Fausto Pretelín
Los efectos de la Primavera Árabe contagiaron a Estados Unidos, la Unión Europea y sus brazos armados, la OTAN.
A lo lejos se observa el 2008, año en que Condoleezza Rice visitó Trípoli para firmar un acuerdo con el que se destrabó la indemnización destinada a los familiares de las víctimas de ataques en Libia. También 2009, cuando Reino Unido entregó a Libia a uno de los acusados de haber participado en el atentado de Lockerbie. O el año pasado, 2010, año en el que se concretó un acuerdo entre la Unión Europea y Libia destinado a detener la inmigración clandestina. En pocas palabras, al dictador Gadafi se le tuvo como enemigo después como aliado y, tras los efectos del clima global (Primavera Árabe) nuevamente como enemigo. No hay que dudar sobre los efectos del petróleo. A diferencia del plátano, es escaso y vulnerable a los berrinches de sus dueños, muchos de ellos dictadores.
La diplomacia petrolera corre sobre un riel diferente a la diplomacia ortodoxa. Ni derechos humanos ni principios democráticos son tomados en cuenta por la primera. La segunda los procura. La diplomacia petrolera es meta constitucional y, como tal, los países importadores se sujetan a las disposiciones soberanas que determinen los vigías-dictadores. Algo similar ocurre con Suiza, vigía del oro y del dinero que duermen en sus bancos, no le interesa pertenecer a la Unión Europea para evitar las regulaciones que se articulan desde el Banco Central Europeo. Tampoco le interesa tomar la tribuna de la ONU para evitar el protagonismo que en ocasiones produce molestias a muchos países. Lo mejor, es permanecer aislado. Gadafi lo hizo con Libia desde que derrocó al rey Idris I en 1969.
Su discurso anti colonialista hacia oscilar el precio del petróleo. Lo mejor, para sus enemigos políticos pero socios comerciales, era dejarlo tranquilo. Así lo hicieron Estados Unidos y algunos países europeos hasta que, desde enero de 2011, los libios despertaron de una larga noche con pesadilla incluida. No todos pero sí los suficientes para detonar el efecto-red que culmina durante estas horas.
Sarkozy, Cameron y Obama comprendieron el mensaje de los gobernados no hipnotizados ni idiotizados, ni narcotizados por el régimen del general Gadafi. Para lograr estabilidad en la zona, lo primero es evitar que se extienda el polvorín. Si en Túnez y Egipto las fuerzas opositoras a los regímenes dictatoriales lograron el control en no muchos días, Gadafi tenía a su favor el componente petrolero. La economía global no está para bollos. Y mucho menos en Estados Unidos y en Europa. Prolongar la agonía del régimen equivalía a desestabilizar la zona y, por ende, el precio del petróleo.
La semana pasada, Obama, Sarkozy y Cameron decidieron hacer uso de la OTAN de una vez por todas. Incluida, por cierto, la cabeza de Gadafi y, junto a ella, su vanidad. Gadafi se ha quedado sin reflectores.
Los efectos de la Primavera Árabe contagiaron a Estados Unidos, la Unión Europea y sus brazos armados, la OTAN.
A lo lejos se observa el 2008, año en que Condoleezza Rice visitó Trípoli para firmar un acuerdo con el que se destrabó la indemnización destinada a los familiares de las víctimas de ataques en Libia. También 2009, cuando Reino Unido entregó a Libia a uno de los acusados de haber participado en el atentado de Lockerbie. O el año pasado, 2010, año en el que se concretó un acuerdo entre la Unión Europea y Libia destinado a detener la inmigración clandestina. En pocas palabras, al dictador Gadafi se le tuvo como enemigo después como aliado y, tras los efectos del clima global (Primavera Árabe) nuevamente como enemigo. No hay que dudar sobre los efectos del petróleo. A diferencia del plátano, es escaso y vulnerable a los berrinches de sus dueños, muchos de ellos dictadores.
La diplomacia petrolera corre sobre un riel diferente a la diplomacia ortodoxa. Ni derechos humanos ni principios democráticos son tomados en cuenta por la primera. La segunda los procura. La diplomacia petrolera es meta constitucional y, como tal, los países importadores se sujetan a las disposiciones soberanas que determinen los vigías-dictadores. Algo similar ocurre con Suiza, vigía del oro y del dinero que duermen en sus bancos, no le interesa pertenecer a la Unión Europea para evitar las regulaciones que se articulan desde el Banco Central Europeo. Tampoco le interesa tomar la tribuna de la ONU para evitar el protagonismo que en ocasiones produce molestias a muchos países. Lo mejor, es permanecer aislado. Gadafi lo hizo con Libia desde que derrocó al rey Idris I en 1969.
Su discurso anti colonialista hacia oscilar el precio del petróleo. Lo mejor, para sus enemigos políticos pero socios comerciales, era dejarlo tranquilo. Así lo hicieron Estados Unidos y algunos países europeos hasta que, desde enero de 2011, los libios despertaron de una larga noche con pesadilla incluida. No todos pero sí los suficientes para detonar el efecto-red que culmina durante estas horas.
Sarkozy, Cameron y Obama comprendieron el mensaje de los gobernados no hipnotizados ni idiotizados, ni narcotizados por el régimen del general Gadafi. Para lograr estabilidad en la zona, lo primero es evitar que se extienda el polvorín. Si en Túnez y Egipto las fuerzas opositoras a los regímenes dictatoriales lograron el control en no muchos días, Gadafi tenía a su favor el componente petrolero. La economía global no está para bollos. Y mucho menos en Estados Unidos y en Europa. Prolongar la agonía del régimen equivalía a desestabilizar la zona y, por ende, el precio del petróleo.
La semana pasada, Obama, Sarkozy y Cameron decidieron hacer uso de la OTAN de una vez por todas. Incluida, por cierto, la cabeza de Gadafi y, junto a ella, su vanidad. Gadafi se ha quedado sin reflectores.
Comentarios