Felipe deja herencia

Soldados en las calles
Gringos bien metidos
Primero la lana: PRI

Julio Hernández López / Astillero


En el tramo presuntamente final de su macabra administración, con buena parte del país fuera de control y estando en desesperada búsqueda de tretas para mantenerse en el poder por sí mismo o mediante prolongaciones familiares o grupales, Felipe Calderón Hinojosa abre más la puerta a la intervención policiaca y militar estadunidense, promoviendo que agentes extranjeros actúen en suelo mexicano en faenas de abierta conducción y supervisión de fuerzas gubernamentales nativas y tratando de dejar como herencia envenenada tales avanzadas gringas.

Lo revelado ayer por The New York Times en primera plana confirma que la extrema debilidad política del panista que fue impuesto en 2006 en Los Pinos ha sido ventajosamente aprovechada por tales patronos extranjeros. Apenas tratando de acomodarse en la silla principal del poder mexicano, Calderón ya estaba siendo instruido para que desatara una guerra de la que nunca habló en su campaña ni estaba en el horizonte real de las demandas y necesidades de la sociedad mexicana, pero sí en los planes de seguridad nacional del vecino país, que sigue consumiendo como si nada aquellas mercancías de estupefacción por cuya producción y distribución en México se viven diarias matanzas y una inseguridad social extrema.

Ahora, cuando teóricamente va de salida, ese mismo personaje de la derecha mexicana permite que cuando menos dos docenas de agentes de DEA, CIA y el Pentágono se asienten físicamente en una base militar del norte de México para participar codo con codo, minuto a minuto, en fases de operaciones delicadas contra narcotraficantes, según lo dado a conocer por el diario neoyorquino. Y no solamente eso: en busca coordinada de darle la vuelta a las leyes mexicanas, se planea la incrustación en las fuerzas mexicanas de ex militares y ex agentes estadunidenses en calidad de empleados de firmas privadas de seguridad que colaborarían como si no fuesen parte de proyectos oficiales diseñados en Washington.

Calderón dejará de herencia –si es que finalmente se va del poder– a los militares en las calles, constituidas esas fuerzas armadas en virtuales grupos de presión –Ejército, Marina y mandos castrenses en secretarías estatales de seguridad pública y en diversos niveles de las policías–, que no cederán fácilmente a las eventuales pretensiones de regresarlos a sus cuarteles y castigar sus abusos y delitos. Hoy ya es difícil diseñar el futuro del país sin considerar ese factor activo, suelto, que podría incluso tornarse amenazante, de las botas militares en las calles. Igual sucederá con la apertura de las puertas mexicanas al paso de agentes extranjeros para operaciones directas al estilo Colombia. La Iniciativa Mérida sabidamente es el caballo de Troya aceptado y deseado por un gobernante de facto que necesita contar con la protección y ayuda de sus patronos iniciales y terminales, los mismos que hoy se revuelven, alarmados, ante sus problemas económicos mayúsculos (generados, entre otras cosas, por el desmesurado gasto belicista, rubro que en México deberíamos poner en el centro de la discusión, pues el dinero público allá y acá es despilfarrado en aventuras militares de enorme costo que para ser sufragadas desplazan otros rubros de interés social).

En el proceso de rediseño del México a conveniencia de quienes ocupan el poder y saben que cada vez van quedando más distantes de la sociedad, Felipe Calderón necesita contar con poderes dictatoriales que le permitan decretar estados exprés de excepción, no solamente para enfrentar eventuales afectaciones a la seguridad interior a causa de narcotráfico o delincuencia desbordada, sino también protestas y movilizaciones de índole social, laboral, política o electoral. En acuerdo con la cúpula del priísmo peñanietista (que le agradece la liberación de Hank Rhon, el gozoso sacrificio de Bravo Mena para dar paso a Eruviel Ávila, y la sospechosa insistencia derrotista en inflar a Ernesto Cordero como presunto aspirante presidencial), el calderonismo ha podido empujar, luego de dos años de haber presentado su propuesta de reformas a la ley de seguridad nacional, esas pretensiones autoritarias.

El procesamiento de ese acuerdo sustancial entre el calderonismo y el peñanietismo salinista necesita apariencias de pluralidad, tolerancia e incorporación de voces críticas y opositoras, pero numéricamente todo está listo para sacar adelante a como dé lugar las reformas en seguridad nacional que hoy desea el felipismo y mañana cree que tendrá en sus alforjas el gaviotismo. Para efectos de convalidación de ese proceso es muy importante la participación del movimiento pacifista que tiene como figura central al poeta Javier Sicilia, quien ayer modificó su original alejamiento del esquema de diálogo que había concertado con los poderes Legislativo y Ejecutivo y virtualmente anunció su retorno a las mesas de discusión –ya avanza la correspondiente al Poder Judicial–, a reserva de ciertas señales institucionales de buena voluntad que estarían por ser emitidas y valoradas.

Sin embargo, y a pesar de pactos en lo oscurito y aritmética legislativa disponible para sacar adelante el sueño verde olivo de Calderón, hay dos puntos por resolver: uno se apellida Beltrones y forma parte del rejuego interno del PRI, donde aún habrá acomodos, forcejeos y reventa de votos de calidad en relación con esa resistencia interna provisionalmente rejega. El otro es el imparable sentido de aprovechamiento priísta de la debilidad calderonista, pues ahora Humberto Moreira ha reiterado que apoyarán las reformas laboral, política y de seguridad nacional... pero después de que se modifiquen las fórmulas de asignación del presupuesto federal a los gobernadores (no lo dijo, pero en especial a los priístas). Primero la lana, y después las reformas. Coopelas, Felipe, o cuello a tus iniciativas legislativas. Bueno, con esas exigencias priístas, hasta el improbable Cordero habrá de acelerar su renuncia a la secretaría que nunca ejerció, para tratar de afianzar la candidatura que nunca imaginó. ¡Hasta mañana!

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