Narcos, promotores electorales

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

El endeble proyecto de gobierno ideado y presentado por Felipe Calderón Hinojosa durante su campaña proselitista, se judicializó. No es posible determinar las causas, pero las consecuencias están a la vista: un pertinaz enfrentamiento con los jueces del Poder Judicial de la Federación, además de la incapacidad para reconocer y corregir las debilidades de la procuración de justicia a todos sus niveles.

Al determinar, por él mismo y ante él mismo, iniciar una guerra sin cuartel contra los barones de la droga, después extendida a la delincuencia organizada en general, acotó la exultación de sus logros de gobierno a un único tema, de allí que con todo descaro sus publicistas y funcionarios tergiversen la verdad cuando de informar sobre otros supuestos éxitos administrativos se trata.

Lo hacen con inteligencia, pues no desglosan; sostienen que con ellos se funda el México de la democracia, lo que es a todas luces no comprobable, pues quién tiene los elementos para saber, a ciencia y paciencia, la verdad sobre los kilómetros de carretera nuevos y los restaurados, cuál es la diferencia; quién puede determinar cuáles clínicas y hospitales son de construcción reciente, cuáles fueron restauradas, o saber de los estímulos fiscales para crear empleos, o cuánto ahorro exporta esta nación, en las ganancias desmesuradas de las instituciones bancarias y las empresas transnacionales que acá invierten lo mínimo.

Ante el avasallamiento de la realidad y frente a la imperiosa necesidad de crear imagen política para asegurar la permanencia del PAN en el poder, el presidente Felipe Calderón decidió escuchar a Genaro García Luna y éste, a su vez, ya había escuchado a Lizeth Parra. La explicación la ofrece el personaje de la teleserie El octavo mandamiento, quien en su encarnación de Procurador General de la República responde a Camila San Millán, reportera que lo interroga sobre las “recreaciones” informativas: es una manera de dar a los mexicanos un asidero para creer en su gobierno, porque todo lo demás está fallando.

El “espot” de la taxista y el pasajero sobre el éxito de la lucha contra el narco, se cae por su propio peso, se vence ante el número de muertos, desaparecidos y víctimas no identificables que han sido exhumadas de las fosas clandestinas; se hace inexistente ante los equívocos de la policía, que sin orden de cateo entra a domicilios buscando armas, para después explicar que andaban tras peligroso asesino.

¿Cómo puede ser creíble lo que se fundamentó sobre bases equívocas y con el deseo de significar un éxito donde la realidad dice lo contrario? Ese Demonio de Sócrates que no me deja ni a sol ni a sombra explica, comenta, asegura, impone un criterio que determina el comportamiento de quienes vendieron a Felipe Calderón esa insana idea como fuerza motriz de propaganda política: La verdad es que creen estar efectuando un servicio público de interés general. Se trata de eliminar enemigos potencialmente peligrosos a los que no se puede dejar a su libre albedrío. Lo lógico sería que, tras ser identificados, como mínimo, se les encerrase. Pero desde la instauración, entre otras medidas destinadas al mantenimiento de la ley, de la guerra contra la delincuencia organizada, y la puesta en práctica de una nueva Ley de Seguridad Nacional como piedra angular de una reforma constitucional penal, ante el enorme costo de la encarcelación de narcos, secuestradores y asesinos de toda laya, resulta más barato convertirlos en víctimas del enfrentamiento entre cárteles, o en voceros del éxito de la aplicación de la ley.

Si Florence Cassez es el paradigma del considerado “destello” de genialidad publicitaria, dadas las características en que se ha desarrollado el gobierno y la “amenaza” de regresar la banda presidencial al PRI, el uso y abuso de la imagen de los barones de la droga se debe a que consideran que su voz y su arresto servirán como catalizador de la voluntad electoral, para que como por ensalmo se sumen a la opinión de la mujer del taxi, con el propósito de refrendar su apoyo a Acción Nacional, sin importar el número de muertes, ni la corrupción e impunidad galopantes que asedian la otrora honorabilidad de los panistas.

Exhibir a Oswaldo García Montoya, permitirle referirse al “supuesto” secuestrador de Diego Fernández de Cevallos, se hace con la idea de demostrar al dueño del poder, porque los tiene en un puño, a los narcotraficantes y secuestradores. Al ponerlos bajo los reflectores, consideran que inducen la certeza de que podrán dormir tranquilos, hasta que lleguen gritando, sin orden de cateo: ¡Dónde están las armas, hijos de la chingada!

La playera Polo de Édgar Valdés Villarreal, “La Barbie”; la sugerencia de que José Gerardo Álvarez Vázquez, “El Indio”, tuvo un hijo con una ganadora del premio de belleza, son elementos elegidos con la intención de que los televidentes, los ciudadanos de a pie, se percaten que es muy fácil encontrar, detener y hasta extraditar a quien viola la ley, por más dinero que tenga o mejores “viejas” que traiga.

Alguien, en su insano juicio, sugirió al presidente Felipe Calderón Hinojosa que hacer uso electoral de la imagen de los delincuentes perseguidos y detenidos bajo su administración le redituará votos, conciencias, apoyo irrestricto al momento de establecer un saldo entre las columnas del debe y el haber, porque de abandonar Los Pinos, podría demostrarse que ni el peor gobierno priista dejó a México en la situación en que él lo entregará a su sucesor.

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