Carlos Ramírez / Indicador Político
Como si fuera un priísta típico, Barack Obama y sus seguidores acaban de abrir el primer sobre de la tradición sucesoria: “Échale la culpa a tu antecesor”. Sin embargo, el escenario de pánico en los EU establece que la responsabilidad de la burbuja de la deuda es del presidente actual.
En el primer periodo que termina a finales de 2012, Obama habrá aumentado la deuda en cuatro años en 6.6 billones de dólares, contra 4.3 de Bush en ocho años y 1.6 de William Clinton en sus dos periodos. La tendencia del endeudamiento llegaría en el 2016 a un estimado de aumento de deuda de casi 11 billones si acaso Obama se reelige, un disparo de 110% sobre Bush y de 370% sobre Clinton.
Como populista al estilo priísta, la política económica de Obama se redujo a aumentar el circulante y vivir de prestado para atender la crisis que heredó de Bush pero que quiso resolver a base de billetazos para no cambiar la esencia del factor que detonó el colapso de 2008-2009: La codicia. Sin aumentar el ingreso, Obama destinó 3 mil millones de dólares para subsidiar compra de autos, destinó 700 mil millones de dólares para salvar a los bancos de las deudas basura, 165 mil millones sólo a ocho bancos --entre ellos a Goldman, cuya codicia estalló el colapso--, 200 mil millones a cubrir hipotecas insalvables y 300 mil millones a recompra de valores del Tesoro que --ahora se ve-- no valen nada.
Obama se encuentra casi en el mismo escenario de México en 1994-1995: Una devaluación contenida por Carlos Salinas, le estalló a Zedillo y el dilema no fue fácil: Salvar a los usuarios de la banca o salvar a los bancos; Zedillo optó por salvar a los bancos, subió tasas de interés e inyectó recursos públicos comprando deudas basura, pero a costa de empobrecer hasta la fecha a millones de mexicanos; salvar a los deudores de la banca no fue opción. Hoy Obama está en las mismas: Salvó a las empresas del capitalismo pero quedó ahorcado con las deudas. Hoy quiere que el Congreso de mayoría republicana le saque las castañas del fuego y, sobre todo, le salve su reelección.
La política de salvamento de la crisis de Obama fue populista: Carretadas de dinero a los bancos e hipotecarias para estabilizar sus especulaciones, pero la economía popular no se dinamizó y el desempleo sigue creciendo. La racionalidad económica aconseja no seguir echando dinero bueno al malo, llevar a los EU a una reordenación responsable de finanzas, reconocer que el capitalismo atraviesa por una crisis general similar a la de finales de los sesenta y principios de los setenta y olvidarse de la reelección.
El gasto público siempre ha sido una buena salvación, pero necesita de una racionalidad política. En 1971 el presidente Echeverría tuvo razón en revelar el mito del milagro económico y social mexicano del desarrollo estabilizador y difundir que había un grave y peligroso rezago social; sólo que aumentó el gasto sin atender los ingresos y el déficit presupuestal se tapó con deuda hasta que estalló la crisis; López Portillo hizo lo mismo aunque amparado con el petróleo. Pero las crisis de 1976 y 1982 fueron hijas de la misma doctrina económica: Atender lo social sin resolver lo fiscal.
Obama le apostó a la reactivación de la economía y perdió la apuesta. Hoy quiere que en el casino financiero le aumenten el crédito para las apuestas para seguir jugando aunque sin garantizar el pago. Ello quiere decir que objetivamente no existe una disputa de proyecto ideológico en la economía: Obama quiere seguir apostando sin saber si va a ganar o a perder y los republicanos se niegan a otorgarle fondos si antes no garantiza la viabilidad.
El verdadero debate en los EU, por tanto, no es del héroe Obama contra los malos del Tea Party sino de redefinición de la política económica del capitalismo codicioso en colapso. Si Obama aceptó el costo del desempleo como parte de la factura social, entonces debió de haber pagado el costo de la quiebra de bancos y especuladoras; pero a pesar de haber sido financiado en su campaña por la sociedad no propietaria, al final de cuentas Obama salvó al capitalismo codicioso de los bancos, las hipotecarias, las automotrices, cuyos directivos, por cierto, reanudaron sus multimillonarios beneficios en bonos personales pero con cargo al dinero de salvamento. Al permitir esos excesos y salvar a los accionistas y no a los usuarios financieros, Obama carece hoy de autoridad moral para invocar que quieren dañar a los pobres.
El tema de la deuda ha sido distorsionado: Bush padre dejó la deuda en 4 billones, Clinton la llevó a 5.6 billones de dólares; Bush hijo la subió a 9.9 billones, Obama la dejará en el 2012 en 16.6 billones y se prevé que llegue a 20.8 billones en el 2016 si Obama se reelige (http://www.whitehouse.gov/omb/budget/Historicals). Bush hijo bajó el costo de la deuda de 60% a 38% y Obama la volvió a subir a 60%.
Los más preocupados por la falta de arreglo en materia de deuda son justamente los que causaron la crisis y que fueron rescatados con dinero fiscal: La semana pasada la empresa Goldman alertó de un “apocalipsis” sin acuerdo, claro que porque perdería beneficios.
En el fondo, Obama quiere salvar al capitalismo de las corporaciones y de la codicia con el dinero de la deuda. Las cifras hablan de un desempleo de casi 10%, de aumento de la delincuencia por esa razón, de un empobrecimiento de los más pobres. El concepto de Estado social de Obama es indirecto: Crecimiento económico por apoyo a las corporaciones y empleo aunque sea de vendedor de hamburguesas, como lo hizo Clinton en sus dos periodos.
Pero en lugar de un debate de fondo sobre la crisis, las discusiones se han polarizado entre buenos (Obama) y malos (republicanos). Al Tea Party ya le salió el Coffee Party de los defensores del populismo demócrata, quienes quieren salvar a Obama con más deuda y sin reformas, mientras aplaudieron la imposición de un duro programa de ajuste antisocial a Grecia y Portugal por los mismos excesos de Obama.
Pero la batalla real se da en las calles. Según promedio de las encuestas, la gente ya le bajó la aprobación a Obama de 52.5% a 44.6%, de acuerdo al conteo de Real Clear Politics, y sigue en picada.
Como si fuera un priísta típico, Barack Obama y sus seguidores acaban de abrir el primer sobre de la tradición sucesoria: “Échale la culpa a tu antecesor”. Sin embargo, el escenario de pánico en los EU establece que la responsabilidad de la burbuja de la deuda es del presidente actual.
En el primer periodo que termina a finales de 2012, Obama habrá aumentado la deuda en cuatro años en 6.6 billones de dólares, contra 4.3 de Bush en ocho años y 1.6 de William Clinton en sus dos periodos. La tendencia del endeudamiento llegaría en el 2016 a un estimado de aumento de deuda de casi 11 billones si acaso Obama se reelige, un disparo de 110% sobre Bush y de 370% sobre Clinton.
Como populista al estilo priísta, la política económica de Obama se redujo a aumentar el circulante y vivir de prestado para atender la crisis que heredó de Bush pero que quiso resolver a base de billetazos para no cambiar la esencia del factor que detonó el colapso de 2008-2009: La codicia. Sin aumentar el ingreso, Obama destinó 3 mil millones de dólares para subsidiar compra de autos, destinó 700 mil millones de dólares para salvar a los bancos de las deudas basura, 165 mil millones sólo a ocho bancos --entre ellos a Goldman, cuya codicia estalló el colapso--, 200 mil millones a cubrir hipotecas insalvables y 300 mil millones a recompra de valores del Tesoro que --ahora se ve-- no valen nada.
Obama se encuentra casi en el mismo escenario de México en 1994-1995: Una devaluación contenida por Carlos Salinas, le estalló a Zedillo y el dilema no fue fácil: Salvar a los usuarios de la banca o salvar a los bancos; Zedillo optó por salvar a los bancos, subió tasas de interés e inyectó recursos públicos comprando deudas basura, pero a costa de empobrecer hasta la fecha a millones de mexicanos; salvar a los deudores de la banca no fue opción. Hoy Obama está en las mismas: Salvó a las empresas del capitalismo pero quedó ahorcado con las deudas. Hoy quiere que el Congreso de mayoría republicana le saque las castañas del fuego y, sobre todo, le salve su reelección.
La política de salvamento de la crisis de Obama fue populista: Carretadas de dinero a los bancos e hipotecarias para estabilizar sus especulaciones, pero la economía popular no se dinamizó y el desempleo sigue creciendo. La racionalidad económica aconseja no seguir echando dinero bueno al malo, llevar a los EU a una reordenación responsable de finanzas, reconocer que el capitalismo atraviesa por una crisis general similar a la de finales de los sesenta y principios de los setenta y olvidarse de la reelección.
El gasto público siempre ha sido una buena salvación, pero necesita de una racionalidad política. En 1971 el presidente Echeverría tuvo razón en revelar el mito del milagro económico y social mexicano del desarrollo estabilizador y difundir que había un grave y peligroso rezago social; sólo que aumentó el gasto sin atender los ingresos y el déficit presupuestal se tapó con deuda hasta que estalló la crisis; López Portillo hizo lo mismo aunque amparado con el petróleo. Pero las crisis de 1976 y 1982 fueron hijas de la misma doctrina económica: Atender lo social sin resolver lo fiscal.
Obama le apostó a la reactivación de la economía y perdió la apuesta. Hoy quiere que en el casino financiero le aumenten el crédito para las apuestas para seguir jugando aunque sin garantizar el pago. Ello quiere decir que objetivamente no existe una disputa de proyecto ideológico en la economía: Obama quiere seguir apostando sin saber si va a ganar o a perder y los republicanos se niegan a otorgarle fondos si antes no garantiza la viabilidad.
El verdadero debate en los EU, por tanto, no es del héroe Obama contra los malos del Tea Party sino de redefinición de la política económica del capitalismo codicioso en colapso. Si Obama aceptó el costo del desempleo como parte de la factura social, entonces debió de haber pagado el costo de la quiebra de bancos y especuladoras; pero a pesar de haber sido financiado en su campaña por la sociedad no propietaria, al final de cuentas Obama salvó al capitalismo codicioso de los bancos, las hipotecarias, las automotrices, cuyos directivos, por cierto, reanudaron sus multimillonarios beneficios en bonos personales pero con cargo al dinero de salvamento. Al permitir esos excesos y salvar a los accionistas y no a los usuarios financieros, Obama carece hoy de autoridad moral para invocar que quieren dañar a los pobres.
El tema de la deuda ha sido distorsionado: Bush padre dejó la deuda en 4 billones, Clinton la llevó a 5.6 billones de dólares; Bush hijo la subió a 9.9 billones, Obama la dejará en el 2012 en 16.6 billones y se prevé que llegue a 20.8 billones en el 2016 si Obama se reelige (http://www.whitehouse.gov/omb/budget/Historicals). Bush hijo bajó el costo de la deuda de 60% a 38% y Obama la volvió a subir a 60%.
Los más preocupados por la falta de arreglo en materia de deuda son justamente los que causaron la crisis y que fueron rescatados con dinero fiscal: La semana pasada la empresa Goldman alertó de un “apocalipsis” sin acuerdo, claro que porque perdería beneficios.
En el fondo, Obama quiere salvar al capitalismo de las corporaciones y de la codicia con el dinero de la deuda. Las cifras hablan de un desempleo de casi 10%, de aumento de la delincuencia por esa razón, de un empobrecimiento de los más pobres. El concepto de Estado social de Obama es indirecto: Crecimiento económico por apoyo a las corporaciones y empleo aunque sea de vendedor de hamburguesas, como lo hizo Clinton en sus dos periodos.
Pero en lugar de un debate de fondo sobre la crisis, las discusiones se han polarizado entre buenos (Obama) y malos (republicanos). Al Tea Party ya le salió el Coffee Party de los defensores del populismo demócrata, quienes quieren salvar a Obama con más deuda y sin reformas, mientras aplaudieron la imposición de un duro programa de ajuste antisocial a Grecia y Portugal por los mismos excesos de Obama.
Pero la batalla real se da en las calles. Según promedio de las encuestas, la gente ya le bajó la aprobación a Obama de 52.5% a 44.6%, de acuerdo al conteo de Real Clear Politics, y sigue en picada.
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