La falsedad de Sicilia

Rubén Cortés

Lenin, que los conocía, escribió que detrás de un extremista hay un oportunista. Y la reunión de Javier Sicilia con los legisladores demostró el arribismo de Sicilia. Pero algo más, la falsedad del personaje que se ha creado a medida que toma gusto a los reflectores.

Porque eran impostados los besos que repartió a todos en el encuentro del castillo de Chapultepec. Se lo dijo a Aristegui cuando ésta le preguntó por qué había besado al senador priista Manlio Fabio Beltrones.

“Porque los evangelios dicen que debemos besar a los enemigos”, respondió Sicilia, cuyo movimiento no tiene nada de ciudadano, menos de cristiano, desde que admite tener enemigos, más aún si uno es el Presidente del Senado.

Más cristiano sería el propio Beltrones, quien ayer puso la otra mejilla y llamó a sus colegas a “cumplir los acuerdos de la reunión con Sicilia sobre reforma política”. Pero deja bastante que desear precisamente el tratamiento de los legisladores a este personaje.

¿Cuál es el argumento que siguen los diputados y senadores para investir a Sicilia de interlocutor entre ellos y la ciudadanía? Seguramente la buena prensa de izquierda que tiene Sicilia, y en la cual aquellos no quisieran verse criticados.

Pareciera no haber otra razón, pues la actitud de Sicilia es antidemocrática en toda la línea: en su columna de ayer en la revista Proceso, éste asegura que los tres millones de votantes que sufragaron por el PRI en el Estado de México fueron comprados.

¡Llamó corruptos a tres millones de ciudadanos! Y sólo porque votaron por el partido del senador al que, apenas tres días antes, había dado el más sonado de sus besos en la reunión en que también consideró a los legisladores “cómplices de los delincuentes, parásitos, mentirosos”.

De ahí que resultara preocupante el jueves la falta de congruencia de nuestros diputados y senadores para hacerse respetar: un representante popular no se puede dejar insultar de esa manera, porque debe mantener el decoro de la investidura que le dan los votos de los ciudadanos.

Debieron exigir respeto. O irse de la reunión, en un acto de mínimo recato. Es penoso que esto ocurra en una democracia: un individuo autoinvestido de una autoridad “ciudadana” que nadie le dio, injuria a los legisladores y luego los instruye sobre qué deben hacer según sus deseos.

Los miembros del Congreso que se encontraron con Sicilia, están abdicando de la autoridad que tienen como poder legislativo, que es discutir leyes, no dejarse apabullar por alguien a quien se están otorgando un poder extralegal como supuesto “representante” de los ciudadanos.

La abdicación de su dignidad frente a Sicilia, no es un error o una confusión, es una indignidad.

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