Joel Hernández Santiago
Estamos de mala suerte, de mal humor, preocupados, enojados y a lo mejor hasta tristes. Ese es nuestro estado de ánimo nacional. Por supuesto lo del Casino Royale en Monterrey el jueves 25 de agosto fue extremo y la gota que derramó el vaso de la tragedia mexicana y el punto de inflexión para recapitular y buscar un punto final a esta situación trágica… ¿cómo?…
Mucho de lo que ahora se dice que se debió hacer no se hizo y las consecuencias son funestas. Cuando el presidente Felipe Calderón decidió hacer frente al problema del narcotráfico, el crimen organizado y la delincuencia en México nadie dijo ni pío porque era necesario. Al inicio de su gestión en 2006 asumió como su gesta la del enfrentar una delincuencia que estaba ahí pero que nadie sabía su magnitud y su grado de penetración en nuestro cuerpo social y en las instituciones.
Quizá en parte por la ignorancia de la situación, el presidente tomó decisiones equivocadas y hasta absurdas; una de ellas fue la de hacerle frente por la vía de la persecución policiaca sin un trabajo previo de inteligencia que determinara si esto era apropiado, si era determinante y si no traería riesgos para la población civil. No se hizo trabajo de inteligencia que indicara, además, el terreno en el que esta guerra habría de librarse. Y no se hizo trabajo de organización anticrimen. Así, el problema le creció en las manos de forma desproporcionada y al ver esto, el señor Felipe Calderón involucró al Ejército y a la Marina mexicanas para ayudar en la solución que la policía no encontraba por sí misma: el riesgo fue la exposición de estas Instituciones al deterioro sucio y a la corrupción de algunos de sus integrantes.
No se necesitaban dos dedos de frente para identificar ese terreno de guerra. Y es, finalmente, hasta el discurso presidencial del 26 de agosto en el que asume que conoce el origen, el espacio y el grado de enfermedad en el que nos encontramos. Y se supone en un callejón sin salida. Y pide auxilio internacional llamando ‘terrorismo’ a lo que no lo es, sin medir las consecuencias de ello.
El verdadero problema del gobierno de México en esta guerra que hasta hoy lleva perdida es el altísimo consumo de drogas en Estados Unidos de América. Ese es el infierno del cual sus llamas nos están quemando. Estados Unidos es el país que más consume drogas en el mundo.
El Diagnóstico y tendencia de uso de drogas, de la Secretaría de Salud lo ha tenido claro todo este tiempo: Los grandes consumidores de mariguana en el mundo son: Estados Unidos, Dinamarca y Canadá, en ese orden; los grandes consumidores de cocaína en el mundo son: Estados Unidos, Canadá y España…
Y sigue el Diagnóstico: En EUA la población urbana que consume mariguana de 12 a 17 años es del 18.9 por ciento; de 18 a 25 años el 41.50 y de 26 a 34 años el 47.9 por ciento; en el mismo orden de edades, el consumo de cocaína en ese país es de 3.0; 8.90 y 18.40 y, por supuesto, las cifras para heroína y otras drogas muestran a una población estadounidense muy dada al consumo de narcóticos, cuesten lo que cuesten… que es decir, la vida de muchos mexicanos.
En la tragedia mexicana, los estadounidenses consumidores son culpables; pero también lo son sus autoridades y sus instituciones en gran medida bañadas por su propia corrupción.
¿Y qué hacen allá para solucionarlo? Nada; absolutamente nada, mientras los drogadictos sean tax payers y electores con peso específico. Nada hace el gobierno de aquel país mientras sus ciudadanos siguen ‘volando’, en el país de la justicia, de la igualdad y del ‘todo cumplido para todos’ y de ‘la felicidad interminable’.
Nuestra alternativa está en exigir que se deje de utilizar a México como vía de paso para el trasiego de drogas, pero mientras nuestra economía nacional dependa de la de EUA poca movilidad tendremos, por tanto, quizá un programa serio de diversificación de mercados internacionales podría contribuir, en principio, a erguir esas posibilidades. ¿Se está haciendo?
El segundo factor que no se consideró antes de iniciar la famosa guerra del crimen: la corrupción en México. Está ahí, a flor de piel, está a la mano ¿producto de qué? No solamente son corruptas muchos de los integrantes de las corporaciones policiacas, también lo son aquellas que se suponen que habrán de prevenir el delito, de procurar justicia y de administrarla: mucho por ahí huele podrido y ni el presidente, ni los gobernadores estatales, ni los legisladores de todo el país, ni los justicieros: nadie hizo nada por ajustar esta maquinaria oxidada y sucia.
L a impunidad es consecuencia de lo anterior, pero aun más grave pues las instancias que deberían hacer cumplir el Estado de derecho, por ignorancia, por ineptitud, por omisión y en muchos casos por corrupción, no lo hacen. Todo está ahí. Todo se resume en que la delincuencia confía en que sus castigos podrían ser perdonados bajo un sistema legal en el que todo es posible, hasta la injusticia. ¿Están mal las leyes? O ¿está mal quien aplica la ley?
Son tres factores que debieron revisarse antes de iniciar esta guerra. Los 50 mil muertos durante el gobierno del señor Calderón tienen ahí la causa… ¿qué sigue?
Sigue que el presidente de México replantee la estrategia de su guerra. Le queda muy poco tiempo. Apenas el mínimo para advertir a quien siga en el gobierno federal el estado en el que deja la casa. Queda que evite que sigan ocurriendo tragedias como la de Monterrey, o como la de muchos lugares mexicanos expuestos al riesgo de la muerte, el daño o la pérdida de bienes. Sigue un proceso electoral para 2012 que se presagia peligroso. ¿Qué va a hacer? ¿Qué van a hacer?
Hoy sabemos que el presidente Calderón pasará a la historia por esta guerra desorganizada y por este torrente de muertes violentas. Si, los criminales son los culpables primarios y merecen castigo y el rigor de la ley: todos ellos.
Pero también sabemos que en la tragedia nacional todos aquí somos responsables: porque lo permitimos como ciudadanos; porque no supimos decir ‘no’ en democracia y a tiempo a los métodos del Presidente; porque nuestros legisladores no nos representan, los gobernadores hacen el Pepe Grillo y son un fracaso nacional y porque hemos dejado que nuestra gente se enferme de violencia y de impotencia; de agravio y de dolor; de intransigencia y sometimiento.
Ahora todos juntos tenemos que sacar al buey de la barranca. Se nos pide unidad: la tenemos en el miedo y el enojo. ¿Quién se encargará de coordinarnos para encausar nuestra ayuda?… ¿El presidente Calderón? ¿Los gobernadores? ¿Los legisladores? no lo creo.
Estamos de mala suerte, de mal humor, preocupados, enojados y a lo mejor hasta tristes. Ese es nuestro estado de ánimo nacional. Por supuesto lo del Casino Royale en Monterrey el jueves 25 de agosto fue extremo y la gota que derramó el vaso de la tragedia mexicana y el punto de inflexión para recapitular y buscar un punto final a esta situación trágica… ¿cómo?…
Mucho de lo que ahora se dice que se debió hacer no se hizo y las consecuencias son funestas. Cuando el presidente Felipe Calderón decidió hacer frente al problema del narcotráfico, el crimen organizado y la delincuencia en México nadie dijo ni pío porque era necesario. Al inicio de su gestión en 2006 asumió como su gesta la del enfrentar una delincuencia que estaba ahí pero que nadie sabía su magnitud y su grado de penetración en nuestro cuerpo social y en las instituciones.
Quizá en parte por la ignorancia de la situación, el presidente tomó decisiones equivocadas y hasta absurdas; una de ellas fue la de hacerle frente por la vía de la persecución policiaca sin un trabajo previo de inteligencia que determinara si esto era apropiado, si era determinante y si no traería riesgos para la población civil. No se hizo trabajo de inteligencia que indicara, además, el terreno en el que esta guerra habría de librarse. Y no se hizo trabajo de organización anticrimen. Así, el problema le creció en las manos de forma desproporcionada y al ver esto, el señor Felipe Calderón involucró al Ejército y a la Marina mexicanas para ayudar en la solución que la policía no encontraba por sí misma: el riesgo fue la exposición de estas Instituciones al deterioro sucio y a la corrupción de algunos de sus integrantes.
No se necesitaban dos dedos de frente para identificar ese terreno de guerra. Y es, finalmente, hasta el discurso presidencial del 26 de agosto en el que asume que conoce el origen, el espacio y el grado de enfermedad en el que nos encontramos. Y se supone en un callejón sin salida. Y pide auxilio internacional llamando ‘terrorismo’ a lo que no lo es, sin medir las consecuencias de ello.
El verdadero problema del gobierno de México en esta guerra que hasta hoy lleva perdida es el altísimo consumo de drogas en Estados Unidos de América. Ese es el infierno del cual sus llamas nos están quemando. Estados Unidos es el país que más consume drogas en el mundo.
El Diagnóstico y tendencia de uso de drogas, de la Secretaría de Salud lo ha tenido claro todo este tiempo: Los grandes consumidores de mariguana en el mundo son: Estados Unidos, Dinamarca y Canadá, en ese orden; los grandes consumidores de cocaína en el mundo son: Estados Unidos, Canadá y España…
Y sigue el Diagnóstico: En EUA la población urbana que consume mariguana de 12 a 17 años es del 18.9 por ciento; de 18 a 25 años el 41.50 y de 26 a 34 años el 47.9 por ciento; en el mismo orden de edades, el consumo de cocaína en ese país es de 3.0; 8.90 y 18.40 y, por supuesto, las cifras para heroína y otras drogas muestran a una población estadounidense muy dada al consumo de narcóticos, cuesten lo que cuesten… que es decir, la vida de muchos mexicanos.
En la tragedia mexicana, los estadounidenses consumidores son culpables; pero también lo son sus autoridades y sus instituciones en gran medida bañadas por su propia corrupción.
¿Y qué hacen allá para solucionarlo? Nada; absolutamente nada, mientras los drogadictos sean tax payers y electores con peso específico. Nada hace el gobierno de aquel país mientras sus ciudadanos siguen ‘volando’, en el país de la justicia, de la igualdad y del ‘todo cumplido para todos’ y de ‘la felicidad interminable’.
Nuestra alternativa está en exigir que se deje de utilizar a México como vía de paso para el trasiego de drogas, pero mientras nuestra economía nacional dependa de la de EUA poca movilidad tendremos, por tanto, quizá un programa serio de diversificación de mercados internacionales podría contribuir, en principio, a erguir esas posibilidades. ¿Se está haciendo?
El segundo factor que no se consideró antes de iniciar la famosa guerra del crimen: la corrupción en México. Está ahí, a flor de piel, está a la mano ¿producto de qué? No solamente son corruptas muchos de los integrantes de las corporaciones policiacas, también lo son aquellas que se suponen que habrán de prevenir el delito, de procurar justicia y de administrarla: mucho por ahí huele podrido y ni el presidente, ni los gobernadores estatales, ni los legisladores de todo el país, ni los justicieros: nadie hizo nada por ajustar esta maquinaria oxidada y sucia.
L a impunidad es consecuencia de lo anterior, pero aun más grave pues las instancias que deberían hacer cumplir el Estado de derecho, por ignorancia, por ineptitud, por omisión y en muchos casos por corrupción, no lo hacen. Todo está ahí. Todo se resume en que la delincuencia confía en que sus castigos podrían ser perdonados bajo un sistema legal en el que todo es posible, hasta la injusticia. ¿Están mal las leyes? O ¿está mal quien aplica la ley?
Son tres factores que debieron revisarse antes de iniciar esta guerra. Los 50 mil muertos durante el gobierno del señor Calderón tienen ahí la causa… ¿qué sigue?
Sigue que el presidente de México replantee la estrategia de su guerra. Le queda muy poco tiempo. Apenas el mínimo para advertir a quien siga en el gobierno federal el estado en el que deja la casa. Queda que evite que sigan ocurriendo tragedias como la de Monterrey, o como la de muchos lugares mexicanos expuestos al riesgo de la muerte, el daño o la pérdida de bienes. Sigue un proceso electoral para 2012 que se presagia peligroso. ¿Qué va a hacer? ¿Qué van a hacer?
Hoy sabemos que el presidente Calderón pasará a la historia por esta guerra desorganizada y por este torrente de muertes violentas. Si, los criminales son los culpables primarios y merecen castigo y el rigor de la ley: todos ellos.
Pero también sabemos que en la tragedia nacional todos aquí somos responsables: porque lo permitimos como ciudadanos; porque no supimos decir ‘no’ en democracia y a tiempo a los métodos del Presidente; porque nuestros legisladores no nos representan, los gobernadores hacen el Pepe Grillo y son un fracaso nacional y porque hemos dejado que nuestra gente se enferme de violencia y de impotencia; de agravio y de dolor; de intransigencia y sometimiento.
Ahora todos juntos tenemos que sacar al buey de la barranca. Se nos pide unidad: la tenemos en el miedo y el enojo. ¿Quién se encargará de coordinarnos para encausar nuestra ayuda?… ¿El presidente Calderón? ¿Los gobernadores? ¿Los legisladores? no lo creo.
Comentarios