Enrique Campos Suárez
Cuando en el otoño del 2008 fuimos testigos del derrumbe financiero de Lehman Brothers y las consecuencias financieras que esto trajo en los mercados, la realidad es que lo atestiguábamos desde una parte alta del ciclo económico. Vamos, no lo sentíamos en carne propia.
Para la primavera del año siguiente ya teníamos las consecuencias en el bolsillo de la Gran Recesión mundial.
Hoy el contexto es diferente. Hasta ahora las evidencias hablan de una baja en la actividad económica, no de un retroceso en el crecimiento. Para cuando Lehman Brothers quebraba, Estados Unidos ya estaba oficialmente en recesión. Hoy no.
No hay duda de que el camino que se ve por delante es de bajada. Lo que está a prueba es el freno en esa pendiente antes de que la máquina agarre vuelo y otra vez se vuelva imparable la cuesta abajo.
El castigo que han sufrido los mercados durante las últimas semanas, con énfasis en las últimas jornadas, adelantan una factura de gran tamaño.
Al jueves negro de la semana pasada siguió un viernes negro en Europa y ya para este lunes se acabaron los calificativos de lo terrible que se han puesto las cosas en los mercados. No se salva ninguno y lo que al final está ocurriendo es que se está destruyendo riqueza.
La semana pasada, en ese afán de seguir tan de cerca personajes específicos, la firma Bloomberg dio a conocer que la riqueza de Carlos Slim había bajado 8,000 millones de dólares.
La cuenta de esta pretenciosa nota no hacía otra cosa que contabilizar el valor de las acciones de las empresas del empresario mexicano antes y después de los peores días de la semana anterior.
El ejercicio es válido para ejemplificar lo que pasa con el dinero que implican las acciones que ahora se derrumban. No sirve el ejercicio si se busca creer que el problema es de un solo hombre, mercado o país.
Un consumidor promedio de Estados Unidos que ve disminuir sus ahorros para el retiro o el valor de su casa tomará precauciones adicionales con su gasto, lo que implica abonar al círculo vicioso en el que las empresas venderán menos, emplearán menos.
La destrucción de valor que enfrentan los mercados acaba por afectar la actividad económica. Hoy, por ejemplo, todos los mexicanos ganamos mucho menos que la semana pasada si lo medimos en dólares. Al sacar un promedio per cápita en esa divisa, hoy somos más pobres que el martes pasado.
La pregunta hoy es si estos episodios dramáticos de los mercados nos van a llevar de vuelta al terreno de la recesión. Aquí las opiniones son diversas. Desde las instancias gubernamentales, la respuesta es contundente: “Por supuesto que no”.
Desde un Barack Obama que dice que, aunque el mundo diga lo contrario, Estados Unidos sigue siendo un país “AAA”. Hasta un Ernesto Cordero que no ve por ningún lado una recesión y mantiene el pronóstico de crecimiento en 4.3% para este año y el que sigue.
En medio están personajes como el exasesor de la Casa Blanca, Lawrence Summers, quien apuesta un tres a uno a una nueva recesión. Y están los que ya la ven venir como el economista Nouriel Roubini. Este economista turco se hizo famoso por su predicción de la crisis subprime. Y ahora, el llamado Doctor Catástrofe lanza su resto pronosticando una nueva caída mundial.
Por ahora, si recordamos crisis anteriores, estamos ante la parte más notoria y dramática de una crisis. Cuando los estridentes mercados adelantan las malas noticias de una baja y los inversionistas salen corriendo. Si ese pesimismo no logra encontrar una tabla de salvación en esta agua agitada, no habrá freno en la caída.
La primera piedra
Ahí están, fieles a sus ambiciones. Los legisladores de oposición salieron a culpar al gobierno federal de la crisis. Lo mismo de la pobreza que de la baja actividad económica.
Lejos de entender que, por ahora, es momento de mandar mensajes de compromiso con su país, de al menos prometer que -ahora sí- trabajarán en su larga lista de pendientes, lo que hacen es volver a angustiar a la gente con sus discursos huecos.
En lugar de salir a los medios a demostrar su ignorancia sobre los temas económicos, debieron salir a comprometer su apoyo a las reformas pendientes. Bien podrían empezar por la reforma laboral que han dejado pendiente por sus ambiciones.
Cuando en el otoño del 2008 fuimos testigos del derrumbe financiero de Lehman Brothers y las consecuencias financieras que esto trajo en los mercados, la realidad es que lo atestiguábamos desde una parte alta del ciclo económico. Vamos, no lo sentíamos en carne propia.
Para la primavera del año siguiente ya teníamos las consecuencias en el bolsillo de la Gran Recesión mundial.
Hoy el contexto es diferente. Hasta ahora las evidencias hablan de una baja en la actividad económica, no de un retroceso en el crecimiento. Para cuando Lehman Brothers quebraba, Estados Unidos ya estaba oficialmente en recesión. Hoy no.
No hay duda de que el camino que se ve por delante es de bajada. Lo que está a prueba es el freno en esa pendiente antes de que la máquina agarre vuelo y otra vez se vuelva imparable la cuesta abajo.
El castigo que han sufrido los mercados durante las últimas semanas, con énfasis en las últimas jornadas, adelantan una factura de gran tamaño.
Al jueves negro de la semana pasada siguió un viernes negro en Europa y ya para este lunes se acabaron los calificativos de lo terrible que se han puesto las cosas en los mercados. No se salva ninguno y lo que al final está ocurriendo es que se está destruyendo riqueza.
La semana pasada, en ese afán de seguir tan de cerca personajes específicos, la firma Bloomberg dio a conocer que la riqueza de Carlos Slim había bajado 8,000 millones de dólares.
La cuenta de esta pretenciosa nota no hacía otra cosa que contabilizar el valor de las acciones de las empresas del empresario mexicano antes y después de los peores días de la semana anterior.
El ejercicio es válido para ejemplificar lo que pasa con el dinero que implican las acciones que ahora se derrumban. No sirve el ejercicio si se busca creer que el problema es de un solo hombre, mercado o país.
Un consumidor promedio de Estados Unidos que ve disminuir sus ahorros para el retiro o el valor de su casa tomará precauciones adicionales con su gasto, lo que implica abonar al círculo vicioso en el que las empresas venderán menos, emplearán menos.
La destrucción de valor que enfrentan los mercados acaba por afectar la actividad económica. Hoy, por ejemplo, todos los mexicanos ganamos mucho menos que la semana pasada si lo medimos en dólares. Al sacar un promedio per cápita en esa divisa, hoy somos más pobres que el martes pasado.
La pregunta hoy es si estos episodios dramáticos de los mercados nos van a llevar de vuelta al terreno de la recesión. Aquí las opiniones son diversas. Desde las instancias gubernamentales, la respuesta es contundente: “Por supuesto que no”.
Desde un Barack Obama que dice que, aunque el mundo diga lo contrario, Estados Unidos sigue siendo un país “AAA”. Hasta un Ernesto Cordero que no ve por ningún lado una recesión y mantiene el pronóstico de crecimiento en 4.3% para este año y el que sigue.
En medio están personajes como el exasesor de la Casa Blanca, Lawrence Summers, quien apuesta un tres a uno a una nueva recesión. Y están los que ya la ven venir como el economista Nouriel Roubini. Este economista turco se hizo famoso por su predicción de la crisis subprime. Y ahora, el llamado Doctor Catástrofe lanza su resto pronosticando una nueva caída mundial.
Por ahora, si recordamos crisis anteriores, estamos ante la parte más notoria y dramática de una crisis. Cuando los estridentes mercados adelantan las malas noticias de una baja y los inversionistas salen corriendo. Si ese pesimismo no logra encontrar una tabla de salvación en esta agua agitada, no habrá freno en la caída.
La primera piedra
Ahí están, fieles a sus ambiciones. Los legisladores de oposición salieron a culpar al gobierno federal de la crisis. Lo mismo de la pobreza que de la baja actividad económica.
Lejos de entender que, por ahora, es momento de mandar mensajes de compromiso con su país, de al menos prometer que -ahora sí- trabajarán en su larga lista de pendientes, lo que hacen es volver a angustiar a la gente con sus discursos huecos.
En lugar de salir a los medios a demostrar su ignorancia sobre los temas económicos, debieron salir a comprometer su apoyo a las reformas pendientes. Bien podrían empezar por la reforma laboral que han dejado pendiente por sus ambiciones.
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