Jorge Fernández Menéndez
El sábado, en la celebración del cumpleaños 49 del presidente Felipe Calderón, estuvieron cuatro de los cinco precandidatos panistas, sólo faltó Santiago Creel. Estuvieron casi todos los gobernadores priístas (obviamente también los panistas), encabezados por quien será el candidato presidencial de ese partido, Enrique Peña Nieto. Ahí estaba quien deberá ser la candidata del PRI al gobierno del Distrito Federal, Beatriz Paredes. Faltó, estaba invitado junto con los demás mandatarios estatales, Marcelo Ebrard (y el aliancista Gabino Cué). No hubo perredistas, salvo el gobernador de Guerrero, Ángel Heladio Aguirre. Se lo perdieron, allí estaba buena parte del mundo político, empresarial, cultural, de los medios, en un ambiente cálido, relajado.
Para algunos es el reflejo de un espacio de cordialidad que se debería representar mucho más seguido en las relaciones políticas cotidianas, para otros es algo así como la calma que precede la tormenta. Probablemente las dos versiones tienen mucho de verdad.
Lo cierto es que casi al mismo tiempo que se daba aquel encuentro en Los Pinos, en el PRI hacían constar, con foto y declaración de Peña Nieto y Manlio Fabio Beltrones, que aprendieron las lecciones del pasado y que en el proceso interno no habrá divisiones. La tensión, que fue evidente en las últimas semanas entre los equipos del todavía gobernador y del senador, tendría que disminuir después de los dichos de ambos, pero también porque el golpeteo inclemente que recibió esta semana el presidente nacional del PRI, Humberto Moreira, debería servir como ejemplo de cómo se pondrán las cosas ya en plena campaña, y mucho más si el priísmo se presenta con divisiones evidentes.
En el PAN, horas antes de la celebración, fue evidente el apoyo de cuatro de sus precandidatos a Luisa María Calderón, en su registro como aspirante a la gubernatura de Michoacán. En el panismo, la distancia de Creel con el calderonismo es mayor que nunca, mientras comienza a ser la hora de las definiciones dentro del gabinete, entre Ernesto Cordero y Alonso Lujambio. La decisión de si será uno o ambos los que competirán, se debe dar ya. Si van los dos, el costo de la división del voto entre los hombres del gabinete puede ser costosísima para esa corriente. Pero también al mismo tiempo, y seguramente con la vista puesta en las encuestas, parece crecer, incluso en círculos internos muy reacios a su persona, la percepción respecto a Josefina Vázquez Mota, entendiendo que el tema de género puede hacer una diferencia notable a la hora de las preferencias electorales (paradójicamente, el curso que tome la campaña de Luisa María Calderón influirá mucho en la percepción de los panistas en este tema).
En el PRD están buscando un acuerdo que no divida y derrumbe a sus fuerzas. López Obrador, en la junta con la dirigencia partidaria de la semana pasada dejó en claro que quiere el control de la maquinaria electoral: pidió para su movimiento, el Morena, 100 distritos electorales del PRD, pero también otros 100 del PT y otros 100 de lo que fuera Convergencia. En los hechos tendría con ello presencia propia en todo el territorio nacional, aplicando seguramente el sistema Iztapalapa: si no me gusta el candidato del PRD, impulso y apoyo a otro candidato. Mientras él mismo sea el candidato presidencial esa lógica tendría beneficios para él y muy pocos para el perredismo. Si no fuera candidato, tendría garantizada la presencia de su movimiento, independientemente del PRD, para el futuro.
Este fin de semana, aparentemente se llegó al acuerdo de que será a través de una encuesta ciudadana como se elegirá al candidato presidencial. Eso sería, aparentemente, un triunfo de Marcelo Ebrard. Incluso se ha dicho que ello implicaba que la corriente de Bejarano y Padierna apoyaron al jefe de gobierno en contra de su predecesor. Es relativo: por una parte, Bejarano y Padierna siempre juegan cartas seguras. Y si bien su relación principal es con Andrés Manuel habrá que recordar que ese grupo pudo crecer y tener presencia gracias a los apoyos que les brindó Manuel Camacho, con la operación de Marcelo Ebrard, en los días posteriores al sismo de 1985.
Más allá de celebraciones, acudir o no a las mismas, es también un mensaje, una forma de ver las cosas, de sentir la política, de definir la capacidad, interna y externa, de aceptar y ponderar el diálogo.
El sábado, en la celebración del cumpleaños 49 del presidente Felipe Calderón, estuvieron cuatro de los cinco precandidatos panistas, sólo faltó Santiago Creel. Estuvieron casi todos los gobernadores priístas (obviamente también los panistas), encabezados por quien será el candidato presidencial de ese partido, Enrique Peña Nieto. Ahí estaba quien deberá ser la candidata del PRI al gobierno del Distrito Federal, Beatriz Paredes. Faltó, estaba invitado junto con los demás mandatarios estatales, Marcelo Ebrard (y el aliancista Gabino Cué). No hubo perredistas, salvo el gobernador de Guerrero, Ángel Heladio Aguirre. Se lo perdieron, allí estaba buena parte del mundo político, empresarial, cultural, de los medios, en un ambiente cálido, relajado.
Para algunos es el reflejo de un espacio de cordialidad que se debería representar mucho más seguido en las relaciones políticas cotidianas, para otros es algo así como la calma que precede la tormenta. Probablemente las dos versiones tienen mucho de verdad.
Lo cierto es que casi al mismo tiempo que se daba aquel encuentro en Los Pinos, en el PRI hacían constar, con foto y declaración de Peña Nieto y Manlio Fabio Beltrones, que aprendieron las lecciones del pasado y que en el proceso interno no habrá divisiones. La tensión, que fue evidente en las últimas semanas entre los equipos del todavía gobernador y del senador, tendría que disminuir después de los dichos de ambos, pero también porque el golpeteo inclemente que recibió esta semana el presidente nacional del PRI, Humberto Moreira, debería servir como ejemplo de cómo se pondrán las cosas ya en plena campaña, y mucho más si el priísmo se presenta con divisiones evidentes.
En el PAN, horas antes de la celebración, fue evidente el apoyo de cuatro de sus precandidatos a Luisa María Calderón, en su registro como aspirante a la gubernatura de Michoacán. En el panismo, la distancia de Creel con el calderonismo es mayor que nunca, mientras comienza a ser la hora de las definiciones dentro del gabinete, entre Ernesto Cordero y Alonso Lujambio. La decisión de si será uno o ambos los que competirán, se debe dar ya. Si van los dos, el costo de la división del voto entre los hombres del gabinete puede ser costosísima para esa corriente. Pero también al mismo tiempo, y seguramente con la vista puesta en las encuestas, parece crecer, incluso en círculos internos muy reacios a su persona, la percepción respecto a Josefina Vázquez Mota, entendiendo que el tema de género puede hacer una diferencia notable a la hora de las preferencias electorales (paradójicamente, el curso que tome la campaña de Luisa María Calderón influirá mucho en la percepción de los panistas en este tema).
En el PRD están buscando un acuerdo que no divida y derrumbe a sus fuerzas. López Obrador, en la junta con la dirigencia partidaria de la semana pasada dejó en claro que quiere el control de la maquinaria electoral: pidió para su movimiento, el Morena, 100 distritos electorales del PRD, pero también otros 100 del PT y otros 100 de lo que fuera Convergencia. En los hechos tendría con ello presencia propia en todo el territorio nacional, aplicando seguramente el sistema Iztapalapa: si no me gusta el candidato del PRD, impulso y apoyo a otro candidato. Mientras él mismo sea el candidato presidencial esa lógica tendría beneficios para él y muy pocos para el perredismo. Si no fuera candidato, tendría garantizada la presencia de su movimiento, independientemente del PRD, para el futuro.
Este fin de semana, aparentemente se llegó al acuerdo de que será a través de una encuesta ciudadana como se elegirá al candidato presidencial. Eso sería, aparentemente, un triunfo de Marcelo Ebrard. Incluso se ha dicho que ello implicaba que la corriente de Bejarano y Padierna apoyaron al jefe de gobierno en contra de su predecesor. Es relativo: por una parte, Bejarano y Padierna siempre juegan cartas seguras. Y si bien su relación principal es con Andrés Manuel habrá que recordar que ese grupo pudo crecer y tener presencia gracias a los apoyos que les brindó Manuel Camacho, con la operación de Marcelo Ebrard, en los días posteriores al sismo de 1985.
Más allá de celebraciones, acudir o no a las mismas, es también un mensaje, una forma de ver las cosas, de sentir la política, de definir la capacidad, interna y externa, de aceptar y ponderar el diálogo.
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