Eduardo Ibarra Aguirre
Para el grupo gobernante concentrado en el maquillaje de la realidad, los 3.2 millones de mexicanos que se sumaron a la pobreza durante 2008-10, registrados por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, son un golpe seco a los afanes triunfalistas que vuelven a la cargada en los grandes medios radiofónicos y televisivos con motivo del penúltimo informe de Felipe Calderón.
De acuerdo a las medición multidimensional dada a conocer por el Coneval el pasado 30 de julio, 52 millones de mexicanos (46.2 por ciento del total de la población) viven en la pobreza y de ellos 11.7 millones (10.4 por ciento) padecen pobreza extrema.
En el propósito de eludir responsabilidad del gobierno que tiene como lema central “Vivir mejor”, el equipo de Alejandra Sota preparó a marchas forzadas un encuentro de su jefe con los medios para que descubriera el hilo negro: “Ciertamente, no estaba en nuestras manos, no podíamos hacerlo, evitar que ocurriera esa crisis internacional”, a la que denominó “la más grave en la historia de la humanidad”.
“La crisis que vino de fuera”, como la llaman en el segundo “gobierno humanista”, como si tal marbete disminuyera los efectos que tuvo sobre los ingresos, el empleo y la planta productiva, fue tratada con tal ligereza por Agustín Carstens que, previamente, la denominó “un catarrito”, diagnóstico que neutralizó a la elite del funcionariado y, por ello, los expertos advirtieron que todas las canicas fueron apostadas a recargarse en la reanimación de la economía estadunidense.
No sólo reaccionaron con soberbia que rayó en la abulia, sino profundizaron la dependencia económica, financiera y comercial de México respecto de Estados Unidos, epicentro de la crisis global, y el secretario de Hacienda fue ascendido, desde Los Pinos, a gobernador del Banco de México y recientemente derrochó recursos públicos para soñar con dirigir el Fondo Monetario Internacional.
Sin embargo, de acuerdo a cifras del Coneval la pobreza extrema --asegura el michoacano que obtuvo que Luisa María Calderón Hinojosa sea la candidata panista a la gubernatura--, “logró ser contenida, porque de otra suerte se hubiera expandido irremediablemente”. Recuérdese que en 1994, cuando Carlos Salinas condujo al país al “primer mundo”, por cada millón de mexicanos en pobreza extrema correspondió un magnate en la lista de Forbes.
A lo que más se resiste el actual titular (y el anterior) del “gobierno humanista” –con los más 50 mil muertos de la guerra que le aplaude sin recato el condecorado Juan Manuel Santos, autor intelectual de la masacre de Sucumbíos, Ecuador, en la que asesinó a cuatro universitarios mexicanos--, es a cambiar así sean sólo las aristas más filosas del modelo macroeconómico impuesto a partir de 1982.
La defensa dogmática de la socialmente demasiada costosa política económica, llevó a Calderón a ostentar “el cuidado de las finanzas nacionales”. Recordó que antes “México tenía que tronarse los dedos para ver si alcanzaba a pagar el mes siguiente la deuda externa, hasta que un día ya no se pudo pagar”. Omitió, por supuesto, que él y Vicente Fox, empeñado en acercarse a Enrique Peña Nieto--, más que duplicaron el endeudamiento externo y los resultados para el país no se localizan ni con lupa.
Para el abogado, economista y administrador público la varita mágica para remontar las malas cuentas que documentó el Ceneval --también las hay buenas en materia de salud, vivienda y educación--, son las reformas estructurales, como la laboral con la que buscan abaratar más la fuerza de trabajo y achicar la seguridad social de los que crean la riqueza nacional.
Para el grupo gobernante concentrado en el maquillaje de la realidad, los 3.2 millones de mexicanos que se sumaron a la pobreza durante 2008-10, registrados por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, son un golpe seco a los afanes triunfalistas que vuelven a la cargada en los grandes medios radiofónicos y televisivos con motivo del penúltimo informe de Felipe Calderón.
De acuerdo a las medición multidimensional dada a conocer por el Coneval el pasado 30 de julio, 52 millones de mexicanos (46.2 por ciento del total de la población) viven en la pobreza y de ellos 11.7 millones (10.4 por ciento) padecen pobreza extrema.
En el propósito de eludir responsabilidad del gobierno que tiene como lema central “Vivir mejor”, el equipo de Alejandra Sota preparó a marchas forzadas un encuentro de su jefe con los medios para que descubriera el hilo negro: “Ciertamente, no estaba en nuestras manos, no podíamos hacerlo, evitar que ocurriera esa crisis internacional”, a la que denominó “la más grave en la historia de la humanidad”.
“La crisis que vino de fuera”, como la llaman en el segundo “gobierno humanista”, como si tal marbete disminuyera los efectos que tuvo sobre los ingresos, el empleo y la planta productiva, fue tratada con tal ligereza por Agustín Carstens que, previamente, la denominó “un catarrito”, diagnóstico que neutralizó a la elite del funcionariado y, por ello, los expertos advirtieron que todas las canicas fueron apostadas a recargarse en la reanimación de la economía estadunidense.
No sólo reaccionaron con soberbia que rayó en la abulia, sino profundizaron la dependencia económica, financiera y comercial de México respecto de Estados Unidos, epicentro de la crisis global, y el secretario de Hacienda fue ascendido, desde Los Pinos, a gobernador del Banco de México y recientemente derrochó recursos públicos para soñar con dirigir el Fondo Monetario Internacional.
Sin embargo, de acuerdo a cifras del Coneval la pobreza extrema --asegura el michoacano que obtuvo que Luisa María Calderón Hinojosa sea la candidata panista a la gubernatura--, “logró ser contenida, porque de otra suerte se hubiera expandido irremediablemente”. Recuérdese que en 1994, cuando Carlos Salinas condujo al país al “primer mundo”, por cada millón de mexicanos en pobreza extrema correspondió un magnate en la lista de Forbes.
A lo que más se resiste el actual titular (y el anterior) del “gobierno humanista” –con los más 50 mil muertos de la guerra que le aplaude sin recato el condecorado Juan Manuel Santos, autor intelectual de la masacre de Sucumbíos, Ecuador, en la que asesinó a cuatro universitarios mexicanos--, es a cambiar así sean sólo las aristas más filosas del modelo macroeconómico impuesto a partir de 1982.
La defensa dogmática de la socialmente demasiada costosa política económica, llevó a Calderón a ostentar “el cuidado de las finanzas nacionales”. Recordó que antes “México tenía que tronarse los dedos para ver si alcanzaba a pagar el mes siguiente la deuda externa, hasta que un día ya no se pudo pagar”. Omitió, por supuesto, que él y Vicente Fox, empeñado en acercarse a Enrique Peña Nieto--, más que duplicaron el endeudamiento externo y los resultados para el país no se localizan ni con lupa.
Para el abogado, economista y administrador público la varita mágica para remontar las malas cuentas que documentó el Ceneval --también las hay buenas en materia de salud, vivienda y educación--, son las reformas estructurales, como la laboral con la que buscan abaratar más la fuerza de trabajo y achicar la seguridad social de los que crean la riqueza nacional.
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