Martha Anaya / Crónica de Política
La preocupación por la balacera acontecida el sábado pasado en las inmediaciones del estadio Corona de Torreón durante el encuentro Santos-Morelia, no se ciñe únicamente al medio futbolístico y las consecuencias que este incidente pudiera tener en la afectación a la afluencia a los estadios y en los bolsillos de los empresarios.
Las consecuencias de este suceso se desbordan hacia otros ámbitos que mucho preocupan al gobierno federal. Para empezar, la imagen y la percepción que a nivel nacional e internacional produce un hecho como el que atestiguamos, donde las escenas dejan ver a aficionados –hombres, mujeres, niños– atrincherándose entre las gradas del estadio, llorando, huyendo ante el sonido de las balas.
Las imágenes y la noticia recorrieron el mundo, como si se tratara de un sismo o de un tsunami. Flaco favor para un gobierno que intenta atraer turistas y convencer a sus gobernados de que la violencia está acotada a unas cuantas zonas y de que se va ganando la guerra al crimen organizado.
Pero hay algo más: el futbol y los futbolistas son, para empezar, un reducto de atractivo político y un remanso para proporcionar alegría o tranquilidad –según la necesidad– al que han acudido candidatos, gobernadores y hasta el presidente de la República.
Recordemos tan sólo las recepciones de Felipe Calderón a las distintas selecciones triunfadoras, la asistencia del propio mandatario al Mundial de Futbol en Sudáfrica (2010); y por supuesto, la publicidad con que arrancaron los festejos del bicentenario en voz del “vasco” Aguirre, entrenador por aquellas fechas de la selección mexicana.
Más aún, Calderón solicitó –desde hace más de un año– a la Federación Mexicana de Futbol (FM) apoyar a su gobierno llevando partidos de los seleccionados a zonas donde más se padece la violencia en el país, con el fin de “mitigar” las penas de la población.
Y la FMF le ha cumplido. Llevó a sus futbolistas a jugar a las zonas peligrosas –Monterrey, Ciudad Juárez, Torreón– y ofrecer así “un poco de alegría” a pobladores golpeados por el crimen organizado y la lucha que contra éste emprendió el gobierno calderonista.
Bueno, pues esos oasis (los estadios de futbol), esos flujos de entusiasmo (los partidos) que ayudan a mitigar las penas, volaron por los aires el sábado pasado en Torreón.
Ese es el punto medular por el cual, tanto las autoridades del futbol como del gobierno federal, se han empeñado en mostrar –y tratar de demostrar—que la balacera no ocurrió dentro del estadio (el oasis) y sobre todo de que los criminales “no atentaron contra el futbol”, unos de los pocos emblemas nacionales que aún perduran y atraen multitudes, y que pueden ser utilizados en términos políticos.
Del encuentro a puertas cerradas que sostuvieron los directivos del futbol mexicano con el secretario de Gobernación, José Francisco Blake Mora, nada de lo anterior se comentó públicamente en la conferencia de prensa. Pero fueron sin duda las razones y el telón de fondo de las medidas que salieron a anunciar: mejorar los protocolos de seguridad en los estadios.
No será fácil, sin embargo, borrar lo sucedido en Torreón. Hoy, como diría Decio de María (secretario de la FMF), hay un hecho concreto: “Es una desgracia que pasamos del éxito deportivo al lamento de este tipo de situaciones”.
Y eso tiene –y tendrá– consecuencias más allá de las meramente futbolísticas.
La preocupación por la balacera acontecida el sábado pasado en las inmediaciones del estadio Corona de Torreón durante el encuentro Santos-Morelia, no se ciñe únicamente al medio futbolístico y las consecuencias que este incidente pudiera tener en la afectación a la afluencia a los estadios y en los bolsillos de los empresarios.
Las consecuencias de este suceso se desbordan hacia otros ámbitos que mucho preocupan al gobierno federal. Para empezar, la imagen y la percepción que a nivel nacional e internacional produce un hecho como el que atestiguamos, donde las escenas dejan ver a aficionados –hombres, mujeres, niños– atrincherándose entre las gradas del estadio, llorando, huyendo ante el sonido de las balas.
Las imágenes y la noticia recorrieron el mundo, como si se tratara de un sismo o de un tsunami. Flaco favor para un gobierno que intenta atraer turistas y convencer a sus gobernados de que la violencia está acotada a unas cuantas zonas y de que se va ganando la guerra al crimen organizado.
Pero hay algo más: el futbol y los futbolistas son, para empezar, un reducto de atractivo político y un remanso para proporcionar alegría o tranquilidad –según la necesidad– al que han acudido candidatos, gobernadores y hasta el presidente de la República.
Recordemos tan sólo las recepciones de Felipe Calderón a las distintas selecciones triunfadoras, la asistencia del propio mandatario al Mundial de Futbol en Sudáfrica (2010); y por supuesto, la publicidad con que arrancaron los festejos del bicentenario en voz del “vasco” Aguirre, entrenador por aquellas fechas de la selección mexicana.
Más aún, Calderón solicitó –desde hace más de un año– a la Federación Mexicana de Futbol (FM) apoyar a su gobierno llevando partidos de los seleccionados a zonas donde más se padece la violencia en el país, con el fin de “mitigar” las penas de la población.
Y la FMF le ha cumplido. Llevó a sus futbolistas a jugar a las zonas peligrosas –Monterrey, Ciudad Juárez, Torreón– y ofrecer así “un poco de alegría” a pobladores golpeados por el crimen organizado y la lucha que contra éste emprendió el gobierno calderonista.
Bueno, pues esos oasis (los estadios de futbol), esos flujos de entusiasmo (los partidos) que ayudan a mitigar las penas, volaron por los aires el sábado pasado en Torreón.
Ese es el punto medular por el cual, tanto las autoridades del futbol como del gobierno federal, se han empeñado en mostrar –y tratar de demostrar—que la balacera no ocurrió dentro del estadio (el oasis) y sobre todo de que los criminales “no atentaron contra el futbol”, unos de los pocos emblemas nacionales que aún perduran y atraen multitudes, y que pueden ser utilizados en términos políticos.
Del encuentro a puertas cerradas que sostuvieron los directivos del futbol mexicano con el secretario de Gobernación, José Francisco Blake Mora, nada de lo anterior se comentó públicamente en la conferencia de prensa. Pero fueron sin duda las razones y el telón de fondo de las medidas que salieron a anunciar: mejorar los protocolos de seguridad en los estadios.
No será fácil, sin embargo, borrar lo sucedido en Torreón. Hoy, como diría Decio de María (secretario de la FMF), hay un hecho concreto: “Es una desgracia que pasamos del éxito deportivo al lamento de este tipo de situaciones”.
Y eso tiene –y tendrá– consecuencias más allá de las meramente futbolísticas.
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