El anarquista y el cristiano

Javier Sicilia

Varias veces en que, a causa de los procesos generados por el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, se me ha preguntado si aspiro al poder, he respondido: “no”, y he aclarado: “Soy un anarquista y un cristiano. Sin embargo, vivo en una República, y desde la muerte de mi hijo no tuve más remedio que salir a reclamar a los hombres y mujeres que administran el Estado, no su desaparición (como muchos –por malignidad, ignorancia o estupidez– creen), sino su corrupción y, por lo mismo, su abdicación a su función fundamental, la seguridad ciudadana y humana que nos deben”.

El Estado, ese monstruo que Hobbes, con justa razón, llamó Leviatán, y que Nietzsche calificó como “el más frío de los monstruos fríos”, termina por reducir a los hombres y mujeres que lo administran a su inhumana frialdad, y los que amamos a los hombres y su libertad tenemos la obligación de tratar de recuperar sus corazones para salvarlos y salvarnos de la fría inhumanidad del monstruo.

Para muchos, sin embargo, la relación entre cristianismo y anarquismo es una contradicción. Los anarquistas son contrarios a cualquier religión y a cualquier poder. Su divisa “ni Dios ni amo” es tan clara como perentoria. Por su parte, algunos cristianos y quienes creen que el Estado no es una construcción histórica que un día, como toda construcción histórica, tendrá que morir, tienen horror de la anarquía, fuente de desorden y de negación de las autoridades establecidas. Sin embargo, tanto anarquistas como cristianos olvidan el carácter profundamente anarquista de Jesús.

Desde un punto de vista teológico, Cristo es Dios que se encarna en la persona Jesús. Es, por lo tanto, un Dios que se kenotisa, es decir, que renuncia a su poder, a su omnipotencia, a su fuerza y se vuelve debilidad y contingencia humana. Desde un punto de vista humano, Jesús, tentado por el poder que le confiere la fama, se negó a él. Aunque habló con todos los poderes y cumplió con las obligaciones del Estado, los increpó, los aturdió, los vulneró –llamó a Herodes “zorro”, y durante su juicio debió haber mirado a Pilato desde una distancia tan grande que obligó al procurador a decirle: “Sabes que tengo el poder de matarte”–. No porque quería su destrucción, sino porque el poder hace olvidar a los hombres su deber fundamental: el servicio que nace del amor. Jesús, en este sentido, pertenece a la tradición de los profetas hebreos, a esa tradición que fustiga al poder porque traiciona el amor de Dios. Ningún profeta, en este sentido, fue en ayuda del rey. Ninguno fue tampoco su consejero ni se integró al poder. Constituían lo que en términos modernos llamaríamos un “contrapoder” basado, paradójicamente, en la ausencia de poder que es el de Dios expresado en la pobreza de las palabras del profeta.

Aunque el mundo hebreo tuvo reyes –siempre fustigados por los profetas–, aunque las Iglesias se sometieron a los poderes y se asimilaron a ellos, el cristiano sigue siendo su detractor porque el fundamento de la presencia y de la prédica de Jesús es el amor, que es pobre, libre e impotente, y habla verdad. Se trata, para el cristiano, como lo señalaba San Pablo, de “practicar la verdad en el amor”, es decir, de practicar la verdad y no de adoptar un sistema de pensamiento. Por lo tanto, el Dios de Jesús, el Dios cristiano, no es un poder, no es un aparato administrativo celestial y universal que se replica en la Iglesia o el Estado, no es un amo ni una doctrina; es, por el contrario, una pobreza que se da y acoge, un servicio al otro en la libertad del amor; Dios está en cada persona. De allí que el cristianismo, en su profundidad, esté cerca del anarquismo; de allí también que increpe a cualquier poder, cuya existencia malversa la presencia de Dios y la falsifica como fuerza, ley y violencia. Todo poder termina en idolatría, y toda idolatría en la negación del ser humano y de su libertad.

De esa fuente he bebido, y con su nutrimiento, a la muerte de mi hijo, me puse a caminar junto con otros para, a partir del dolor que los poderes –llámense del Estado o de la delincuencia– nos han infligido, unir a la nación en el amor. Aunque me encantaría una sociedad sin Estado, sin poderes, sin organización, sin jerarquía, donde el amor reinara, sé que, fuera de ciertos espacios comunitarios, su realización absoluta es imposible. Es un hermoso horizonte que repentinamente, como ha sucedido en nuestras largas marchas, aparece como una presencia fugaz del Reino. Desde allí increpo al Estado, no para destruirlo, sino para recordar a quienes creen administrarlo que tienen que volver su vista a los seres humanos para amarlos, cuidarlos, respetarlos, acogerlos. Unas palabras de Blumhardt, un cristiano anarquista de fines del XIX, me vienen a la mente: “Estoy orgulloso de estar delante de ustedes –declaró frente a la extrema izquierda que quería conquistar el poder– como un hombre, y si la política no puede tolerar a un hombre tal y como es, entonces que la política sea condenada (…) La verdadera esencia del anarquismo es volverse un hombre. Nunca un político”. Nos hemos plantado delante de los poderes así, como hombres, como seres humanos que reclamamos que se nos trate como tales.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a todos los presos de la APPO, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón.

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Análisis
2 Comentarios

antonio ruiz chavez31 DE AGOSTO DE 2011 A LAS 9:29
Inicio » Contrapoder
Sicilia: otro profeta desarmado
Autor: Álvaro Cepeda Neri *
Sección: Contrapoder

17 JULIO 2011

Al analizar la reunión entre integrantes de la vanguardia del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, que encabeza el poeta Javier Sicilia y sin animus iniuriandi (sin ánimo o intención de ofender), me parece que éste es ya un profeta desarmado. Esta expresión con carta de ciudadanía histórica, irrumpe en el examen político (teórico y su praxis) en 1513 con la publicación del célebre trabajo de Nicolás Bernardo Maquiavelo de Nelli (1469-1527): El príncipe; y es la otra cara de las investigaciones del Maquiavelo que también fundamentó el Republicanismo, en sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Así que 1513 es el parteaguas histórico para tipificar el fracaso político y enaltecer el éxito político dentro del republicanismo democrático. Uno es el profeta desarmado. El otro el profeta armado, que también existen en las autocracias, calificadas benévolamente, como autoritarismos.

Maquiavelo fue testigo de la actuación religiosa-política del más célebre ejemplo del profeta desarmado: el monje Fray Girolamo Savonarola, hasta que éste fue llevado a la hoguera con la sentencia de que “no se puede gobernar con padresnuestros” ni los pueblos pueden vencer a sus malos gobernantes con rezos y buenas intenciones; de tales actos “está empedrado el camino al infierno”.

De las muchas biografías sobre Maquiavelo, en la de Marcel Brion (ediciones Vergara) y la de Maurizio Viroli (ediciones Tusquets), hay páginas muy ilustrativas sobre Savonarola y su relación con el florentino. Éste, por cierto, aparece en la serie actual de Los Borgia (con diez episodios), cuando Alejandro VI se apodera del Papado (1492-1503).

Y en la obra completísima del gran historiador John Greville Agard Pocock, El momento maquiavélico, con el subtítulo El pensamiento político florentino y la tradición republicana atlántica (editorial Tecnos), hay un capítulo magistral: “De Bruni a Savonarola”. Pocock plantea la pregunta: “¿El concepto de ciudadano activamente implicado en su propio gobierno que aspira a encontrar el significado de su propia existencia en esa implicación (en ese tomar parte directa), se encontraba ya obsoleto en el año 1700… los ciudadanos han de tomar parte exclusivamente a través de la representación… puede el ser humano, que según la definición de Aristóteles, es político por naturaleza, existir como algo más que una simple sombra en un universo capitalista y comercial?”.

Éste lo cita a propósito de que en nuestro país la democracia indirecta, la de la representación, parece agotada y los movimientos sociales insisten en retomar la democracia directa, como quiere ser el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Y que, al menos, frente al representante Calderón, con discutida legitimidad por su dudosa elección, el poeta Sicilia (y su ideólogo Álvarez Icaza) actuó como un profeta desarmado, entregando escapularios, rosarios y abrazando a su enemigo-adversario quien, con índice acusador gritó al poeta: “¡Estás equivocado, Javier!”.

Se dejaron impresionar por la presencia del equipo de Calderón, particularmente por los que el “yo acuso” de la nación señala corresponsables: la Procuradora General, los secretarios de la Defensa, de Seguridad Federal y de Marina. De profeta armado, desde el homicidio de su hijo y el de cinco o seis mexicanos más, hasta su marcha a Ciudad Juárez, Sicilia y la mayoría de los integrantes del Movimiento hicieron a un lado las demandas principales que recogieron de mujeres y hombres que les confiaron sus tragedias.

¿Traición? No, indudablemente que no. El presidencialismo los intimidó. Se pusieron mansamente cristianos frente a un soberbio Calderón católico, también profeta desarmado y actorcillo que pasaba de la ira a la falsa compasión. El que amenazó a la nación cuando gritó que tenía la fuerza, que no cambiaría de estrategia militar-policiaca y que “mientras sea presidente” mantendría su no-guerra hasta ahora ineficaz.

Sicilia fue un profeta desarmado. Aguantó la embestida de Calderón custodiado por Genaro García Luna, por el general Galván, por su grupo que transita en el filo del deslinde de responsabilidades penales, civiles y constitucionales (si y sólo si el golpismo militar-panismo no logra impedir las elecciones del 2012 con algún émulo del Tejero español y no asalta el Congreso, donde sobre todo el Senado, se mantiene como contrapeso). Y en las calles las protestas.

En esa reunión estuvo la oportunidad para el viraje histórico, desperdiciada en un acto fundamentalista, cuando se planteó como el encuentro de un acto político de la democracia directa, ante un poder presidencial que representa a un tercio de la democracia indirecta que ya no gobierna en beneficio del pueblo. Se impuso Calderón y el calderonismo por la fuerza de las bayonetas, en un escenario donde paseaban los fantasmas de Maximiliano y Carlota. El Estado laico fue puesto en la picota, mientras que los que fueron espantados por Calderón, olvidaron que “los profetas armados venzan y todos los desarmados se arruinen”.

Recordemos los dardos-preguntas: “¿Les parecemos daños colaterales?” y, “¿Quiere ser recordado como el presidente de los 40 mil muertos?”, con el factor común: “Está obligado a pedir perdón, presidente, por las 40 mil víctimas de la guerra… Porque el Estado ha fallado en su función de proteger al pueblo”, fueron los asideros de una reunión donde el Calderón a la Díaz Ordaz, a la Victoriano Huerta, a la Echeverría, de momento salió airoso, prometiendo rezar el rosario y usar el escapulario.

Pero no hay duda: se debe demandar, en un ejercicio de la democracia directa, un cambio de conductas de los gobernantes. No es con padresnuestros, propios de los profetas desarmados, como se hacen valer política y jurídicamente los principios de que: la soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo; todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste, y el pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno.

*Periodista

[TEXTO PARA TWITTER: Sicilia, un profeta desarmado; se impresionó ante el presidencialismo: Cepeda Neri]

Fuente: Co

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Guillermo Martínez30 DE AGOSTO DE 2011 A LAS 23:30
Verdaderamente, los actos perpetrados por el crimen organizado hieren el alma del pueblo mexicano. No importa si han muerto miles de pobres, mujeres, niños, inocentes, culpables, jóvenes, viejos, buenos, malos y algunos cuantos acomodados. Lo importante es que son vidas humanas. Y si pensáramos como humanos veríamos el vulgar acto de inconsciencia que el Estado ha reflejado ante tal situación.

La oligarquía política se preocupa, hoy, por acomodar a sus mejores cartas para la elección presidencial y apuntalar la victoria de sus intereses personales. ¡Ho México querido! ¿Qué ha pasado con tus hijos, con tu gente, con tu pueblo? La rapiña se ha apoderado de sus corazones. No miran a sus hermanos como sus hermanos, solo buscan saciar sus egos, llenar sus bolsas y negar su estirpe.

Por todo esto coincido con Javier Sicilia. El estado se olvida de su función para volverse en contra de los que le han permitido, incrédulamente, su omnipotencia pensando en un beneficio colectivo. ¡Ya basta! es la frase poética con la que debe iniciar toda conciencia, toda reflexión, todo escrito y toda acción desde nuestro espacio. ¡Ya basta!

Hoy…
Me dueles México.
Me duelen tus ingratos hijos que te apuñalan con vehemencia sin darse cuenta que se apuñalan a sí mismos.

Me duelen tus hijos abatidos que cada segundo caen perdiendo la vida por una irracional inconsciencia del sentido del humanismo.
Me duele la indiferencia de aquellos que miran tu agonía resignados a una eternidad perdida.

Me dueles México.
Pero confío en que un día la victoria sea nuestra, porque lucharé contigo aunque con mi propia vida paguemos tal precio.

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