Moreira

Carmen Aristegui

El PRI está en serios problemas. El asunto Moreira está a un punto de lo inmanejable. Algo tendría que hacer, pronto, el PRI con su presidente nacional; y el presidente nacional del PRI tendría que hacer algo, pronto, consigo mismo.

El margen se les agota, y lo que cabe es que enfrenten la situación de forma diametralmente distinta a la que hasta ahora han adoptado para sobrellevar esta crisis que, amén del creciente escándalo, podría desembocar en el ámbito de lo penal. La escalada de información sobre el gobernador con licencia de Coahuila, Humberto Moreira, es de tal gravedad que no puede sortearse con disimulos o con chascarrillos que tratan de exorcizar los cuestionamientos, las revelaciones en la prensa y señalamientos y críticas de sus adversarios acerca de temas puntuales y señalamientos específicos: sobreendeudamiento del Estado –no es el único caso, pero sí el más escandaloso–, falsificación de documentos, tergiversación y ocultamiento de información a las calificadoras de deuda –que ya se lo cobraron castigando a la entidad en sus valoraciones de deuda–, presuntos retrasos y retenciones de recursos federales para los municipios que debieron ser entregados por el entonces gobernador.

Las informaciones reveladas han dejado contra las cuerdas a Moreira que aún no atina a contestar, sino con ocurrencias, sobre los graves señalamientos de conductas que se le imputan en lo directo a su persona o a integrantes de su círculo más cercano, en lo político y en lo familiar.

La carga política que, por supuesto, conlleva la exhibición de informaciones que debilitan a Moreira y comprometen al PRI, si bien es inocultable, no es, en estos momentos, lo más relevante.

Al PAN y, más recientemente, al PRD el escándalo les ha servido para denostar al PRI y a Moreira. El líder priísta denuncia la existencia de una “campaña perversa... bien orquestada... con la que Acción Nacional pretende desprestigiar al PRI”, y dañar a sus dirigentes. La raja política, inevitable ya, no es el tema principal. El tema central, ahora, es saber qué tanto de las acusaciones corresponde a la verdad, con qué elementos de prueba se sostienen y si se hará de todo esto un procesamiento judicial. A Moreira se le considera, a estas alturas, la encarnación del modelo de poder que han ejercido los gobernadores del país en los últimos años. Más señores feudales que gobernantes autónomos de sus entidades. Más de horca y cuchillo que representación federalista.

Los gobernadores que han logrado reproducir, en la escala local, muchos de los vicios del viejo autoritarismo que favorecen la insana concentración de poder en la figura del Ejecutivo. El alineamiento de una buena parte de los factores de poder en lo legislativo, judicial, electoral y mediático en torno suyo, tal y como sucedía con el viejo presidencialismo, constituye el fenómeno de poder –post alternancia presidencial– mediante el cual se explica cómo le fue posible a Moreira incrementar de 320 millones de endeudamiento a los más de 32 mil millones que han sido reconocidos y lograr una influencia extendida en el actual interinato y con la próxima gubernatura que encabezará su propio hermano.

El poder Moreira alcanzó para lograr la aprobación en el Congreso local de créditos millonarios que permitirán el refinanciamiento del enorme pasivo que arrastrará Coahuila por los próximos 30 años, o más. Un poder sin contrapesos, como el de Moreira y otros gobernadores, permite que por sí mismo o por interpósita persona, el gobernante se enriquezca, oculte, tergiverse o mienta para la obtención de recursos millonarios que se ocupan en obras, carreteras o programas cuyo desarrollo no queda clarificado.

A menos que demuestre lo contrario, Moreira se erige en la figura emblemática de los abusos que se pueden cometer desde un poder sin contrapesos. Hasta ahora Moreira no ha hecho una defensa de sí mismo, con datos, papeles o argumentos legales que puedan contrastarse con los ya publicados en su contra.

No ha enfrentado el asunto de no ser con intermitentes declaraciones a la prensa en la que sólo ha minimizado, trivializado o eludido el tema y las preguntas específicas que deberá contestar de una u otra manera.

En tanto eso no ocurra, el presidente del PRI preserva y amplía la incómoda situación que compromete e incomoda a su partido, al candidato de su partido y, por supuesto, a sí mismo y a todos los que lo rodean.

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