Bolas en el engrudo

Francisco Rodríguez / Índice Político

No hay engrudo capaz de cohesionar, siquiera de mantener por un rato unidos, a los políticos mexicas. Cuando todo indica que el pegamento va a funcionar, invariablemente termina en una solución grumosa.

De no ser así, la expresión “no se hagan bolas” saldría sobrando.

Y por el contrario, usted la encuentra en el lexicón de prácticamente todos los practicantes de ese oficio tan vilipendiado –con hartas razones– que es la de político, politicastro o, definitivamente, politiquero.
La empleó Carlos Salinas, en su momento, para defender la candidatura presidencial del malogrado Luis Donaldo Colosio.

Dos de sus entonces discípulos, Manuel Camacho y Marcelo Ebrard, la han usado en fechas recientes. El primero, para sustentar la imposible alianza PAN-PRD en el Estado de México. El segundo, para defender su posición de precandidato presidencial por las izquierdas domésticas y poco domesticadas.

Acaba de recurrir a ella el precandidato priísta Enrique Peña Nieto –de quien también se dice es paciente de la influencia salinista–, ante sus correligionarios con escaño senatorial para, otra vez, instarlos a no romper la unidad de los tricolores… obviamente en torno a él mismo.

Todos, pues, hechos bolas.

Porque, resultó más que elocuente que hace 17 años Colosio no era el candidato del establishment –la nomenklatura, diría el propio Salinas– y por tal fue que lo asesinaron. Aquello, pese a los exhortos, terminó con todos hechos bolas.

A Manuel Camacho, apenas, se le hizo muy bien redondeadas bolas la alianza contra el PRI en el Estado de México.

Marcelo Ebrard, por su parte, está hecho bolas con su precandidatura y la lealtad que debe a Andrés Manuel López Obrador, quien lo rescató de la ignominia a la que fue condenado –junto con Camacho– por el zedillato. Pero no sólo eso, a quien debe el impulso que lo convirtió en sucesor del propio AMLO en la jefatura del gobierno de la capital nacional.

Y Peña Nieto… Bueno, Peña Nieto se agandalla las bolas.

Ahí es precisamente donde el engrudo se convierte en grumos.

Porque la cohesión política, la unidad de los políticos, se consigue –de acuerdo a la enciclopedia—a través de la semejanza social y cultural, o sea por la existencia de hábitos, valores, caracteres y cultura compartidos, la similitud de expectativas y experiencias, el entrelazamiento de los roles sociales; la similitud de expectativas económicas en cuanto a remuneración y posibilidades de vida; y la movilidad social tanto horizontal (geográfica) como vertical (de posición social).

En el caso particular de Peña Nieto, en cambio, es exigida a partir del individualismo. Del proyecto –si lo hubiere– del todavía gobernador del Estado de México, quien basa sus legítimas aspiraciones presidenciales tan sólo en la popularidad que su constante aparición en los medios electrónicos –ya por causas personales, cuanto por las gubernativas– le ha acarreado.

Polarizado el país desde casi siempre, pero exacerbada la división y la fragmentación a partir de las campañas de odio que las derechas panistas y proto-panistas patrocinaron en el 2006, buscar la cohesión es prácticamente tarea de titanes.

Ni en el mismo PAN existe actualmente la unidad y cohesión que todos se empeñan en invocar.

Lo más destacable de los equipos eficaces –ya sean políticos, empresariales, incluso escolares– es su elevada cohesión. La comunicación entre los miembros del equipo es fluida; se sienten libres de expresar sus opiniones y están satisfechos con lo que hacen; conocen y respetan las normas, y el liderazgo es compartido porque aunque exista un líder aglutinador, las decisiones se toman por consenso. Esa cohesión hace que cada miembro del equipo se sienta líder y dedique toda su energía a la tarea en lugar de desperdiciarla en otros fines.

Y eso no lo han conseguido, en décadas, ni en el PRI, ni en el PRD, menos todavía en el PAN.
En todos los partidos están hechos bolas.

No hay receta para un engrudo político sin grumos… todavía.

Índice Flamígero: En Los Pinos también se hacen bolas. Cada vez resulta más claro que, mientras Felipe Calderón tiene a Ernesto Cordero como su “delfín”, la señora Margarita Zavala y familia tienen en Alonso Lujambio a su favorito. Veremos en qué resulta, pues ya en la elección de presidente del PAN, la (mal) llamada primera dama ganó con Gustavo Madero al candidato de su esposo, Roberto Gil Zuarth.

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