El peligro verdadero
Pobreza en ascenso
Carlos Fernández-Vega / México S.A.
En espera de acontecimientos contundentes para actuar, el inquilino de Los Pinos y su gabinetazo repiten la fracasada estrategia de 2008: sólo hasta que algo pase tomarán medidas –escasas y tardías, desde luego– para intentar paliar el impacto de la nueva sacudida económico-financiera. Pero la realidad no tiene paciencia, y en 2011 México corre el riesgo de registrar peores consecuencias que las de aquel año. De hecho, la presencia de una nueva crisis económica representa un verdadero peligro para el país, sobre todo en términos sociales, ya que estos indicadores se encuentran en niveles preocupantes que reflejan la alta vulnerabilidad de la población ante cualquier eventualidad negativa para la economía.
Tal es el análisis del Centro de Investigación en Economía y Negocios, que preside José Luis de la Cruz Gallegos, no sin subrayar que un mercado laboral débil, un mercado interno sin fuerza, un sector financiero volátil y dependiente, así como el creciente número de personas en la pobreza, aumentan la sensibilidad de México ante una nueva crisis económica, en particular porque el país se encuentra en una posición de menor fortaleza que la observada frente a la crisis de 2008.
El mercado laboral presenta condiciones sociales de mayor degradación en cuanto acceso a salud, prestaciones, economía informal y carencia de contratos. Todo ello constituye un retroceso con respecto a 2008. Tal mercado presenta un escenario de precariedad significativa, con una tasa de desocupación de 5.2 por ciento en el segundo trimestre de 2011; 29.8 millones de personas ocupadas sin acceso a la salud; 3.7 millones no reciben ingresos; 5.9 millones ganan a lo mucho un salario mínimo; 14.3 millones laboran sin contrato, y 10.4 millones reciben a lo más entre uno y dos salarios mínimos. La situación se torna aún más preocupante al analizar los índices de personal ocupado, remuneraciones medias reales por hora hombre trabajada y horas hombres trabajadas.
La precariedad del empleo representa un problema estructural, situación que no tiene una solución en el corto plazo y que, por el contrario, avanza y representa un elemento más en un escenario de desaceleración de la economía mexicana que, de cimentarse sin atender previamente la debilidad del mercado laboral y la vulnerabilidad de la población en general, implicaría la exacerbación de la inestabilidad social, apunta el CIEN. La mayor parte de la población ocupada se encuentra en alguna de las circunstancias señaladas, es decir, trabaja en condiciones inestables. Alrededor de 16.4 millones de mexicanos cuentan con un ingreso igual o inferior a dos salarios mínimos, por lo que a pesar de estar ocupados la remuneración que perciben no es suficiente para mantener una familia, de tal manera que tener empleo no garantiza estar fuera de la línea de pobreza.
Al cierre del segundo trimestre de 2011 las cifras de ocupación en la economía informal crecieron con respecto al mismo periodo del año anterior, lo que evidencia la incapacidad del sistema productivo para generar empleo formal bien remunerado y con prestaciones de ley. La pobreza se traduce en una falla estructural del modelo económico, incapaz de generar riqueza y distribuirla de manera equitativa. La desigualdad implica concentración del poder económico, social y político, es un desequilibrio que afecta la capacidad de generar consensos que terminen por beneficiar a la mayor parte de la población. En un país donde el flagelo de la pobreza no se puede contener, también se tiene la implicación de que el mercado laboral no es un mecanismo de movilidad social, es decir, una manera de superar las condiciones de marginalidad en las que se encuentra la población. Si no es a través del empleo y los salarios, difícilmente se puede evitar el avance de la pobreza. Dicho escenario sirve para describir la situación que se vive en México, donde el gasto de gobierno destinado al desarrollo social solamente represente un paliativo para el cáncer que constituye la pobreza. No lo resuelve, únicamente ayuda a mitigar el dolor.
Si se atienden los argumentos presentados oficialmente, durante los últimos años los niveles de pobreza se incrementaron debido a la crisis que vino de fuera. Pero ese argumento es parcial, pues deja afuera otras razones que explican el suceso: el bajo crecimiento que la economía mexicana ha exhibido también es atribuible a la debilidad del mercado interno. Además, la reactivación económica no alcanza por igual a las empresas ni a la sociedad. En México el sector exportador mantiene un desempeño superior al promedio nacional y con ello ha estado en posibilidad de generar empleo. La nota discordante es que ha sido con base en remuneraciones cada vez de menor valía y con horarios de trabajo más extensos. El cuestionamiento es sobre qué pasará si se detiene el motor externo, si la economía de Estados Unidos entra en una fase de desaceleración, o peor aún, en una recesión. Lo anterior no es algo que esté lejos de suceder: la actividad industrial ya ha comenzado a dar signos de ello, particularmente en la manufactura. Hasta el primer semestre del año esto también puede observarse en México, que al ser una economía dependiente no puede aislarse de lo que suceda en el epicentro.
La turbulencia financiera reciente, propiciada por el problema de la deuda estadunidense, se coloca como espada de Damocles sobre el futuro económico y social del país. Si se exacerba la desaceleración por la mayor volatilidad, el impacto en México sería considerable, y reducido el margen de maniobra para la política económica. Al caer el precio del petróleo y disminuir la recaudación fiscal por la menor actividad productiva, no se puede estimar que el país contará con recursos excedentes para enfrentar una recesión en Estados Unidos. No puede dejarse fuera que el presupuesto ya se encuentra comprometido; en realidad, la capacidad de ajuste es de solamente 100 mil millones de pesos, lo demás ya está destinado a sueldo, salarios, prestaciones (33 centavos de cada peso), gastos operativos y una serie de programas, la mayor parte improductivos.
La potencial crisis en Estados Unidos acarrearía un nuevo aumento de la pobreza. Para que ello no ocurriera debería estarse preparando un verdadero programa contingente, que atienda de manera integral las necesidades de la sociedad y que impulse el mercado interno, el bienestar de la gente. Para ello es necesario que se genere empleo bien remunerado, de otra manera no se resolverá el verdadero problema estructural de México.
Las rebanadas del pastel
He allí la fortaleza, el blindaje y las bien fundadas palabras de Ernesto Cordero: hoy podemos asegurar que estamos mejor preparados para enfrentar un impacto externo.
Pobreza en ascenso
Carlos Fernández-Vega / México S.A.
En espera de acontecimientos contundentes para actuar, el inquilino de Los Pinos y su gabinetazo repiten la fracasada estrategia de 2008: sólo hasta que algo pase tomarán medidas –escasas y tardías, desde luego– para intentar paliar el impacto de la nueva sacudida económico-financiera. Pero la realidad no tiene paciencia, y en 2011 México corre el riesgo de registrar peores consecuencias que las de aquel año. De hecho, la presencia de una nueva crisis económica representa un verdadero peligro para el país, sobre todo en términos sociales, ya que estos indicadores se encuentran en niveles preocupantes que reflejan la alta vulnerabilidad de la población ante cualquier eventualidad negativa para la economía.
Tal es el análisis del Centro de Investigación en Economía y Negocios, que preside José Luis de la Cruz Gallegos, no sin subrayar que un mercado laboral débil, un mercado interno sin fuerza, un sector financiero volátil y dependiente, así como el creciente número de personas en la pobreza, aumentan la sensibilidad de México ante una nueva crisis económica, en particular porque el país se encuentra en una posición de menor fortaleza que la observada frente a la crisis de 2008.
El mercado laboral presenta condiciones sociales de mayor degradación en cuanto acceso a salud, prestaciones, economía informal y carencia de contratos. Todo ello constituye un retroceso con respecto a 2008. Tal mercado presenta un escenario de precariedad significativa, con una tasa de desocupación de 5.2 por ciento en el segundo trimestre de 2011; 29.8 millones de personas ocupadas sin acceso a la salud; 3.7 millones no reciben ingresos; 5.9 millones ganan a lo mucho un salario mínimo; 14.3 millones laboran sin contrato, y 10.4 millones reciben a lo más entre uno y dos salarios mínimos. La situación se torna aún más preocupante al analizar los índices de personal ocupado, remuneraciones medias reales por hora hombre trabajada y horas hombres trabajadas.
La precariedad del empleo representa un problema estructural, situación que no tiene una solución en el corto plazo y que, por el contrario, avanza y representa un elemento más en un escenario de desaceleración de la economía mexicana que, de cimentarse sin atender previamente la debilidad del mercado laboral y la vulnerabilidad de la población en general, implicaría la exacerbación de la inestabilidad social, apunta el CIEN. La mayor parte de la población ocupada se encuentra en alguna de las circunstancias señaladas, es decir, trabaja en condiciones inestables. Alrededor de 16.4 millones de mexicanos cuentan con un ingreso igual o inferior a dos salarios mínimos, por lo que a pesar de estar ocupados la remuneración que perciben no es suficiente para mantener una familia, de tal manera que tener empleo no garantiza estar fuera de la línea de pobreza.
Al cierre del segundo trimestre de 2011 las cifras de ocupación en la economía informal crecieron con respecto al mismo periodo del año anterior, lo que evidencia la incapacidad del sistema productivo para generar empleo formal bien remunerado y con prestaciones de ley. La pobreza se traduce en una falla estructural del modelo económico, incapaz de generar riqueza y distribuirla de manera equitativa. La desigualdad implica concentración del poder económico, social y político, es un desequilibrio que afecta la capacidad de generar consensos que terminen por beneficiar a la mayor parte de la población. En un país donde el flagelo de la pobreza no se puede contener, también se tiene la implicación de que el mercado laboral no es un mecanismo de movilidad social, es decir, una manera de superar las condiciones de marginalidad en las que se encuentra la población. Si no es a través del empleo y los salarios, difícilmente se puede evitar el avance de la pobreza. Dicho escenario sirve para describir la situación que se vive en México, donde el gasto de gobierno destinado al desarrollo social solamente represente un paliativo para el cáncer que constituye la pobreza. No lo resuelve, únicamente ayuda a mitigar el dolor.
Si se atienden los argumentos presentados oficialmente, durante los últimos años los niveles de pobreza se incrementaron debido a la crisis que vino de fuera. Pero ese argumento es parcial, pues deja afuera otras razones que explican el suceso: el bajo crecimiento que la economía mexicana ha exhibido también es atribuible a la debilidad del mercado interno. Además, la reactivación económica no alcanza por igual a las empresas ni a la sociedad. En México el sector exportador mantiene un desempeño superior al promedio nacional y con ello ha estado en posibilidad de generar empleo. La nota discordante es que ha sido con base en remuneraciones cada vez de menor valía y con horarios de trabajo más extensos. El cuestionamiento es sobre qué pasará si se detiene el motor externo, si la economía de Estados Unidos entra en una fase de desaceleración, o peor aún, en una recesión. Lo anterior no es algo que esté lejos de suceder: la actividad industrial ya ha comenzado a dar signos de ello, particularmente en la manufactura. Hasta el primer semestre del año esto también puede observarse en México, que al ser una economía dependiente no puede aislarse de lo que suceda en el epicentro.
La turbulencia financiera reciente, propiciada por el problema de la deuda estadunidense, se coloca como espada de Damocles sobre el futuro económico y social del país. Si se exacerba la desaceleración por la mayor volatilidad, el impacto en México sería considerable, y reducido el margen de maniobra para la política económica. Al caer el precio del petróleo y disminuir la recaudación fiscal por la menor actividad productiva, no se puede estimar que el país contará con recursos excedentes para enfrentar una recesión en Estados Unidos. No puede dejarse fuera que el presupuesto ya se encuentra comprometido; en realidad, la capacidad de ajuste es de solamente 100 mil millones de pesos, lo demás ya está destinado a sueldo, salarios, prestaciones (33 centavos de cada peso), gastos operativos y una serie de programas, la mayor parte improductivos.
La potencial crisis en Estados Unidos acarrearía un nuevo aumento de la pobreza. Para que ello no ocurriera debería estarse preparando un verdadero programa contingente, que atienda de manera integral las necesidades de la sociedad y que impulse el mercado interno, el bienestar de la gente. Para ello es necesario que se genere empleo bien remunerado, de otra manera no se resolverá el verdadero problema estructural de México.
Las rebanadas del pastel
He allí la fortaleza, el blindaje y las bien fundadas palabras de Ernesto Cordero: hoy podemos asegurar que estamos mejor preparados para enfrentar un impacto externo.
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