Martha Anaya / Crónica de Política
El ambiente es tipo disco. Bajo luces ad hoc –una aquí, otra allá–, poco más de dos mil asistentes ven subir a Marcelo Ebrard hacia la pequeña tribuna circular entornada en lo alto por pantallas. Lleva el saco abierto, toma el micrófono como un chaval que va a arrancarse a cantar ante sus fans, pero a cambio advierte:
“(esto) no se trata de un partido. No es un destape; yo siempre he dicho que voy a participar en la selección del candidato de las izquierdas. No se trata de otra fracción, porque entonces no estaríamos todos los que estamos. No se trata de un movimiento contra nadie…”
El jefe de Gobierno del Distrito Federal no lleva discurso escrito.
Jesús Ortega, ex presidente del PRD, habría de tragarse sus palabras dichas minutos antes desde la misma tribuna y ante el mismo auditorio, cuando estableció que estábamos ante cuatro alternativas: la vuelta al pasado (PRI), la continuidad de lo estéril (PAN), la polarización que confronta o destruye (Andrés Manuel López Obrador), o la vía de la paz, la vida y el progreso (Marcelo Ebrard)
“De lo que se trata el día de hoy –subrayaría a contrapelo el Jefe de Gobierno del DF– es de una reunión de quienes tenemos un compromiso, de quienes estamos indignados con la realidad del país”.
Asienten desde la primera fila Ángel Heladio Aguirre Rivero y Mario López Valdés, gobernadores de Guerrero y Sinaloa que alcanzaron el triunfo mediante las polémicas alianzas PRD-PAN; Manuel Camacho Solís, coordinador del DIA y arquitecto de las alianzas; Jesús Zambrano, líder del PRD; Alejandra Barrales, presidenta de la Asamblea Legislativa del DF.
Amalia García, la ex gobernadora de Zacatecas, perdedora del bastión perredista en la pasada elección, cruza miradas con el “Chucho” mayor y Graco Ramírez; mientras en otro extremo del salón Guadalupe Acosta Naranjo, perdedor absoluto en la contienda por la gubernatura de Nayarit, mueve la cabeza de un lado al otro; el senador Carlos Navarrete la deja correr.
Demócratas de Izquierda (por un nuevo México) reza el logotipo del movimiento que los reúne –y que se desgrana en tres propuestas concretas: Paz, justicia social, progreso–, aunque la verdad no todos los ahí presentes pasarían el filtro ni de demócratas, ni de izquierda.
Más bien parecía que lo que ahí llevaba a algunos era su rechazo a López Obrador. Jesús Ortega era su paladín y así lo dejó ver él mismo en su intervención.
Pero Ebrard seguía con su discurso. Tres temas centrales: pobreza, violencia y política de Estado:
“¡Ochenta millones de pobres!, ¿qué otra evidencia quieren del fracaso de esa política?
Ejemplificó con los casos de México y Brasil para demostrar que “la izquierda tiene la razón en la estrategia de crecimiento” a seguir. El cambio en el país vendrá sólo de la izquierda, sostuvo. Y advirtió que “el regreso no es opción”.
Un “¡sí se puede!”, de Marcelo, sobresaltó a no pocos. Fue el grito de guerra de Roberto Madrazo frente a Francisco Labastida en la lucha por la candidatura del PRI en el 2000. La frase la repetiría Ebrard en dos o tres ocasiones a manera de clarín de guerra.
Miembros de su gabinete batían palmas. Allí se encontraban los Secretarios de Gobierno, José Ángel Ávila; de Salud, Armando Ahued; de Seguridad, Manuel Mondragón y Kalb; de Desarrollo Urbano, Felipe Leal; de Protección Civil, Elías Miguel Moreno Brizuela; de Turismo, Alejandro Rojas Díaz Durán; de Educación, Mario Delgado, y el titular del Invea, Meyer Klip, junto con otros personajes como Ricardo García Sainz y Agustín Basave.
Seguiría Marcelo con la necesidad de abandonar la lógica de la guerra:
“Es un peligro la lógica de la guerra. La guerra elimina los derechos. La guerra promueve la violencia, y la guerra nos lleva al desastre. Necesitamos otra política de seguridad basada en el desarrollo humano”.
Fue entonces que el jefe de gobierno se llevó el aplauso más nutrido por parte de la concurrencia en el salón Maya del World Trade Center. Marta Lamas, Luis Fonserrada, Aram Barrra, Angélica Ortiz, Guillermo Arriaga y José Sulaimán eran unos de tantos.
José Carrancá, presidente del Club de Industriales, no había perdido palabra; incluso el dueño del restorán El Cardenal, –refugio de muchos políticos– Tito Ruiz, se sumaba a las palmas junto con Oscar Arguelles, Jesús Meza, René Cervera, David Razú, Carlos Augusto Morales, Víctor Hugo Romo, Armando Ríos Piter y Mauricio Toledo.
Este movimiento, diría Ebrard, estará integrado por personas que tienen la convicción de que la única forma que tiene México de salir adelante “es proponer otra filosofía, otras políticas públicas y otros caminos que tienen que venir de la izquierda”.
Queremos generar progreso profundo y permanente, indicó. El nuestro es “un compromiso inteligente, moderno y sobre todo un camino nuevo, diferente”.
El aspirante a la candidatura presidencial por las izquierdas concluyó con un “¡vamos a construir la correlación de fuerzas que nos permitan cambiar el país a partir del 2012!”.
Y su figura desapareció en medio de un enjambre de fotógrafos, amigos y funcionarios; al tiempo que uno de uno de los asistentes concedía: “es un pequeño tanque de oxígeno para Marcelo”.
El ambiente es tipo disco. Bajo luces ad hoc –una aquí, otra allá–, poco más de dos mil asistentes ven subir a Marcelo Ebrard hacia la pequeña tribuna circular entornada en lo alto por pantallas. Lleva el saco abierto, toma el micrófono como un chaval que va a arrancarse a cantar ante sus fans, pero a cambio advierte:
“(esto) no se trata de un partido. No es un destape; yo siempre he dicho que voy a participar en la selección del candidato de las izquierdas. No se trata de otra fracción, porque entonces no estaríamos todos los que estamos. No se trata de un movimiento contra nadie…”
El jefe de Gobierno del Distrito Federal no lleva discurso escrito.
Jesús Ortega, ex presidente del PRD, habría de tragarse sus palabras dichas minutos antes desde la misma tribuna y ante el mismo auditorio, cuando estableció que estábamos ante cuatro alternativas: la vuelta al pasado (PRI), la continuidad de lo estéril (PAN), la polarización que confronta o destruye (Andrés Manuel López Obrador), o la vía de la paz, la vida y el progreso (Marcelo Ebrard)
“De lo que se trata el día de hoy –subrayaría a contrapelo el Jefe de Gobierno del DF– es de una reunión de quienes tenemos un compromiso, de quienes estamos indignados con la realidad del país”.
Asienten desde la primera fila Ángel Heladio Aguirre Rivero y Mario López Valdés, gobernadores de Guerrero y Sinaloa que alcanzaron el triunfo mediante las polémicas alianzas PRD-PAN; Manuel Camacho Solís, coordinador del DIA y arquitecto de las alianzas; Jesús Zambrano, líder del PRD; Alejandra Barrales, presidenta de la Asamblea Legislativa del DF.
Amalia García, la ex gobernadora de Zacatecas, perdedora del bastión perredista en la pasada elección, cruza miradas con el “Chucho” mayor y Graco Ramírez; mientras en otro extremo del salón Guadalupe Acosta Naranjo, perdedor absoluto en la contienda por la gubernatura de Nayarit, mueve la cabeza de un lado al otro; el senador Carlos Navarrete la deja correr.
Demócratas de Izquierda (por un nuevo México) reza el logotipo del movimiento que los reúne –y que se desgrana en tres propuestas concretas: Paz, justicia social, progreso–, aunque la verdad no todos los ahí presentes pasarían el filtro ni de demócratas, ni de izquierda.
Más bien parecía que lo que ahí llevaba a algunos era su rechazo a López Obrador. Jesús Ortega era su paladín y así lo dejó ver él mismo en su intervención.
Pero Ebrard seguía con su discurso. Tres temas centrales: pobreza, violencia y política de Estado:
“¡Ochenta millones de pobres!, ¿qué otra evidencia quieren del fracaso de esa política?
Ejemplificó con los casos de México y Brasil para demostrar que “la izquierda tiene la razón en la estrategia de crecimiento” a seguir. El cambio en el país vendrá sólo de la izquierda, sostuvo. Y advirtió que “el regreso no es opción”.
Un “¡sí se puede!”, de Marcelo, sobresaltó a no pocos. Fue el grito de guerra de Roberto Madrazo frente a Francisco Labastida en la lucha por la candidatura del PRI en el 2000. La frase la repetiría Ebrard en dos o tres ocasiones a manera de clarín de guerra.
Miembros de su gabinete batían palmas. Allí se encontraban los Secretarios de Gobierno, José Ángel Ávila; de Salud, Armando Ahued; de Seguridad, Manuel Mondragón y Kalb; de Desarrollo Urbano, Felipe Leal; de Protección Civil, Elías Miguel Moreno Brizuela; de Turismo, Alejandro Rojas Díaz Durán; de Educación, Mario Delgado, y el titular del Invea, Meyer Klip, junto con otros personajes como Ricardo García Sainz y Agustín Basave.
Seguiría Marcelo con la necesidad de abandonar la lógica de la guerra:
“Es un peligro la lógica de la guerra. La guerra elimina los derechos. La guerra promueve la violencia, y la guerra nos lleva al desastre. Necesitamos otra política de seguridad basada en el desarrollo humano”.
Fue entonces que el jefe de gobierno se llevó el aplauso más nutrido por parte de la concurrencia en el salón Maya del World Trade Center. Marta Lamas, Luis Fonserrada, Aram Barrra, Angélica Ortiz, Guillermo Arriaga y José Sulaimán eran unos de tantos.
José Carrancá, presidente del Club de Industriales, no había perdido palabra; incluso el dueño del restorán El Cardenal, –refugio de muchos políticos– Tito Ruiz, se sumaba a las palmas junto con Oscar Arguelles, Jesús Meza, René Cervera, David Razú, Carlos Augusto Morales, Víctor Hugo Romo, Armando Ríos Piter y Mauricio Toledo.
Este movimiento, diría Ebrard, estará integrado por personas que tienen la convicción de que la única forma que tiene México de salir adelante “es proponer otra filosofía, otras políticas públicas y otros caminos que tienen que venir de la izquierda”.
Queremos generar progreso profundo y permanente, indicó. El nuestro es “un compromiso inteligente, moderno y sobre todo un camino nuevo, diferente”.
El aspirante a la candidatura presidencial por las izquierdas concluyó con un “¡vamos a construir la correlación de fuerzas que nos permitan cambiar el país a partir del 2012!”.
Y su figura desapareció en medio de un enjambre de fotógrafos, amigos y funcionarios; al tiempo que uno de uno de los asistentes concedía: “es un pequeño tanque de oxígeno para Marcelo”.
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