Jorge Fernández Menéndez
Le tenemos miedo a las palabras, preferimos demasiado la forma por sobre el fondo. Hubo que sufrir una tragedia como la de Monterrey para que aceptáramos que los grupos criminales están realizando actos terroristas contra la población civil; fue necesario que un grupo de sicarios sin ningún tipo de escrúpulos incendiara un local con más de cien personas dentro, la mayoría mujeres, amas de casa que sólo estaban pasando la tarde; que quedaran 52 víctimas fatales, para que reconociéramos que estábamos ante un acto de terrorismo.
Pero olvidamos que apenas 24 horas antes, un grupo de sicarios disparó contra un grupo de madres, también a pleno día, que estaban esperando la salida de sus hijos de la escuela en Ciudad Juárez; que antes se disparó contra un estadio de fútbol lleno hasta los topes en Torreón; que ese mismo fin de semana se atacó un centro comercial en Morelia; que los sicarios arrojaron una granada contra una familia en el Acuario de Veracruz. Que en la Huasteca potosina están secuestrando y matando niñas; que las fosas comunes aparecen en Tamaulipas, en Durango, en Oaxaca, en Michoacán, en Guerrero, en San Luis Potosí, en Nuevo León, en Sinaloa. Y la lista podría continuar indefinidamente.
Se podrá argumentar que no se trata de actos terroristas en sí, sino que simplemente a estos criminales no les importa la vida humana. Pero el hecho es que estos grupos, o por lo menos algunos de ellos son los que mayor violencia generan, ya han decidido que la población civil es un objetivo válido en sus tácticas de terror.
Dudo que sea simplemente inescrupulosidad, creo que en todo esto existe una intención manifiesta de generar terror y de provocar una reacción social como la que han tenido alguno actores políticos. Fuera del luto nacional y de las declaraciones políticamente correctas, no hemos visto en la mayoría de la clase política una reacción, un punto de quiebre después de lo ocurrido: ha habido más corbatas negras, pero la misma inacción a la hora de sacar adelante los compromisos asumidos.
Pero ninguna declaración puede superar a la del ex presidente Vicente Fox. Es vergonzoso que un ex mandatario, un hombre que tuvo en sus manos los destinos del país, que encabezó las instituciones nacionales, haya concluido que lo que se necesita es pedirle una tregua a los grupos criminales e incluso considerar una ley de amnistía para sus integrantes. ¿De dónde saca Fox que se puede amnistiar a estos señores? Alguien debería explicar al ex presidente que no se trata de disidentes políticos, que no hay causa alguna detrás de estas acciones, que ni siquiera en la lógica delincuencial pueden sostenerse. Ya Fox nos había dicho alguna vez que había que formar una suerte de Cocopa (aquella comisión que firmó los acuerdos de paz con los zapatistas) con los narcotraficantes, como si estos fueran luchadores sociales. Es una propuesta descabellada.
¿Por qué entonces? Decía Adolfo Bioy Casares que “el mundo atribuye sus infortunios a las grandes conspiraciones y maquinaciones de grandes malvados. Entiendo que se subestima la estupidez”. En muchos casos se trata lisa y llanamente de estupidez. En otros, de corrupción (y la negligencia y la ignorancia en el ejercicio político son una forma de corrupción) y en otros más de una combinación de ambas con intereses políticos y partidistas de tan corto plazo que terminan siendo simplemente indignos.
No conozco las motivaciones profundas que pueden haber llevado a Fox a pedir una amnistía para los grupos criminales y sus sicarios, pero me queda claro que en su confrontación con el presidente Calderón está dispuesto a utilizar cualquier carta. Y que si tiene oportunidad, el día de mañana el mayor persecutor de Felipe Calderón no serán los priístas si no los representantes, rencorosos, del foxismo. El propio Fox, los Manuel Espino, un Santiago Creel que apenas unos días antes fue a recibir el respaldo foxista en San Cristóbal y que ahora debe lidiar con las ocurrencias de su ex jefe pero también con el tema, que ya abordaremos, de los permisos para el funcionamiento de centenares de casas de apuestas aprobadas precisamente hace seis años.
Los mueve el rencor político y en el caso de Fox el no comprender cuál es el papel institucional de un ex presidente de la república. No hemos escuchado, ni creo que escucharemos, declaraciones públicas semejantes de ningún ex mandatario. Podrán tener muchos defectos o virtudes, pero desde Zedillo hasta Echeverría, desde Salinas hasta De la Madrid comprenden lo que es haber sido jefe de Estado y de gobierno. Vicente Fox no lo entendió claramente cuando tuvo esa responsabilidad. Menos parece comprenderlo ahora.
Le tenemos miedo a las palabras, preferimos demasiado la forma por sobre el fondo. Hubo que sufrir una tragedia como la de Monterrey para que aceptáramos que los grupos criminales están realizando actos terroristas contra la población civil; fue necesario que un grupo de sicarios sin ningún tipo de escrúpulos incendiara un local con más de cien personas dentro, la mayoría mujeres, amas de casa que sólo estaban pasando la tarde; que quedaran 52 víctimas fatales, para que reconociéramos que estábamos ante un acto de terrorismo.
Pero olvidamos que apenas 24 horas antes, un grupo de sicarios disparó contra un grupo de madres, también a pleno día, que estaban esperando la salida de sus hijos de la escuela en Ciudad Juárez; que antes se disparó contra un estadio de fútbol lleno hasta los topes en Torreón; que ese mismo fin de semana se atacó un centro comercial en Morelia; que los sicarios arrojaron una granada contra una familia en el Acuario de Veracruz. Que en la Huasteca potosina están secuestrando y matando niñas; que las fosas comunes aparecen en Tamaulipas, en Durango, en Oaxaca, en Michoacán, en Guerrero, en San Luis Potosí, en Nuevo León, en Sinaloa. Y la lista podría continuar indefinidamente.
Se podrá argumentar que no se trata de actos terroristas en sí, sino que simplemente a estos criminales no les importa la vida humana. Pero el hecho es que estos grupos, o por lo menos algunos de ellos son los que mayor violencia generan, ya han decidido que la población civil es un objetivo válido en sus tácticas de terror.
Dudo que sea simplemente inescrupulosidad, creo que en todo esto existe una intención manifiesta de generar terror y de provocar una reacción social como la que han tenido alguno actores políticos. Fuera del luto nacional y de las declaraciones políticamente correctas, no hemos visto en la mayoría de la clase política una reacción, un punto de quiebre después de lo ocurrido: ha habido más corbatas negras, pero la misma inacción a la hora de sacar adelante los compromisos asumidos.
Pero ninguna declaración puede superar a la del ex presidente Vicente Fox. Es vergonzoso que un ex mandatario, un hombre que tuvo en sus manos los destinos del país, que encabezó las instituciones nacionales, haya concluido que lo que se necesita es pedirle una tregua a los grupos criminales e incluso considerar una ley de amnistía para sus integrantes. ¿De dónde saca Fox que se puede amnistiar a estos señores? Alguien debería explicar al ex presidente que no se trata de disidentes políticos, que no hay causa alguna detrás de estas acciones, que ni siquiera en la lógica delincuencial pueden sostenerse. Ya Fox nos había dicho alguna vez que había que formar una suerte de Cocopa (aquella comisión que firmó los acuerdos de paz con los zapatistas) con los narcotraficantes, como si estos fueran luchadores sociales. Es una propuesta descabellada.
¿Por qué entonces? Decía Adolfo Bioy Casares que “el mundo atribuye sus infortunios a las grandes conspiraciones y maquinaciones de grandes malvados. Entiendo que se subestima la estupidez”. En muchos casos se trata lisa y llanamente de estupidez. En otros, de corrupción (y la negligencia y la ignorancia en el ejercicio político son una forma de corrupción) y en otros más de una combinación de ambas con intereses políticos y partidistas de tan corto plazo que terminan siendo simplemente indignos.
No conozco las motivaciones profundas que pueden haber llevado a Fox a pedir una amnistía para los grupos criminales y sus sicarios, pero me queda claro que en su confrontación con el presidente Calderón está dispuesto a utilizar cualquier carta. Y que si tiene oportunidad, el día de mañana el mayor persecutor de Felipe Calderón no serán los priístas si no los representantes, rencorosos, del foxismo. El propio Fox, los Manuel Espino, un Santiago Creel que apenas unos días antes fue a recibir el respaldo foxista en San Cristóbal y que ahora debe lidiar con las ocurrencias de su ex jefe pero también con el tema, que ya abordaremos, de los permisos para el funcionamiento de centenares de casas de apuestas aprobadas precisamente hace seis años.
Los mueve el rencor político y en el caso de Fox el no comprender cuál es el papel institucional de un ex presidente de la república. No hemos escuchado, ni creo que escucharemos, declaraciones públicas semejantes de ningún ex mandatario. Podrán tener muchos defectos o virtudes, pero desde Zedillo hasta Echeverría, desde Salinas hasta De la Madrid comprenden lo que es haber sido jefe de Estado y de gobierno. Vicente Fox no lo entendió claramente cuando tuvo esa responsabilidad. Menos parece comprenderlo ahora.
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