Jorge Zepeda Patterson
Sólo podemos imaginar qué habría sido de México si López Obrador hubiera obtenido la presidencia en el 2006. Si nos atenemos a su balance como Jefe de Gobierno del Distrito Federal hay razones para lamentar que no haya llegado a Los Pinos; pero si recordamos algunas de sus actitudes antes y después de los comicios habría motivos para agradecerlo (el cállate chachalaca, la complacencia ante el bejaranazo).
Según se mire, para bien o para mal, López obrador perdió su oportunidad. Al margen de los deseos o las esperanzas, no hay condiciones objetivas para su victoria en las elecciones de 2012.
Hace seis años su triunfo pudo haber sedimentado definitivamente la alternancia política mexicana. Un gobierno de izquierda podría haber sido de enorme ayuda para reducir las desigualdades e impulsar la agenda social tan rezagada en nuestro país. La presidencia de López Obrador pudo haber sido útil en 2006, la candidatura en 2012, en cambio, resulta perjudicial.
Hace una semana argumenté aquí a favor de la necesidad de una elección presidencial competida el próximo año. Si Enrique Peña Nieto y el PRI arrasan, muy probablemente el carro completo desmantelará buena parte de las débiles instituciones que ha construido nuestra frágil democracia. El control del congreso y el clamor de muchos por un regreso del presidencialismo, podrían constituir la coartada perfecta para la instalación de un régimen autoritario, sin contrapesos ni oposición real.
De allí la necesidad de una elección razonablemente dividida, en la cual el candidato triunfador no reciba un cheque en blanco y sí en cambio un mandato del electorado para que presida un gobierno plural y con importantes minorías. Para que esto suceda la oposición requiere de candidatos capaces de ofrecer alguna resistencia a la aplanadora que representa Peña Nieto.
La candidatura de López Obrador por parte de la izquierda sería un regalo para el PRI. Probablemente sigue siendo el candidato más popular para los militantes y, gracias a su organización "Morena", tiene el núcleo de votos duros más potente. El problema es que para ser presidente se requieren también los votos "blandos", toda vez que la mayoría de mexicanos no tienen una filiación política predeterminada. Y esa es la debilidad del tabasqueño: su incapacidad para atraer al votante moderado. Por razones ciertas o infundadas la imagen de López Obrador en 2012 es mucho más radical que en 2006. Muchos votantes de centro que hace 6 años sufragaron a su favor, hoy no lo harían. Es el precandidato con la cuota más alta de reprobación por parte del electorado y eso lo derrota de antemano.
Entre un candidato débil del PAN y un candidato temido u odiado por parte de la izquierda, el electorado caerá en brazos del PRI. Y esas no son buenas noticias para la democracia, como tampoco lo serían si cualquier fuerza política triunfa con mayorías absolutas.
Por lo anterior me parece que Marcelo Ebrard sería la mejor opción de la izquierda. Es un candidato que además del voto que tradicionalmente se afilia a las causas progresistas, podría ser una opción atractiva para el ciudadano del centro ideológico y para el votante despolitizado que por una razón u otra desconfía del PRI. Ciertamente a Ebrard le estorba su falta de carisma entre las masas; es un político eficaz y práctico que no inspira enormes pasiones pero, quizá por ello, su cuota de reprobación es muy baja.
Ebrard tiene una ventaja adicional. Eventualmente podría atraer a una parte del votante panista que ante el inminente regreso del PRI prefiera optar por un candidato de centro izquierda, como Ebrard, bajo la lógica del "voto útil". Un fenómeno similar, pero en dirección inversa, al que vivimos en el 2000 por parte de muchos votantes de izquierda que sufragaron por Vicente Fox para sacar al PRI de Los Pinos.
A estas alturas resulta difícil exhortar a los ciudadanos a votar por un partido político en concreto. Más allá de nuestras preferencias personales es innegable que los gobiernos panistas han dejado mucho que desear, y los perredistas, salvo en la capital del país, tampoco salen mejor librados. No es casual que las intenciones de voto favorezcan al PRI a un año de las elecciones. Tampoco se sí a su regreso el PRI lo haría mejor o peor que antes. De lo que estoy convencido es que cualquiera que llegue será mejor gobernante, incluido el PRI, si tiene una red de instituciones que le exijan rendición de cuentas y equilibrios. Y para eso se necesita una contienda electoral competida. Es decir, candidatos de izquierda y de derecha capaces de atraer el voto de muchos. En suma, hoy es el momento de Ebrard, no de López Obrador.
Sólo podemos imaginar qué habría sido de México si López Obrador hubiera obtenido la presidencia en el 2006. Si nos atenemos a su balance como Jefe de Gobierno del Distrito Federal hay razones para lamentar que no haya llegado a Los Pinos; pero si recordamos algunas de sus actitudes antes y después de los comicios habría motivos para agradecerlo (el cállate chachalaca, la complacencia ante el bejaranazo).
Según se mire, para bien o para mal, López obrador perdió su oportunidad. Al margen de los deseos o las esperanzas, no hay condiciones objetivas para su victoria en las elecciones de 2012.
Hace seis años su triunfo pudo haber sedimentado definitivamente la alternancia política mexicana. Un gobierno de izquierda podría haber sido de enorme ayuda para reducir las desigualdades e impulsar la agenda social tan rezagada en nuestro país. La presidencia de López Obrador pudo haber sido útil en 2006, la candidatura en 2012, en cambio, resulta perjudicial.
Hace una semana argumenté aquí a favor de la necesidad de una elección presidencial competida el próximo año. Si Enrique Peña Nieto y el PRI arrasan, muy probablemente el carro completo desmantelará buena parte de las débiles instituciones que ha construido nuestra frágil democracia. El control del congreso y el clamor de muchos por un regreso del presidencialismo, podrían constituir la coartada perfecta para la instalación de un régimen autoritario, sin contrapesos ni oposición real.
De allí la necesidad de una elección razonablemente dividida, en la cual el candidato triunfador no reciba un cheque en blanco y sí en cambio un mandato del electorado para que presida un gobierno plural y con importantes minorías. Para que esto suceda la oposición requiere de candidatos capaces de ofrecer alguna resistencia a la aplanadora que representa Peña Nieto.
La candidatura de López Obrador por parte de la izquierda sería un regalo para el PRI. Probablemente sigue siendo el candidato más popular para los militantes y, gracias a su organización "Morena", tiene el núcleo de votos duros más potente. El problema es que para ser presidente se requieren también los votos "blandos", toda vez que la mayoría de mexicanos no tienen una filiación política predeterminada. Y esa es la debilidad del tabasqueño: su incapacidad para atraer al votante moderado. Por razones ciertas o infundadas la imagen de López Obrador en 2012 es mucho más radical que en 2006. Muchos votantes de centro que hace 6 años sufragaron a su favor, hoy no lo harían. Es el precandidato con la cuota más alta de reprobación por parte del electorado y eso lo derrota de antemano.
Entre un candidato débil del PAN y un candidato temido u odiado por parte de la izquierda, el electorado caerá en brazos del PRI. Y esas no son buenas noticias para la democracia, como tampoco lo serían si cualquier fuerza política triunfa con mayorías absolutas.
Por lo anterior me parece que Marcelo Ebrard sería la mejor opción de la izquierda. Es un candidato que además del voto que tradicionalmente se afilia a las causas progresistas, podría ser una opción atractiva para el ciudadano del centro ideológico y para el votante despolitizado que por una razón u otra desconfía del PRI. Ciertamente a Ebrard le estorba su falta de carisma entre las masas; es un político eficaz y práctico que no inspira enormes pasiones pero, quizá por ello, su cuota de reprobación es muy baja.
Ebrard tiene una ventaja adicional. Eventualmente podría atraer a una parte del votante panista que ante el inminente regreso del PRI prefiera optar por un candidato de centro izquierda, como Ebrard, bajo la lógica del "voto útil". Un fenómeno similar, pero en dirección inversa, al que vivimos en el 2000 por parte de muchos votantes de izquierda que sufragaron por Vicente Fox para sacar al PRI de Los Pinos.
A estas alturas resulta difícil exhortar a los ciudadanos a votar por un partido político en concreto. Más allá de nuestras preferencias personales es innegable que los gobiernos panistas han dejado mucho que desear, y los perredistas, salvo en la capital del país, tampoco salen mejor librados. No es casual que las intenciones de voto favorezcan al PRI a un año de las elecciones. Tampoco se sí a su regreso el PRI lo haría mejor o peor que antes. De lo que estoy convencido es que cualquiera que llegue será mejor gobernante, incluido el PRI, si tiene una red de instituciones que le exijan rendición de cuentas y equilibrios. Y para eso se necesita una contienda electoral competida. Es decir, candidatos de izquierda y de derecha capaces de atraer el voto de muchos. En suma, hoy es el momento de Ebrard, no de López Obrador.
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