Huele a meados

Jacobo Zabludovsky / Bucareli

Gracias, María.

La frase certera, encuerada y redonda fue el detonador del rescate del Centro Histórico. Cuando María Félix la disparó como un obús atrajo la atención hacia una asignatura pendiente, antigua y aplazada: el Centro Histórico de la Ciudad de México estaba en el abandono. “Atrás de la Catedral apesta a orines”, me dijo María. Cierto.

María hablaba como era, porque “cada cosa engendra a su semejante”, y su denuncia abierta y, en ese momento, a contracorriente, despertó una polémica y luego un interés concreto en rescatar el Centro, víctima de la naturaleza y del hombre. Se había despoblado a raíz de la mudanza de la Universidad a Ciudad Universitaria, del mercado de La Merced a la Central de Abastos, de la Presidencia del Palacio Nacional a Los Pinos, seguida del éxodo de casi todas las secretarías de Estado y, finalmente, los efectos del terremoto de 1985. El Centro no era campo de soledad ni mustio collado, pero, oh, dolor, poco le faltaba. El tiempo había hecho lo suyo, la desidia lo propio y los caseros lo menos por la conservación de las viejas vecindades de renta congelada que tan poco provecho rendían.

Los orines de la calle de Guatemala nunca alcanzaron a ser atractivo turístico, como el Maneken Pis de Bruselas, tal vez por razones más orgánicas que escultóricas. Una zona peligrosa, una mugre, una tristeza, una lástima.

En 10 años, con el nombramiento del Consejo Consultivo del Centro Histórico, se hizo un esfuerzo ejemplar, continuado la semana pasada con la entrega a la UNESCO del Plan Integral de Manejo del CH (2011 a 2016) que define por primera vez en su historia de 700 años las líneas estratégicas de mediano y largo plazos para la conservación y sostenimiento del sitio.

Los objetivos del plan son: 1) Propiciar la recuperación del equilibrio urbano, social y económico. Lograr, por ejemplo, que quienes ahí trabajan ahí vivan, o que industrias no contaminantes, digamos la de confección de prendas de vestir, estén cerca de las tiendas. 2) Asegurar la permanencia de sus valores y la eficiencia del sistema urbano, incluyendo agua potable y drenaje. 3) Coordinar la participación de los factores del desarrollo. 4) Preservar e impulsar las actividades culturales, como el apoyo a las artes escénicas, a la lectura, a las disciplinas humanísticas. 5) Establecer líneas estratégicas para la revitalización económica. 6) Regular la conservación de plazas, casas, jardines, palacios y edificios de valor histórico y arquitectónico; transportación interna eficaz, cómoda y moderna.

Me habría gustado llevar a María a este centro que no conoció, a caminarlo como esa madrugada del París otoñal en que la encontramos con su último esposo, viendo el escaparate de una galería de pinturas en la rue Matignon, donde nuestro propósito anhelado de caer en cama y descansar cambió por una sorpresiva visita guiada a los barrios donde Zapof vivió su infancia y juventud. Descubrimos que aún quedan adoquines no pisados por turistas. A pie por las callejuelas, María y su pintor de cabecera hicieron feliz a una pareja que creía haberlo visto todo. El primer reflejo sobre el Sena nos sorprendió frente al Hotel del Norte, el auténtico, donde se filmó la célebre película de su nombre. En un bistró tempranero desayunamos ostras con una botella de vino blanco helado.

Algún día haré memoria larga de la María que conocí. La cantadora de tangos sabidos nomás por ella; la de interminables veladas bohemias, la que llamaba “charrito” a Jorge Negrete, “flaco” a Agustín Lara y simplemente Alex a Berger, el culto y rico francés que le abrió la puerta de otros mundos. La que a sus 80 años nos hizo grabar cuatro veces una entrevista de televisión, porque cierta sombra que sólo sus ojos veían dejaba oscura una parte de su rostro. La mujer que como Gloria Swanson en Sunset Boulevard bajó la escalera sin ver los peldaños. La que un día me pidió: “Llévame al Forever Tango”. Fuimos (previo permiso de la autoridad ausente) al teatro en la esquina de avenida Chapultepec y Cuauhtémoc. No me soltó la mano ni cuando a media función el cantante pidió un aplauso para ella, que el público le dio de pie. Al terminar el espectáculo la invitaron al foro en tinieblas y le rindieron un honor increíble: detrás del telón, entre instrumentos, cajas y cortinas, toda la compañía integrada por músicos, bailarines, cantantes, productor y director, hacía guardia militar y María pasó revista, conmigo de escolta, como un general a sus soldados. Después la invité a cenar. “¿Por qué me traes a este restaurante tan pretencioso? Son unos rateros. Llévame a otro”.

Pero de lo que yo quería escribir era del nuevo plan del Centro Histórico.

De la Félix hablaremos otro día.

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