Antonio Navalón
Salvo la revolución del sentimiento y del dolor, no triunfó en México —todavía— ninguna revolución por la que hayamos echado por la ventana de la historia a los diputados y senadores.
Resulta desproporcionado oír la frase “nos han traicionado” en boca de Javier Sicilia. Frente al exceso de un hombre constructor de eternidad a través de las palabras, resulta intolerable y vergonzosa la respuesta de los diputados y los senadores: “que no”, “que sí”, “que se puede modificar”, “incluso hasta rechazar”.
Estamos a punto de confundirlo todo. Como no queda claro quién debe legislar —si Sicilia y la Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad, el padre Solalinde o aquellos a quienes les pagamos camionetas, sueldos y viajes en primera—, estamos camino a anular cualquier posibilidad de que haya justicia en México. Entonces, cerremos San Lázaro y todos a la Rectoría de la UNAM o al Zócalo. ¿Qué está pasando en México?
Reconozco que morí un poco al mismo tiempo que expiraba —víctima de una locura asesina— el hijo de Javier Sicilia. Reconozco que entendí que él escribiera los versos más tristes esa noche. Reconozco que el dolor te puede hacer enloquecer. Reconozco la entereza moral que significa reconstruirse como un Ave Fénix desde la profunda introspección frente a una tragedia como la pérdida de un hijo para querer construir una alternativa de paz.
Si Sicilia desea exfoliar conciencias, bienvenido. Con él lloré y por él recorrí los caminos de las cosas que nunca debieron pasar. Sin embargo, si lo que quiere es hacer o reformar leyes entonces debe presentarse en unas elecciones, ganarlas y después proceder.
México tiene un rosario interminable de muerte, llanto y dolor a causa de que un Presidente nos metió en una guerra sin declararla, medirla y sin explicar —ni a víctimas ni a verdugos— a dónde nos llevaba.
Sin que tengamos las conclusiones mínimas para un proceso inicial de paz, así como empezamos una guerra que nos ha desbordado y que, entre otras cosas, ha roto el corazón de Sicilia y de tantos mexicanos, ahora queremos que el viento de la paz, tan anhelado, lo borre todo y criminalice a los demás.
Javier Sicilia quiere la paz. Yo también. Pero además exijo un Estado que funcione, que sea capaz de evitar que me maten o que asesinen a nuestros hijos y que, al mismo tiempo, salvaguarde y ayude a corregir el error brutal de diciembre de 2006 de lanzar sin paracaídas al Ejército mexicano hacia la ilegalidad.
Me alegro de tener una Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) capaz de hacer una ponencia como la del ministro Arturo Zaldívar respecto a ese crimen sangrante y sin castigo llamado “Caso ABC”.
Me alegro de tener una SCJN donde se recojan las banderas y las antorchas de mi generación, la cual pensó que no era posible ni la paz ni la dignidad al ver cómo los Allendes eran asesinados en sangrientos golpes de Estado o cómo los gritos de Tlatelolco se hacían callar simplemente tapándose los oídos.
Me alegro de pertenecer a una sociedad donde aún es posible que haya justicia. Pero para que todo eso exista hay que entender que si Sicilia y su Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad se reúne con los ministros en la SCJN, lo único que harán será darle, para siempre, impunidad legal a los asesinos por una sencilla razón: a diferencia de algunos políticos a quienes es imposible contaminarlos o ensuciarlos, pues es su condición natural, los magistrados sí se pueden contaminar por el conocimiento de determinadas cosas.
Si a lo que van es a discutir, deben saber que no sólo se harán una foto y seguramente se intercambiarán una túnica —ya que ya se han besado y se han dado escapularios—, sino, lo que es peor: habrán manchado las togas para que cumplan con su deber y den justicia para todos.
P.D. Como dice Ernesto Cordero: no hay economías a prueba de balas. Lo que está pasando es el final de la era que conocimos. No hay que confundir el tener la capacidad de aguantar en un modelo que ya no funciona (mirar España, Inglaterra y los demás países) o prepararnos —que es lo que debemos hacer— para lo que viene.
Salvo la revolución del sentimiento y del dolor, no triunfó en México —todavía— ninguna revolución por la que hayamos echado por la ventana de la historia a los diputados y senadores.
Resulta desproporcionado oír la frase “nos han traicionado” en boca de Javier Sicilia. Frente al exceso de un hombre constructor de eternidad a través de las palabras, resulta intolerable y vergonzosa la respuesta de los diputados y los senadores: “que no”, “que sí”, “que se puede modificar”, “incluso hasta rechazar”.
Estamos a punto de confundirlo todo. Como no queda claro quién debe legislar —si Sicilia y la Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad, el padre Solalinde o aquellos a quienes les pagamos camionetas, sueldos y viajes en primera—, estamos camino a anular cualquier posibilidad de que haya justicia en México. Entonces, cerremos San Lázaro y todos a la Rectoría de la UNAM o al Zócalo. ¿Qué está pasando en México?
Reconozco que morí un poco al mismo tiempo que expiraba —víctima de una locura asesina— el hijo de Javier Sicilia. Reconozco que entendí que él escribiera los versos más tristes esa noche. Reconozco que el dolor te puede hacer enloquecer. Reconozco la entereza moral que significa reconstruirse como un Ave Fénix desde la profunda introspección frente a una tragedia como la pérdida de un hijo para querer construir una alternativa de paz.
Si Sicilia desea exfoliar conciencias, bienvenido. Con él lloré y por él recorrí los caminos de las cosas que nunca debieron pasar. Sin embargo, si lo que quiere es hacer o reformar leyes entonces debe presentarse en unas elecciones, ganarlas y después proceder.
México tiene un rosario interminable de muerte, llanto y dolor a causa de que un Presidente nos metió en una guerra sin declararla, medirla y sin explicar —ni a víctimas ni a verdugos— a dónde nos llevaba.
Sin que tengamos las conclusiones mínimas para un proceso inicial de paz, así como empezamos una guerra que nos ha desbordado y que, entre otras cosas, ha roto el corazón de Sicilia y de tantos mexicanos, ahora queremos que el viento de la paz, tan anhelado, lo borre todo y criminalice a los demás.
Javier Sicilia quiere la paz. Yo también. Pero además exijo un Estado que funcione, que sea capaz de evitar que me maten o que asesinen a nuestros hijos y que, al mismo tiempo, salvaguarde y ayude a corregir el error brutal de diciembre de 2006 de lanzar sin paracaídas al Ejército mexicano hacia la ilegalidad.
Me alegro de tener una Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) capaz de hacer una ponencia como la del ministro Arturo Zaldívar respecto a ese crimen sangrante y sin castigo llamado “Caso ABC”.
Me alegro de tener una SCJN donde se recojan las banderas y las antorchas de mi generación, la cual pensó que no era posible ni la paz ni la dignidad al ver cómo los Allendes eran asesinados en sangrientos golpes de Estado o cómo los gritos de Tlatelolco se hacían callar simplemente tapándose los oídos.
Me alegro de pertenecer a una sociedad donde aún es posible que haya justicia. Pero para que todo eso exista hay que entender que si Sicilia y su Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad se reúne con los ministros en la SCJN, lo único que harán será darle, para siempre, impunidad legal a los asesinos por una sencilla razón: a diferencia de algunos políticos a quienes es imposible contaminarlos o ensuciarlos, pues es su condición natural, los magistrados sí se pueden contaminar por el conocimiento de determinadas cosas.
Si a lo que van es a discutir, deben saber que no sólo se harán una foto y seguramente se intercambiarán una túnica —ya que ya se han besado y se han dado escapularios—, sino, lo que es peor: habrán manchado las togas para que cumplan con su deber y den justicia para todos.
P.D. Como dice Ernesto Cordero: no hay economías a prueba de balas. Lo que está pasando es el final de la era que conocimos. No hay que confundir el tener la capacidad de aguantar en un modelo que ya no funciona (mirar España, Inglaterra y los demás países) o prepararnos —que es lo que debemos hacer— para lo que viene.
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