Alen Mattich / The Wall Street Journal
Fue divertido —peculiarmente divertido, no para reír a carcajadas— ver cuán diferentemente consideraron los estadounidenses y los europeos el drama del límite de endeudamiento de Estados Unidos durante las últimas semanas.
Los estadounidenses se mantuvieron en general apesadumbrados, esperando lo peor de sus políticos. Como de costumbre, pensaron que las posturas políticas para lidiar con el hecho de que el gobierno estaba alcanzando los límites establecidos para endeudarse conducirían a un estancamiento y por lo tanto llevarían a una cesación de pagos. Lo vieron como una suerte de tragedia de Eurípides.
Los europeos la vieron como una farsa de Feydeau, en el que la ignorancia deliberada de personajes ridículos lleva una situación insignificante hasta un potencial enorme desastre sólo para que todo se resuelva amablemente a último momento.
Está bien, ni el presidente Barack Obama, ni el presidente de la cámara baja, John Boehner, republicano por Ohio, estuvieron escondiéndose en los armarios mientras los menospreciados contribuyentes asaltaban la Oficina Oval, pero lo mismo hubo una sensación de ridículo. ¿Crear un desastre de la deuda al estilo griego en tu propio país a propósito? Demasiado para creerlo.
Por esa razón, desde este lado del Atlántico siempre pareció como que el acuerdo sería sellado a último momento y luego sería aclamado como una excelente pieza de negociación. Gran cosa.
Por supuesto, existe alivio de que no haya prevalecido de cierta forma esa idiotez catastrófica, pero no sucede a menudo. No realmente. Ningún político quería decir a sus constituyentes, ni el presidente Obama, ni el liderazgo del Senado o de la Cámara de Representantes, que empeoraron a propósito la ya deslucida economía de Estados Unidos al insistir en una cesación de pagos.
Pero el acuerdo, cualquiera sean los detalles que finalmente se resuelvan, no debería ocultar verdades esenciales sobre el estado de la economía estadounidense. Durante un cuarto de siglo, hasta que la crisis de las hipotecas del sector hipotecario de alto riesgo se transformó en un problema financiero en el 2008, los propietarios estadounidenses dependieron de un endeudamiento cada vez mayor para mantener el crecimiento en sus estándares de vida al que estaban acostumbrados. Con la crisis, los mercados se cerraron al tipo de préstamos de los que dependían cada vez más los propietarios. Con esa fuente de demanda restringida, el gobierno federal se dedicó a mantener la demanda a través de su propio endeudamiento.
Existe un gran debate sobre si el gobierno estadounidense hizo lo suficiente. Los Keynesianos como Paul Krugman, economista de Princeton, argumentan que el gobierno puso en marcha escasos estímulos fiscales del tipo de los que son necesarios para sacar a la economía de la inactividad. Otros tienen la creencia de que si el gobierno hubiera hecho mucho más, habría iniciado el tipo de descalabro del mercado de bonos que azotó a las economías periféricas de la zona del euro.
Lo que parece claro con la estructura general del acuerdo sobre la deuda es que, por ahora, el experimento con estímulos está terminado. La pregunta es: ¿Cuál será el grado y la velocidad del programa de reducción de la deuda del gobierno? ¿Será de una austeridad liviana, o no tan liviana?. Estas restricciones adicionales posiblemente incrementen los problemas de la economía.
Finalmente, los estadounidenses tendrán que reconciliarse con estándares de vida más bajo al que estaban cada vez más acostumbrados, aunque no necesariamente mucho menores. La crisis financiera, la recesión, la lenta recuperación, y los problemas por el límite de endeudamiento son todos pasos para descubrir exactamente hasta dónde bajarán los estándares de vida y cómo se distribuirán a lo largo de la economía. Posiblemente haya otros pasos que andar en el largo camino por delante.
Fue divertido —peculiarmente divertido, no para reír a carcajadas— ver cuán diferentemente consideraron los estadounidenses y los europeos el drama del límite de endeudamiento de Estados Unidos durante las últimas semanas.
Los estadounidenses se mantuvieron en general apesadumbrados, esperando lo peor de sus políticos. Como de costumbre, pensaron que las posturas políticas para lidiar con el hecho de que el gobierno estaba alcanzando los límites establecidos para endeudarse conducirían a un estancamiento y por lo tanto llevarían a una cesación de pagos. Lo vieron como una suerte de tragedia de Eurípides.
Los europeos la vieron como una farsa de Feydeau, en el que la ignorancia deliberada de personajes ridículos lleva una situación insignificante hasta un potencial enorme desastre sólo para que todo se resuelva amablemente a último momento.
Está bien, ni el presidente Barack Obama, ni el presidente de la cámara baja, John Boehner, republicano por Ohio, estuvieron escondiéndose en los armarios mientras los menospreciados contribuyentes asaltaban la Oficina Oval, pero lo mismo hubo una sensación de ridículo. ¿Crear un desastre de la deuda al estilo griego en tu propio país a propósito? Demasiado para creerlo.
Por esa razón, desde este lado del Atlántico siempre pareció como que el acuerdo sería sellado a último momento y luego sería aclamado como una excelente pieza de negociación. Gran cosa.
Por supuesto, existe alivio de que no haya prevalecido de cierta forma esa idiotez catastrófica, pero no sucede a menudo. No realmente. Ningún político quería decir a sus constituyentes, ni el presidente Obama, ni el liderazgo del Senado o de la Cámara de Representantes, que empeoraron a propósito la ya deslucida economía de Estados Unidos al insistir en una cesación de pagos.
Pero el acuerdo, cualquiera sean los detalles que finalmente se resuelvan, no debería ocultar verdades esenciales sobre el estado de la economía estadounidense. Durante un cuarto de siglo, hasta que la crisis de las hipotecas del sector hipotecario de alto riesgo se transformó en un problema financiero en el 2008, los propietarios estadounidenses dependieron de un endeudamiento cada vez mayor para mantener el crecimiento en sus estándares de vida al que estaban acostumbrados. Con la crisis, los mercados se cerraron al tipo de préstamos de los que dependían cada vez más los propietarios. Con esa fuente de demanda restringida, el gobierno federal se dedicó a mantener la demanda a través de su propio endeudamiento.
Existe un gran debate sobre si el gobierno estadounidense hizo lo suficiente. Los Keynesianos como Paul Krugman, economista de Princeton, argumentan que el gobierno puso en marcha escasos estímulos fiscales del tipo de los que son necesarios para sacar a la economía de la inactividad. Otros tienen la creencia de que si el gobierno hubiera hecho mucho más, habría iniciado el tipo de descalabro del mercado de bonos que azotó a las economías periféricas de la zona del euro.
Lo que parece claro con la estructura general del acuerdo sobre la deuda es que, por ahora, el experimento con estímulos está terminado. La pregunta es: ¿Cuál será el grado y la velocidad del programa de reducción de la deuda del gobierno? ¿Será de una austeridad liviana, o no tan liviana?. Estas restricciones adicionales posiblemente incrementen los problemas de la economía.
Finalmente, los estadounidenses tendrán que reconciliarse con estándares de vida más bajo al que estaban cada vez más acostumbrados, aunque no necesariamente mucho menores. La crisis financiera, la recesión, la lenta recuperación, y los problemas por el límite de endeudamiento son todos pasos para descubrir exactamente hasta dónde bajarán los estándares de vida y cómo se distribuirán a lo largo de la economía. Posiblemente haya otros pasos que andar en el largo camino por delante.
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