La frontera y la relación bilateral

José Carreño Figueras

En todo el estruendo que suele rodear a las relaciones entre Estados Unidos y México suele olvidarse la influencia que pueden tener en ella los estados de la frontera, en especial los del lado estadounidense.

Pero hoy que el gobernador de Texas, Rick Perry, tiene amplias posibilidades de convertirse en el candidato presidencial republicano vuelve a hacerse un necesario hincapié en la importancia que estados como Texas, California, Nuevo México o Arizona tienen para la relación bilateral.

El impacto es en todos los niveles. Separados por el Río Bravo en un extremo, el Colorado en el otro, y la línea imaginaria que a ratos marcan mojones, bardas y a veces sólo una señal, los dos lados de la frontera componen lo que de hecho es una sola región, con problemas ecológicos comunes, economías profundamente entrelazadas y a veces necesidades políticas irremediablemente vinculadas entre sí.

Mas del 70 por ciento del comercio bilateral ocurre a través de esa frontera y la primera zona en resentir las dificultades de cualquier índole en alguno de los dos países es justamente la demarcación que los separa.

La población de origen mexicano es considerable en los cuatro estados estadounidenses fronterizos y eso complica y ayuda la relación: por un lado los contactos de sociedad, negocios y cultura se convierten en cuestiones vinculantes, pero las relaciones delincuenciales también.

A finales de los noventas el entonces gobernador George W. Bush usó los buenos oficios del entonces gobernador de Tamaulipas, Tomas Yarrington, para conseguir entrevistas con el presidente Ernesto Zedillo y probar así que sabía de política exterior.

Pero mas allá, la importancia es tal que los Consulados de México en Austin, Sacramento, Santa Fe o Phoenix bien podrían tener el rango de embajadas, dado el impacto que esos gobiernos estatales tienen o han tenido en el tono y la forma de los contactos bilaterales. Baste si no recordar el eco encontrado por la ley antimigrante de Arizona.

Por décadas la frontera tuvo su propia dinámica. De hecho, sus habitantes se quejaban con frecuencia de la interferencia de sus respectivas capitales y formaban lo que alguna vez llegó a definirse como un tercer país.

Pero aún así, la relación nunca ha sido fácil y menos desde que dos migraciones se asentaron en ambos lados de la frontera. Una, del lado mexicano, la de personas que buscan o buscaban emigrar y se asentaron en ciudades fronterizas como una población flotante o semipermanente con el advenimiento de las maquiladoras. Del otro lado, personas en busca de nuevos horizontes o de un sitio económico para vivir o retirarse.

Ambas migraciones crearon nuevas comunidades o cambiaron el tejido social de los sitios donde se asentaron, y por tanto la relación y sus formas.

El auge del narcotráfico y el súbito incremento de la migración mexicana, legal o ilegal, en los años 90s no ayudaron en ese sentido. Si en los ochentas la relación bilateral fue calificada por las crisis económicas y el asesinato del agente antidrogas estadounidense Enrique “Kiki” Camarena, en los noventas fue caracterizada por la esperanza y el drama alrededor de las negociaciones del Tratado de Libre Comercio y su secuela, el desplome económico y el auge comercial, pero también el intempestivo crecimiento de la emigración mexicana y de la delincuencia fronteriza.

Cuando las ciudades estadounidenses fronterizas con México comienzan a sentir inseguridad o a recibir flujos de mexicanos que buscan asentarse ahí para huir de lo que pasa en “su” lado de la línea divisoria la situación se puede complicar de muchas formas y provocar una variedad de reacciones.

Hasta ahora las reacciones han sido mas o menos tibias, por mas que ciudades como El Paso trabajen activamente para tratar de desligar su imagen de la de Ciudad Juárez y mantengan una campaña para subrayar que es una de las ciudades mas seguras de los Estados Unidos.

Pero el tono del debate social en estados inundados por inmigrantes de grupos racistas o derechistas, como Arizona y Nuevo México, o retirados que se sienten amenazados por las “hordas cafés”, tiende a hacer hincapié en lo inmediato, no en el largo plazo.

Ese debate puede tener un impacto mayor en la relación, y no hay que perderlo de vista.

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