El Presidente turisteando

Fausto Pretelín

Dos mensajes tan expresivos como el del presidente Calderón y el de un taxista de Playa del Carmen delatan una hiperrealidad preocupante.

El presidente se convierte en guía de turista (en un programa de televisión estadounidense), pensando en amortiguar el malestar de uno de los tres principales sectores económicos del país. La contabilidad de muertos y su semiótica del horror han comenzado a taladrar la mente de turistas. Lo veremos en los reportes sobre las cifras de turismo que entregará la Secretaría del ramo en pocas semanas. El verano de 2011 ya incorpora el escenario violento del narcotráfico. En particular, el turismo internacional, menos emocional y, por lo tanto, más racional que el turismo local (como sucede en todo el mundo) ha disminuido sensiblemente. La demografía juvenil es la última en reaccionar; son, los mayores de 50 años, los primeros en asimilar el malestar del miedo. Los jóvenes, por el contrario, no logran quitarse de la cabeza el sueño placentero de la playa, la música y el alcohol, entre otras amenidades. La cadena del miedo inicia con los noticieros de la televisión. Hombres sin cabeza tirados en barrancas. Después llegan los boletines de Estado que alertan a la población: “Por su seguridad, no viajen”. Hasta aquí, los jóvenes ilusionados por irse a la playa, no racionalizan aún el mensaje. Después llegan las anécdotas virales. Los amigos de los amigos que atestiguan algún incidente. Lo siguiente no es necesario explicarlo: Cambio de destino turístico.

¿Es bueno o malo que un presidente interprete un guión lúdico en medio de una sórdida realidad?

La respuesta objetiva es compleja. Sabemos que la totalidad del país no está enferma de violencia. No es mala idea romper con el estigma, siempre radical, de la situación que vive cualquier país. El aspecto negativo de que el presidente Calderón se convierta en guía de turistas durante un programa de televisión, es el de la posible indolencia. Esta es la lectura que han hecho sus críticos. No comparto esta premisa ultramontana. El objetivo del programa lo encontramos en el mundo de las relaciones públicas y de la mercadotecnia. No lo encontraremos en el disfrute personal. El guía de turistas se presentó con la imagen de un presidente, no con la de Felipe Calderón. Siempre serán bienvenidos los matices. Son ellos los encargados de eliminar el pensamiento fácil y, por lo tanto, radical.

Los taxistas son los antropólogos de la cotidianidad. Requieren de pocas palabras para matizar sus hipótesis de vida. Es Playa del Carmen una extensión de divertimento para estadounidenses y canadienses (60%), europeos y latinoamericanos (20%) y, el resto, asiáticos y algún mexicano.

El taxista manifiesta su preocupación por la extensión del cáncer de violencia. “Esperamos que no nos llegue, la ciudad depende del turismo”. En su piel psíquica se logra observar un profundo temor de ser contagiado. No hay vacuna para la pandemia del horror.

Los taxistas en Playa del Carmen intentan perpetuar “su agosto”. Una buena cantidad de hoteles son exclusivos (alejados de la famosa 5a. Avenida), es decir, cerrados, videovigilados y de imposible acceso para vendedores de playa. Los turistas que se hospedan en estos hoteles se convierten en rehenes de los taxistas. Las tarifas son planas, 200 pesos el servicio cuya duración no superan los 15 minutos. Con cinco al día, un taxista gana 28 mil pesos mensuales menos la cuota que tienen que pagar al sindicato único del gremio. Los controla a todos.

De ahí su preocupación por la expansión de la violencia. Ellos, si están de acuerdo con ver al presidente Calderón como guía de turistas.

El taxista que me transporta del hotel a Playa de Carmen remata con el siguiente comentario: “Se me hace que esto de la violencia lo inventó el PRI para regresar al poder”.

“Buenas noches y gracias”, menciono al bajar del taxi.

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