados y, entonces sí, el esfuerzo debe ser parejo, con los subdesarrollados, como siempre, de carne de cañón.
Tan concentrados están en saquear a las naciones reformadas y ajustadas, en especular hasta con el aire y en contar sus voluminosas utilidades, que –como bien lo plantea González Amador– se olvidaron de registrar lo que sucedía en las calles, en el feroz mundo de los mortales. Por ejemplo, los 200 millones de desempleados que sobreviven en el planeta, y los muchísimos millones adicionales de seres humanos que en medio de tanta miseria ni siquiera son considerados en el grueso inventario de desocupados.
Durante la reunión conjunta del Banco Mundial y el FMI, en Washington, el director general de la Organización Internacional del Trabajo, Juan Somavia, advirtió que “las fluctuaciones financieras están dañando las posibilidades de crecimiento de la economía real… La crisis llevó el desempleo a un nivel histórico de 200 millones de personas en el mundo. La nueva desaceleración de la economía ha causado que ahora sólo se esté generando la mitad de puestos de trabajo demandados por la dinámica demográfica. Comprensiblemente hay ansiedad, angustia y cólera en las calles. Puede ser un serio error interpretar los momentos críticos que vivimos como si se tratara sólo de una crisis de confianza en los mercados financieros. Mucha gente piensa: si algunos bancos son demasiado grandes para dejarlos quebrar, entonces nosotros somos demasiado pequeños para importar. De manera comprensible existe ansiedad, angustia e ira”.
Pero no hay forma: para los representantes del gran capital, especuladores y saqueadores, la única zona de peligro es la que amenaza con reducir sus ganancias y acabar con sus cotos. Lo demás, qué importa.
Las rebanadas del pastel
Para constatar que vamos por el rumbo correcto (inquilino de Los Pinos dixit), el Inegi documentó un logro adicional del calderonato: en agosto de 2011 la tasa oficial de desocupación fue la mayor en 20 meses: 5.79 por ciento, o lo que es lo mismo, cerca de 3 millones de mexicanos en tan precaria condición. Pero al susodicho lo único que le importa es la zona de peligro electoral.
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