Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder
Javier Sicilia es ya una persona molesta para diversos grupos, lo que carece de importancia, porque la idea de los poderes fácticos, de los partidos y del gobierno es reventarlo, a lo que él mismo se presta, por impericia, por haberse dejado manipular por ese atildado engaña bobos que se ha convertido en su Demonio de Sócrates.
Se condujo y condujo a su movimiento hasta el umbral de la transición, de la profunda reforma sistémica requerida por el modelo político y económico, pero cometió un grave error: escuchar a quien no debe oír, porque eso lo orilló a desvirtuar el planteamiento original, que es lograr la paz con justicia y dignidad, para transformarlo en un movimiento con características de lucha por el poder.
¿Quién lo convenció de aceptar el establecimiento de mesas de diálogo con diversos temas, cuando el requerimiento, la exigencia, la respuesta está sólo en dos desafíos? Para alcanzar la paz con justicia y dignidad, partidos, grupos sociales diversos y los tres Poderes de la Unión, únicamente deben acceder a iniciar su camino en una secuencia lógica: obtener un diagnóstico preciso y objetivo de lo que sucede en México, a través de una Comisión de la Verdad, para después proceder a la transición, que obviamente implica una profunda y total reforma del modelo político. En cuanto se tocó el tema, se convirtió en una prioridad reventarlo a él y reventar su incipiente movimiento.
De allí que saltara Felipe Calderón en cuanto la propuesta de Comisión de la Verdad se hizo pública, y decidiera dar su respuesta a través de sus empleados. El primero de ellos fue Rubén Fernández, subsecretario de Enlace Legislativo de la Secretaría de Gobernación, quien al primer levantamiento de ceja de su jefe, el presidente de la República, saliera a la palestra el 26 de julio último, para sostener que ante las miles de muertes vinculadas a la lucha contra la delincuencia organizada, el país no requiere de una Comisión de la verdad, sino de una revisión de los sistemas de investigación y de rendición de cuentas que posee el Estado mexicano.
Ese mismo día, otro de los empleados del presidente de México, el titular de la Secretaría de Marina, almirante Mariano Francisco Saynez Mendoza, con todo desparpajo y sin manera de probarlo, afirmó que los grupos delictivos tratan de manchar el prestigio y buen nombre de las instituciones utilizando a grupos ciudadanos y la bandera de los derechos humanos, con el fin malévolo de obstruir la participación de las mismas en su contra, y así tener el campo abierto a su maldad.
Reitero mi propuesta de ayer, dada la afición de Javier Sicilia a la lectura de Simone Weil, a estudiarla y a crear nuevas ideas a partir de la reflexión de esa filósofa francesa. Si el poeta Javier Sicilia no regresa a su planteamiento original, si insiste en diversificar los temas de la agenda, la sociedad perderá la oportunidad que él representa, para que de una buena vez se inicie la tan postergada transición. Debe insistir, entonces, en la propuesta de la Comisión de la Verdad, porque sólo a través de su creación podrá establecerse un diagnóstico claro sobre lo que necesita reformarse en México.
El poeta debe conocer la advertencia de Weil sobre la ausencia de humildad y el peso del Estado. Escribió: El Estado es algo frío que no puede ser amado, pero que mata y extingue todo lo que sí podría ser; por eso se está obligado a amarlo: no hay nada fuera de él. Tal es el suplicio moral de nuestros contemporáneos.
Quizá ahí resida la verdadera causa de ese fenómeno del jefe surgido en todas partes y que ha provocado la sorpresa de tanta gente. Actualmente, en todos los países y en todas las causas, hay un hombre al que se orientan todas las fidelidades a título personal. La necesidad de abrazar el frío metálico del Estado ha provocado en la gente, por contraste, el hambre de amar algo hecho de carne y de sangre. Por desastrosas que hayan sido sus consecuencias, ese fenómeno está lejos de llegar a su fin, y aún puede reservarnos sorpresas muy desagradables; pues el arte, bien conocido en Hollywood, de fabricar vedetes a partir de cualquier material humano hace a cualquiera capaz para ser propuesto a la adoración de las masas.
Esta es la disyuntiva por la que atraviesa Sicilia: convertirse en vedete o continuar siendo el poeta que, por su trabajo, es la conciencia del Estado, de la nación. Pero claro, le endulzan el oído y nadie está exento de ceder a la seducción del aplauso, del reconocimiento. No le queda el papel de ángel exterminador.
Es necesario estar atentos, conocer de la buena o mala disposición de quienes gobiernan para inducir la transición, empeñarse en una Comisión de la Verdad y, al menos, poner orden en el país. De allí que llame la atención que el presidente del Senado, Manlio Fabio Beltrones, pidiese a todos los legisladores honrar su palabra y cumplir los compromisos adquiridos luego de la reunión de la Comisión Permanente con el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Dijo que la reunión celebrada el jueves 28 de julio último en el alcázar de Chapultepec fue un gran paso hacia los acuerdos para las reformas pendientes, con lo que el Congreso responde al escepticismo y la desconfianza de la sociedad en las instituciones. En ese sentido, Beltrones urgió aprobar la reforma política para abrir el gobierno a la participación directa de los ciudadanos en los asuntos públicos.
La oferta está hecha. La actitud del poeta Javier Sicilia no puede variar. Tiene el guión en palabras de Simone Weil: La doble moral es un escándalo mucho mayor si en vez de tener ante los ojos la moral laica, se piensa en la virtud cristiana, de la cual la moral laica es, por lo demás, una mera edición para un público amplio, una solución diluida. La esencia, el sabor específico de la virtud cristiana, consiste en la humildad, en el movimiento libremente consentido hacia abajo.
Pero Sicilia se puso en la mira, ya es molesto, se esforzarán en vituperarlo, acallarlo, reventarlo, destruir su credibilidad. Él sabe qué hacer, por lo pronto dejar de escuchar al atildado hombre de la barba perfectamente cortada, y reducir los temas de la agenda a dos: Comisión de la Verdad y transición, precisamente lo que se niega a conceder el gobierno.
Javier Sicilia es ya una persona molesta para diversos grupos, lo que carece de importancia, porque la idea de los poderes fácticos, de los partidos y del gobierno es reventarlo, a lo que él mismo se presta, por impericia, por haberse dejado manipular por ese atildado engaña bobos que se ha convertido en su Demonio de Sócrates.
Se condujo y condujo a su movimiento hasta el umbral de la transición, de la profunda reforma sistémica requerida por el modelo político y económico, pero cometió un grave error: escuchar a quien no debe oír, porque eso lo orilló a desvirtuar el planteamiento original, que es lograr la paz con justicia y dignidad, para transformarlo en un movimiento con características de lucha por el poder.
¿Quién lo convenció de aceptar el establecimiento de mesas de diálogo con diversos temas, cuando el requerimiento, la exigencia, la respuesta está sólo en dos desafíos? Para alcanzar la paz con justicia y dignidad, partidos, grupos sociales diversos y los tres Poderes de la Unión, únicamente deben acceder a iniciar su camino en una secuencia lógica: obtener un diagnóstico preciso y objetivo de lo que sucede en México, a través de una Comisión de la Verdad, para después proceder a la transición, que obviamente implica una profunda y total reforma del modelo político. En cuanto se tocó el tema, se convirtió en una prioridad reventarlo a él y reventar su incipiente movimiento.
De allí que saltara Felipe Calderón en cuanto la propuesta de Comisión de la Verdad se hizo pública, y decidiera dar su respuesta a través de sus empleados. El primero de ellos fue Rubén Fernández, subsecretario de Enlace Legislativo de la Secretaría de Gobernación, quien al primer levantamiento de ceja de su jefe, el presidente de la República, saliera a la palestra el 26 de julio último, para sostener que ante las miles de muertes vinculadas a la lucha contra la delincuencia organizada, el país no requiere de una Comisión de la verdad, sino de una revisión de los sistemas de investigación y de rendición de cuentas que posee el Estado mexicano.
Ese mismo día, otro de los empleados del presidente de México, el titular de la Secretaría de Marina, almirante Mariano Francisco Saynez Mendoza, con todo desparpajo y sin manera de probarlo, afirmó que los grupos delictivos tratan de manchar el prestigio y buen nombre de las instituciones utilizando a grupos ciudadanos y la bandera de los derechos humanos, con el fin malévolo de obstruir la participación de las mismas en su contra, y así tener el campo abierto a su maldad.
Reitero mi propuesta de ayer, dada la afición de Javier Sicilia a la lectura de Simone Weil, a estudiarla y a crear nuevas ideas a partir de la reflexión de esa filósofa francesa. Si el poeta Javier Sicilia no regresa a su planteamiento original, si insiste en diversificar los temas de la agenda, la sociedad perderá la oportunidad que él representa, para que de una buena vez se inicie la tan postergada transición. Debe insistir, entonces, en la propuesta de la Comisión de la Verdad, porque sólo a través de su creación podrá establecerse un diagnóstico claro sobre lo que necesita reformarse en México.
El poeta debe conocer la advertencia de Weil sobre la ausencia de humildad y el peso del Estado. Escribió: El Estado es algo frío que no puede ser amado, pero que mata y extingue todo lo que sí podría ser; por eso se está obligado a amarlo: no hay nada fuera de él. Tal es el suplicio moral de nuestros contemporáneos.
Quizá ahí resida la verdadera causa de ese fenómeno del jefe surgido en todas partes y que ha provocado la sorpresa de tanta gente. Actualmente, en todos los países y en todas las causas, hay un hombre al que se orientan todas las fidelidades a título personal. La necesidad de abrazar el frío metálico del Estado ha provocado en la gente, por contraste, el hambre de amar algo hecho de carne y de sangre. Por desastrosas que hayan sido sus consecuencias, ese fenómeno está lejos de llegar a su fin, y aún puede reservarnos sorpresas muy desagradables; pues el arte, bien conocido en Hollywood, de fabricar vedetes a partir de cualquier material humano hace a cualquiera capaz para ser propuesto a la adoración de las masas.
Esta es la disyuntiva por la que atraviesa Sicilia: convertirse en vedete o continuar siendo el poeta que, por su trabajo, es la conciencia del Estado, de la nación. Pero claro, le endulzan el oído y nadie está exento de ceder a la seducción del aplauso, del reconocimiento. No le queda el papel de ángel exterminador.
Es necesario estar atentos, conocer de la buena o mala disposición de quienes gobiernan para inducir la transición, empeñarse en una Comisión de la Verdad y, al menos, poner orden en el país. De allí que llame la atención que el presidente del Senado, Manlio Fabio Beltrones, pidiese a todos los legisladores honrar su palabra y cumplir los compromisos adquiridos luego de la reunión de la Comisión Permanente con el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Dijo que la reunión celebrada el jueves 28 de julio último en el alcázar de Chapultepec fue un gran paso hacia los acuerdos para las reformas pendientes, con lo que el Congreso responde al escepticismo y la desconfianza de la sociedad en las instituciones. En ese sentido, Beltrones urgió aprobar la reforma política para abrir el gobierno a la participación directa de los ciudadanos en los asuntos públicos.
La oferta está hecha. La actitud del poeta Javier Sicilia no puede variar. Tiene el guión en palabras de Simone Weil: La doble moral es un escándalo mucho mayor si en vez de tener ante los ojos la moral laica, se piensa en la virtud cristiana, de la cual la moral laica es, por lo demás, una mera edición para un público amplio, una solución diluida. La esencia, el sabor específico de la virtud cristiana, consiste en la humildad, en el movimiento libremente consentido hacia abajo.
Pero Sicilia se puso en la mira, ya es molesto, se esforzarán en vituperarlo, acallarlo, reventarlo, destruir su credibilidad. Él sabe qué hacer, por lo pronto dejar de escuchar al atildado hombre de la barba perfectamente cortada, y reducir los temas de la agenda a dos: Comisión de la Verdad y transición, precisamente lo que se niega a conceder el gobierno.
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