Fausto Pretelín
Las calificadoras de deuda como Standard & Poor’s (S&P) viven su época de gloria. En la segunda mitad del siglo pasado el Fondo Monetario Internacional vivió la suya. Países africanos y latinoamericanos pasaban a las cajas de préstamos un día sí y otro también. Ahora, el FMI entra en rescate después de que las calificadoras dictaminan la salud financiera de los países (europeos porque si de globalización se trata, las pandemias se generalizan). El poder soberano de las agencias de calificación se convierte en el único detonador de confianza o desconfianza para los tomadores de decisiones. El resto de la sociedad, es decir, miles de millones de personas observan los acontecimientos sin poder decir absolutamente nada. Somos peatones de la historia, nos diría Manuel Vázquez Montalbán.
Frente a las calificadoras se encuentra un mundo gastado y/o arruinado y una banca estresada. Profundamente estresada, tanto, que para muchos bancos, sus únicas esperanzas de sobrevivencia consisten en subir comisiones sin importar el concepto y en recibir subsidios gubernamentales. Una tercera opción es su desaparición.
Las calificadoras también se encargan de proveer de confianza a las bolsas de valores. Una mala nota provoca dolor estómago a los jugadores de Bolsa. Si éstos actúan como muchedumbre, es decir, de manera mimética, viene lo peor. ¿En quién creer para invertir?
Iniciemos por los países europeos bien portados (AAA): Suecia, Finlandia, Alemania, Reino Unido, Francia, Austria, Luxemburgo y Países Bajos.
Los medianamente bien portados (AA+, AA y AA-) son España, Bélgica y República Checa. Los que ya no se portan tan bien: Italia y Polonia (A+, A y A-). Ni hablar de Islandia, Irlanda, Portugal, Hungría, Bulgaria, Chipre y Lituania. Todos ellos reciben espantosas BBB+, BBB o BBB-. Cuidado con Rumania y Letonia quienes son los revoltosos de la clase (BB+, B y BB-). Pero quien asusta su comportamiento es Grecia (CC, en default). Insolvente para asumir sus responsabilidades en cuanto a pagos de deuda pública que asciende al 150% de su PIB.
Italia fue el país elegido esta semana para pasar al frente del salón. Sus respuestas fueron mediocres y, por lo tanto, S&P degradó su calificación de A+ a A. Lo que le faltaba. Sin control político, con demasiado show y, ahora, degradado por S&P. ¿Qué le falta?
S&P expuso los motivos que le llevaron a degradar a Italia: “No tiene expectativas de crecimiento; el poder político es frágil dadas las múltiples coaliciones por lo que los planes de desarrollo macroeconómicos son complejos” (Le Monde, 21 de septiembre). La única certeza es que Berlusconi ya no toma decisiones económicas. Lo hace su ministro de economía, Giulio Tremonti.
La peor crisis económica es la que se hace acompañar por la desconfianza. EL efecto-red del siglo XXI ocupa más espacios de poder que los que tuvo en el siglo pasado.
Para el peatón de la historia lo peor es que el banco se quede son sus ahorros (Argentina). El paso siguiente es el despeñadero. Lo sabe Cristina Kirchner pero poco le importa. Le interesa la reelección a pesar de que 2012, probablemente, vendrá lo peor.
Las calificadoras de deuda como Standard & Poor’s (S&P) viven su época de gloria. En la segunda mitad del siglo pasado el Fondo Monetario Internacional vivió la suya. Países africanos y latinoamericanos pasaban a las cajas de préstamos un día sí y otro también. Ahora, el FMI entra en rescate después de que las calificadoras dictaminan la salud financiera de los países (europeos porque si de globalización se trata, las pandemias se generalizan). El poder soberano de las agencias de calificación se convierte en el único detonador de confianza o desconfianza para los tomadores de decisiones. El resto de la sociedad, es decir, miles de millones de personas observan los acontecimientos sin poder decir absolutamente nada. Somos peatones de la historia, nos diría Manuel Vázquez Montalbán.
Frente a las calificadoras se encuentra un mundo gastado y/o arruinado y una banca estresada. Profundamente estresada, tanto, que para muchos bancos, sus únicas esperanzas de sobrevivencia consisten en subir comisiones sin importar el concepto y en recibir subsidios gubernamentales. Una tercera opción es su desaparición.
Las calificadoras también se encargan de proveer de confianza a las bolsas de valores. Una mala nota provoca dolor estómago a los jugadores de Bolsa. Si éstos actúan como muchedumbre, es decir, de manera mimética, viene lo peor. ¿En quién creer para invertir?
Iniciemos por los países europeos bien portados (AAA): Suecia, Finlandia, Alemania, Reino Unido, Francia, Austria, Luxemburgo y Países Bajos.
Los medianamente bien portados (AA+, AA y AA-) son España, Bélgica y República Checa. Los que ya no se portan tan bien: Italia y Polonia (A+, A y A-). Ni hablar de Islandia, Irlanda, Portugal, Hungría, Bulgaria, Chipre y Lituania. Todos ellos reciben espantosas BBB+, BBB o BBB-. Cuidado con Rumania y Letonia quienes son los revoltosos de la clase (BB+, B y BB-). Pero quien asusta su comportamiento es Grecia (CC, en default). Insolvente para asumir sus responsabilidades en cuanto a pagos de deuda pública que asciende al 150% de su PIB.
Italia fue el país elegido esta semana para pasar al frente del salón. Sus respuestas fueron mediocres y, por lo tanto, S&P degradó su calificación de A+ a A. Lo que le faltaba. Sin control político, con demasiado show y, ahora, degradado por S&P. ¿Qué le falta?
S&P expuso los motivos que le llevaron a degradar a Italia: “No tiene expectativas de crecimiento; el poder político es frágil dadas las múltiples coaliciones por lo que los planes de desarrollo macroeconómicos son complejos” (Le Monde, 21 de septiembre). La única certeza es que Berlusconi ya no toma decisiones económicas. Lo hace su ministro de economía, Giulio Tremonti.
La peor crisis económica es la que se hace acompañar por la desconfianza. EL efecto-red del siglo XXI ocupa más espacios de poder que los que tuvo en el siglo pasado.
Para el peatón de la historia lo peor es que el banco se quede son sus ahorros (Argentina). El paso siguiente es el despeñadero. Lo sabe Cristina Kirchner pero poco le importa. Le interesa la reelección a pesar de que 2012, probablemente, vendrá lo peor.
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