Sicilia, ¿ángel exterminador? (I de dos)

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Guste o no, la febril actividad socio-política de Javier Sicilia revitalizó a una sociedad sumida en la anomia como consecuencia de las políticas públicas, de la irresponsabilidad con la que se han conducido los partidos frente a sus afiliados y/o simpatizantes. 36 mil millones de pesos dilapidados en seis años, deberían tener a la transición en su apogeo, pero ni siquiera se ha iniciado.

En muchos ámbitos, fundamentalmente entre los que se disputa o ambiciona el poder, Javier Sicilia dejó de ser el poeta, para convertirse ya en el 'pinche poeta', porque con su actitud y su discurso afecta intereses, pero sobre todo inquieta consciencias. Ciertamente no es Cristo, pero tampoco se conduce como tal ni se mimetiza.

¡Claro! que Felipe Calderón intenta tripularlo, como ya lo hacen tres atildados personajes que en su entorno determinan qué sí y qué no en el movimiento por la paz con justicia y dignidad. A él corresponde identificarlos, hacerlos a un lado, o a él corresponde vencerse a la seducción de los 40 días con sus noches en el desierto. A pesar del duelo que lo motivó, creo que es capaz de discernir que ese pretexto ya se trascendió, y su responsabilidad es otra, mayor, nacional, pues la asumió ante la sociedad, no ante su dolor.

Ciertamente grupos y fracciones que creyeron poder cultivar y beneficiarse del movimiento iniciado por el poeta, hoy se llaman a sorprendidos y engañados, porque, sostienen, se ha montado un escenario y reclama, ¡ya!, como un político, exige la reforma estructural del modelo, 'besa' al diablo -según unos-, mientras otros confían en que besó al senador que este país necesita para salir del atolondramiento en que lo sumió la alternancia sin transición.

Sean sensatos. Buscar la paz con justicia y dignidad, sólo puede hacerse a través de la actitud y actividad política, siendo la primera de ellas el diálogo, iniciado ya con dos de los tres Poderes de la Unión, puesto en práctica en las mesas en las que se hizo la propuesta más importante para que este país cambie: la creación urgente, necesaria, impostergable de la comisión de la verdad, cuyas áreas de trabajo e investigación no se reducen a la estúpida manera de combatir a la delincuencia organizada, sino sobre todo a determinar el origen, las causas y consecuencias que orillaron a Felipe Calderón Hinojosa a optar por esa decisión.

Pero, sobre todo, una comisión de la verdad en la que pueda establecerse cómo la globalización produce miseria entre los mexicanos, desempleo, deserciones, muerte y, lo peor, el deseo de combatir la humillación con más humillación, como lo hicieron los colaboracionistas franceses durante la ocupación nazi, a través de la delación.

Lo cierto es que amplios grupos políticos ya están hasta la madre de Javier Sicilia, simplemente porque no se condujo como ellos esperaron o confiaron en que se iría a comportar, constriñéndose a una actividad discursiva para denunciar la procuración y administración de justicia, pero nada de permitirle meterse, opinar sobre lo que en la próxima sucesión presidencial se pone a discusión: la reforma cabal, completa, total del modelo político para, de una vez por todas, iniciar la transición o, al contrario, recurrir a la restauración e imponer un gobierno duro, como preámbulo a una posible dictadura.

No es una suposición descabellada. Durante el curso de verano de la Universidad Complutense de Madrid, en San Lorenzo de El Escorial, en el que se analizan los 50 años de vida de Amnistía Internacional (AI), titulado El mundo puede cambiar, pero no va a cambiar solo, el director de investigación del Secretariado Internacional de AI, el mexicano Javier Zúñiga, advirtió que el país podría vivir una situación en materia de violación a los derechos humanos, parecida a la ocurrida durante las dictaduras militares del cono sur en las décadas de los 70 y 80, sobre todo por la presunta responsabilidad del Ejército en las desapariciones forzadas.

Pero sobre ello, Javier Sicilia debiera tratar en las mesas de diálogo el origen del problema, que no es el PRI, pues sería simplificar demasiado, sino la globalización y sus consecuencias, entre ellas el desarraigo.

Me cuentan algunos de los que lo conocen, que el poeta es admirador y estudioso de Simone Weil, esa inteligente judía que se supo de convicción cristiana, pero que no quiso bautizarse para ingresar a una Iglesia que había prohijado la Inquisición, matado en nombre de Dios, favorecido la corrupción.

En cuanto al desarraigo, esta filósofa apunta: Aun sin conquista militar, el poder del dinero y la dominación económica pueden imponer una influencia extraña hasta el punto de llegar a provocar la enfermedad del desarraigo… hay dos venenos que propagan esta enfermedad. Uno es el dinero. El dinero destruye las raíces por doquier, reemplazando los demás móviles por el deseo de ganancia. Vence sin dificultad a cualquier otro móvil porque exige un esfuerzo de atención mucho menor. Nada tan claro y simple como una cifra… El segundo factor de desarraigo es la instrucción tal como se la concibe hoy.

Weil abre la puerta a la reflexión y al disentimiento. De igual manera a como el dinero produce desarraigo, tanto o más fuerte es el producido por la ausencia de recursos, que obliga al miserable, al pobre, al inscrito en la estadística como sujeto de pobreza alimentaria o pobreza extrema, a convertirse en trasterrado, huir del suelo patrio, con la idea de afincarse y llevar sus 'manes' a un nuevo territorio, donde era absorbido por otra cultura o asimilado a una mezcla civilizatoria ajena a su origen; pero hoy es peor, porque puede literalmente dar con sus huesos en una fosa clandestina, y el muerto queda total, absolutamente desarraigado.

Escribe la maestra del poeta Javier Sicilia: … los venenos de la sociedad circundante han corrompido incluso el sentido de la desgracia. Es necesario reencontrarse con la tradición; pero no se puede desear resucitarla. Por bella que pueda ser la entonación de un grito de dolor, no se puede desear seguir oyéndolo; es más humano desear curar el dolor.

Esta debe ser hoy la tarea de Javier Sicilia. Y sí, hoy por hoy, curar el dolor requiere de una comisión de la verdad, de una reforma total del modelo político, porque no es deseable resucitar la tradición; pero sobre todo, se requiere que él sea humilde. Que bese al senador que se le dé la gana, pero que se sacuda a los atildados personajes y se conduzca con humildad, para que no lo conviertan en trofeo político.

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