Raymundo Riva Palacio / Estrictamente Personal
Tommy Douglas es un nombre desconocido en México. No tendría porqué ser diferente pues aunque distinguido parlamentario socialdemócrata de la provincia de Saskatchewan, Canadá, no tuvo mayor impacto durante su vida en asuntos internacionales. Sin embargo, Douglas fue un político al cual muchas sociedades deberían voltear a ver, aunque fuera por únicamente una vez, aquella cuando en 1944, como primer ministro provincial, pronunció un discurso a manera de fábula para criticar irónicamente cómo los partidos, pese a estar muy lejos de las aspiraciones y necesidades de los ciudadanos, seguían siendo votados por ellos.
El memorable discurso de Douglas se llamó “Tierra de Ratones” (Mouseland), una fábula escrita por Clare Gills, amiga de él, y la utilizó muchas veces más para ilustrar cómo los políticos manipulan a los electores, que pertenecen a una sociedad políticamente inmadura y disfuncional, en tanto siguen apoyando a quienes más daño les hacen, que los engañan y los traicionan tantas veces como salen victoriosos de las urnas. Pero también, como hay un electorado inconciente y masoquista, que rehúye y ataca al cambio.
“Tierra de ratones” no necesita explicación, y trasciende el espacio y tiempo de una generación. Es claro y vigente, gracioso y doloroso. La fábula que leyó y repitió Douglas empieza: “Esta es la historia de un lugar llamado Tierra de Ratones, que era donde todos los pequeños ratones vivían y jugaban, donde nacían y morían. Y ellos vivían muy parecido a como ustedes y yo vivimos.
“Inclusive tenían un Parlamento, y cada cuatro años tenían una elección. Solían caminar a las urnas y votar. Algunos de ellos incluso conseguían un aventón para llegar a la casilla. Y cada cuatro años volvían a ser llevados, como ustedes y como yo. Y cada vez, el día de la elección, los pequeños ratones solían elegir un gobierno. Ustedes pensarán que es extraño que un ratón eligiera un gobierno compuesto por gatos, pero si ven la historia de Canadá durante los últimos 90 años, quizás verían que no eran más estúpidos de lo que somos nosotros.
“No estoy diciendo que estoy en contra de los gatos; ellos son buenos. Conducían su gobierno con dignidad. Aprobaban buenas leyes –para los gatos, claro-, pero las leyes que eran buenas para ellos, no eran muy buenas para los ratones. Una de las leyes decía que las ratoneras tenían que ser suficientemente grandes para que el gato pudiera meter su pata en ella. Otra decía que el ratón sólo podía viajar a ciertas velocidades, a fin de que el gato pudiera alcanzar su desayuno sin mucho esfuerzo.
“Todas las leyes eran buenas leyes, para gatos, pero duras para los ratones. La vida cada vez era más dura, y cuando los ratones ya no pudieron más, decidieron hacer algo al respecto. Así que fueron en masa a las urnas y sacaron del poder a los gatos negros. Eligieron en su lugar a gatos blancos. Cierto. Los gatos blancos realizaron una estupenda campaña. Decían: ‘Todo lo que la Tierra de ratones necesita es más visión’. Agregaban. ‘El problema con Tierra de ratones son las ratoneras que tenemos. Si nos eligen, construiremos ratoneras cuadradas’. Los eligieron.
“Las ratoneras cuadradas eran el doble de las redondas, y ahora los gatos podían meter sus dos patas en ella. La vida se volvió más dura que nunca, y cuando ya no podían soportarla, sacaron a los gatos blancos del poder y regresaron a los gatos negros a gobernar. Después votaron por los gatos blancos. Luego, de nuevo con los gatos negros. Incluso trataron con gatos mitad negros y mitad blancos que llamaron coalición. Hasta tuvieron un gobierno formado con gatos moteados: eran gatos que trataban de hacer ruidos como los ratones, pero comían como gatos. Saben, mis amigos, el problema no era el color del gato sino que eran gatos, y porque eran gatos, cuidaban naturalmente de los gatos y no de los ratones.
“En eso llegó un pequeño ratón con una idea. Amigos, cuidado con este pequeño que tiene una idea. El ratoncito les dijo a otros ratones: ‘Miren compañeros, ¿por qué seguimos eligiendo un gobierno hecho con gatos? ¿Por qué no elegimos un gobierno hecho de ratones?’. ‘Oh’, dijeron los ratones, ‘es un bolchevique, ¡arréstenlo!’. Y entonces lo encarcelaron”.
Douglas remataba con la máxima que podían encerrar a un ratón, pero no acabar con una idea. En ese entonces, el político –que en 2004 fue votado en la televisión como “el canadiense más grande” en la historia de ese país- soñaba y tenía fe en una sociedad más igualitaria, que reconociera los derechos humanos y la dignidad, y que fuera capaz de derrotar a aquellos que oprimen y marginan a las mayorías, con lo que crean sociedades desiguales.
La Tierra de Ratones no se encuentra lejos de México. De hecho, la clase política canadiense de aquella época refleja la misma cultura política de la que hoy nos gobierna en todos sus distintos niveles. Lo lamentable es que el diagnóstico de Douglas sobre los suyos hace 70 años, es el nuestro en la actualidad. En todos estos años Canadá construyó un capitalismo con rostro humano y superó la desigualdad con políticas públicas que trascendieron los periodos de sus primeros ministros.
En México hemos transitado desde hace 1917 con un discurso de social y mucho más revolucionario que el de Douglas 34 años después, pero que al final del camino centenario, sólo trajo polarización y más iniquidad. El discurso de Douglas es universal y la fábula es un espejo para los mexicanos, que vivimos en nuestra propia Tierra de Ratones con nuestros gatos, negros, blancos, moteados y partidos en dos, que abandonaron su identidad y se vaciaron de contenido para seguir esquilmando a los electores, con el beneficio y aval, por supuesto, de los mismos electores.
Tommy Douglas es un nombre desconocido en México. No tendría porqué ser diferente pues aunque distinguido parlamentario socialdemócrata de la provincia de Saskatchewan, Canadá, no tuvo mayor impacto durante su vida en asuntos internacionales. Sin embargo, Douglas fue un político al cual muchas sociedades deberían voltear a ver, aunque fuera por únicamente una vez, aquella cuando en 1944, como primer ministro provincial, pronunció un discurso a manera de fábula para criticar irónicamente cómo los partidos, pese a estar muy lejos de las aspiraciones y necesidades de los ciudadanos, seguían siendo votados por ellos.
El memorable discurso de Douglas se llamó “Tierra de Ratones” (Mouseland), una fábula escrita por Clare Gills, amiga de él, y la utilizó muchas veces más para ilustrar cómo los políticos manipulan a los electores, que pertenecen a una sociedad políticamente inmadura y disfuncional, en tanto siguen apoyando a quienes más daño les hacen, que los engañan y los traicionan tantas veces como salen victoriosos de las urnas. Pero también, como hay un electorado inconciente y masoquista, que rehúye y ataca al cambio.
“Tierra de ratones” no necesita explicación, y trasciende el espacio y tiempo de una generación. Es claro y vigente, gracioso y doloroso. La fábula que leyó y repitió Douglas empieza: “Esta es la historia de un lugar llamado Tierra de Ratones, que era donde todos los pequeños ratones vivían y jugaban, donde nacían y morían. Y ellos vivían muy parecido a como ustedes y yo vivimos.
“Inclusive tenían un Parlamento, y cada cuatro años tenían una elección. Solían caminar a las urnas y votar. Algunos de ellos incluso conseguían un aventón para llegar a la casilla. Y cada cuatro años volvían a ser llevados, como ustedes y como yo. Y cada vez, el día de la elección, los pequeños ratones solían elegir un gobierno. Ustedes pensarán que es extraño que un ratón eligiera un gobierno compuesto por gatos, pero si ven la historia de Canadá durante los últimos 90 años, quizás verían que no eran más estúpidos de lo que somos nosotros.
“No estoy diciendo que estoy en contra de los gatos; ellos son buenos. Conducían su gobierno con dignidad. Aprobaban buenas leyes –para los gatos, claro-, pero las leyes que eran buenas para ellos, no eran muy buenas para los ratones. Una de las leyes decía que las ratoneras tenían que ser suficientemente grandes para que el gato pudiera meter su pata en ella. Otra decía que el ratón sólo podía viajar a ciertas velocidades, a fin de que el gato pudiera alcanzar su desayuno sin mucho esfuerzo.
“Todas las leyes eran buenas leyes, para gatos, pero duras para los ratones. La vida cada vez era más dura, y cuando los ratones ya no pudieron más, decidieron hacer algo al respecto. Así que fueron en masa a las urnas y sacaron del poder a los gatos negros. Eligieron en su lugar a gatos blancos. Cierto. Los gatos blancos realizaron una estupenda campaña. Decían: ‘Todo lo que la Tierra de ratones necesita es más visión’. Agregaban. ‘El problema con Tierra de ratones son las ratoneras que tenemos. Si nos eligen, construiremos ratoneras cuadradas’. Los eligieron.
“Las ratoneras cuadradas eran el doble de las redondas, y ahora los gatos podían meter sus dos patas en ella. La vida se volvió más dura que nunca, y cuando ya no podían soportarla, sacaron a los gatos blancos del poder y regresaron a los gatos negros a gobernar. Después votaron por los gatos blancos. Luego, de nuevo con los gatos negros. Incluso trataron con gatos mitad negros y mitad blancos que llamaron coalición. Hasta tuvieron un gobierno formado con gatos moteados: eran gatos que trataban de hacer ruidos como los ratones, pero comían como gatos. Saben, mis amigos, el problema no era el color del gato sino que eran gatos, y porque eran gatos, cuidaban naturalmente de los gatos y no de los ratones.
“En eso llegó un pequeño ratón con una idea. Amigos, cuidado con este pequeño que tiene una idea. El ratoncito les dijo a otros ratones: ‘Miren compañeros, ¿por qué seguimos eligiendo un gobierno hecho con gatos? ¿Por qué no elegimos un gobierno hecho de ratones?’. ‘Oh’, dijeron los ratones, ‘es un bolchevique, ¡arréstenlo!’. Y entonces lo encarcelaron”.
Douglas remataba con la máxima que podían encerrar a un ratón, pero no acabar con una idea. En ese entonces, el político –que en 2004 fue votado en la televisión como “el canadiense más grande” en la historia de ese país- soñaba y tenía fe en una sociedad más igualitaria, que reconociera los derechos humanos y la dignidad, y que fuera capaz de derrotar a aquellos que oprimen y marginan a las mayorías, con lo que crean sociedades desiguales.
La Tierra de Ratones no se encuentra lejos de México. De hecho, la clase política canadiense de aquella época refleja la misma cultura política de la que hoy nos gobierna en todos sus distintos niveles. Lo lamentable es que el diagnóstico de Douglas sobre los suyos hace 70 años, es el nuestro en la actualidad. En todos estos años Canadá construyó un capitalismo con rostro humano y superó la desigualdad con políticas públicas que trascendieron los periodos de sus primeros ministros.
En México hemos transitado desde hace 1917 con un discurso de social y mucho más revolucionario que el de Douglas 34 años después, pero que al final del camino centenario, sólo trajo polarización y más iniquidad. El discurso de Douglas es universal y la fábula es un espejo para los mexicanos, que vivimos en nuestra propia Tierra de Ratones con nuestros gatos, negros, blancos, moteados y partidos en dos, que abandonaron su identidad y se vaciaron de contenido para seguir esquilmando a los electores, con el beneficio y aval, por supuesto, de los mismos electores.
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