Carlos Ramírez / Indicador Político
Luego de ganar por la estructura electoral, política y social del PAN y del PRD y la movilización de una sociedad harta del pasado priísta, el gobernador (ex) priísta Gabino Cué acaba de renunciar a su secretaria general de gobierno que respondía a la señora Elba Esther Gordillo y puso en su lugar a uno de los priístas de la vieja guardia.
En Puebla, a su vez, el gobernador (ex) priísta Rafael Moreno Valle decidió olvidarse de la alianza de fuerzas políticas y sociales no priístas para construir y proyecto propio pero con estilos priístas y se apropió la estructura del PAN local de raigambre conservadora y yunquista, convirtiendo al panismo en una intendencia política de nuevos grupos de poder (ex) priístas y sin ideología panista.
Cué y Moreno Valle salieron del PRI en su momento sólo porque no obtuvieron la candidatura priísta a los gobiernos estatales de Oaxaca y Puebla, lograron una alianza de grupos de (ex) priístas y utilizaron las estructuras electorales del PAN y del PRD para ganar en sus segundos intentos. Si las alianzas se construyeron para definir nuevas formas de hacer política y sobre todo nuevos programas de gobierno, al final tuvieron que decantarse en definiciones con las estructuras de las viejas guardias políticas priístas.
Las alianzas entre partidos sustituyeron el modelo de los frentes cívicos que alentó el PAN en los años duros del priísmo aferrado al poder, los ochenta, como una forma de construirle a la sociedad espacios de participación fuera del PRI. Las alianzas en sí mismas fueron acuerdos coyunturales y electoreros del PAN y el PRD para derrotar al PRI con candidatos salidos del PRI. Sin embargo, en la fundamentación política se dejó claro que se trataba de construir una nueva opción de ejercicio del poder y del gobierno, es decir: Una nueva ética política.
El resultado ha sido diferente. El realineamiento partidista de los gobiernos aliancistas en Oaxaca, Puebla y Sinaloa no mostró esas nuevas formas de hacer política. El gobernador oaxaqueño Cué quedó atrapado en el cacicazgo político del ex gobernador (ex) priísta, (neo) panista --y lo que venga-- Diódoro Carrasco, entregó la secretaría de Gobierno a Gordillo vía la renunciante Irma Piñeyro y finalmente cayó en manos de la vieja guardia del PRI. Piñeyro fue renunciada por Carrasco pasando por encima del gobernador Cué.
El problema no es local ni se agota en la microhistoria, sino que exhibe las limitaciones advertidas de los gobiernos de las alianzas. El nuevo secretario oaxaqueño de gobierno Jesús Martínez Álvarez ha sido uno de los sobrevivientes del llamado Grupo Oaxaca que se fortaleció en 1977 ante la caída del gobernador Manuel Zárate Aquino por un conflicto mal manejado por el entonces secretario lopezportillista de Educación, Porfirio Muñoz Ledo. Ante el peligro de la descomposición, el Grupo Oaxaca fomentó el acuerdo secreto de distribuir el poder político entre todas las familias priístas estatales.
El pacto se cumplió hasta 1992 cuando el presidente Salinas impuso como candidato a Diódoro Carrasco como parte de la competencia Colosio-Camacho por la candidatura presidencial. El camachista Luis Martínez Fernández del Campo había comenzado una campaña abierta para resolver la candidatura estatal sin dedazos, pero Salinas decidió por los oaxaqueños. Carrasco llegó al poder para comenzar a excluir a grupos priístas pero fracasó en imponer a su sucesor; vía una amenaza de pasarse al PRD, José Murat le arrancó la candidatura a Carrasco. Ahí se fracturó el PRI.
Martínez Alvarez fue gobernador interino en 1985. Más tarde trabajó al lado de Manuel Camacho en varias posiciones, lo que por lo menos deja también una huella en las nuevas alianzas de Cué, quien por cierto le debe la gubernatura a López Obrador. Luego de refugiarse en Convergencia junto a Cué, Martínez Álvarez regresó al PRI durante el gobierno de Ulises Ruiz como representante del gobierno de Oaxaca en el DF, cargo que refrendó Cué. Y de ahí saltó a la secretaría general de gobierno, aunque luego de darle algunas clases formales al gabinete de Cué en semanas recientes sobre cómo ejercer el poder. El desorden en el gabinete y el choque de Cué con los grupos radicales que lo llevaron al poder obligó a regresar a las viejas prácticas priístas de negociación.
El mensaje del reacomodo en el gabinete del gobernador de Oaxaca revela el fracaso de las alianzas políticas y la certeza de sólo sirvieron para resolver viejos diferendos entre priístas, mientras los grupos radicales exigen la transformación de las viejas prácticas priístas. Lo interesante además es el hecho de que Martínez Alvarez representó la reconciliación de una parte del viejo PRI con el gobierno priísta de Ulises Ruiz, pasando por encima a la dependencia de Cué del cacicazgo político del priísta-panista-antijuarista Carrasco.
Los reacomodos en las facciones elitistas en Oaxaca confirman el funcionamiento de las viejas reglas del juego inventadas y operadas por el PRI. Pero las alianzas prometían nuevas formas de acuerdos sociales y políticos y un mayor dinamismo en la circulación de las élites. A favor de este modelo conservador opera el hecho de que la sección 22 de maestros sólo quiere beneficios económicos, los grupos indígenas son ingobernables por las disputas sangrientas históricas y los grupos políticos de la APPO quedaron domesticados con cargos menores vía el PT.
Lo malo, sin embargo, radica en la sociedad oaxaqueña no partidista que votó por la alianza de Cué en función de la promesa de reorganización de la política y ahora se ha encontrado con el retorno de los brujos de la vieja guardia priísta. Sería, demás, la confirmación de que los aliancistas utilizaron a la sociedad y a los grupos radicales sólo para ganar pero ahora gobiernan con el gnomo priísta que siempre llevaron dentro. El reciclaje de las viejas élites solamente envía el mensaje de que la política sigue siendo la misma de siempre, la única que saben hacer, para desgracia de la sociedad no magisterial, no appista y no priísta que creyó ingenuamente que las cosas iban a cambiar… para seguir igual.
Luego de ganar por la estructura electoral, política y social del PAN y del PRD y la movilización de una sociedad harta del pasado priísta, el gobernador (ex) priísta Gabino Cué acaba de renunciar a su secretaria general de gobierno que respondía a la señora Elba Esther Gordillo y puso en su lugar a uno de los priístas de la vieja guardia.
En Puebla, a su vez, el gobernador (ex) priísta Rafael Moreno Valle decidió olvidarse de la alianza de fuerzas políticas y sociales no priístas para construir y proyecto propio pero con estilos priístas y se apropió la estructura del PAN local de raigambre conservadora y yunquista, convirtiendo al panismo en una intendencia política de nuevos grupos de poder (ex) priístas y sin ideología panista.
Cué y Moreno Valle salieron del PRI en su momento sólo porque no obtuvieron la candidatura priísta a los gobiernos estatales de Oaxaca y Puebla, lograron una alianza de grupos de (ex) priístas y utilizaron las estructuras electorales del PAN y del PRD para ganar en sus segundos intentos. Si las alianzas se construyeron para definir nuevas formas de hacer política y sobre todo nuevos programas de gobierno, al final tuvieron que decantarse en definiciones con las estructuras de las viejas guardias políticas priístas.
Las alianzas entre partidos sustituyeron el modelo de los frentes cívicos que alentó el PAN en los años duros del priísmo aferrado al poder, los ochenta, como una forma de construirle a la sociedad espacios de participación fuera del PRI. Las alianzas en sí mismas fueron acuerdos coyunturales y electoreros del PAN y el PRD para derrotar al PRI con candidatos salidos del PRI. Sin embargo, en la fundamentación política se dejó claro que se trataba de construir una nueva opción de ejercicio del poder y del gobierno, es decir: Una nueva ética política.
El resultado ha sido diferente. El realineamiento partidista de los gobiernos aliancistas en Oaxaca, Puebla y Sinaloa no mostró esas nuevas formas de hacer política. El gobernador oaxaqueño Cué quedó atrapado en el cacicazgo político del ex gobernador (ex) priísta, (neo) panista --y lo que venga-- Diódoro Carrasco, entregó la secretaría de Gobierno a Gordillo vía la renunciante Irma Piñeyro y finalmente cayó en manos de la vieja guardia del PRI. Piñeyro fue renunciada por Carrasco pasando por encima del gobernador Cué.
El problema no es local ni se agota en la microhistoria, sino que exhibe las limitaciones advertidas de los gobiernos de las alianzas. El nuevo secretario oaxaqueño de gobierno Jesús Martínez Álvarez ha sido uno de los sobrevivientes del llamado Grupo Oaxaca que se fortaleció en 1977 ante la caída del gobernador Manuel Zárate Aquino por un conflicto mal manejado por el entonces secretario lopezportillista de Educación, Porfirio Muñoz Ledo. Ante el peligro de la descomposición, el Grupo Oaxaca fomentó el acuerdo secreto de distribuir el poder político entre todas las familias priístas estatales.
El pacto se cumplió hasta 1992 cuando el presidente Salinas impuso como candidato a Diódoro Carrasco como parte de la competencia Colosio-Camacho por la candidatura presidencial. El camachista Luis Martínez Fernández del Campo había comenzado una campaña abierta para resolver la candidatura estatal sin dedazos, pero Salinas decidió por los oaxaqueños. Carrasco llegó al poder para comenzar a excluir a grupos priístas pero fracasó en imponer a su sucesor; vía una amenaza de pasarse al PRD, José Murat le arrancó la candidatura a Carrasco. Ahí se fracturó el PRI.
Martínez Alvarez fue gobernador interino en 1985. Más tarde trabajó al lado de Manuel Camacho en varias posiciones, lo que por lo menos deja también una huella en las nuevas alianzas de Cué, quien por cierto le debe la gubernatura a López Obrador. Luego de refugiarse en Convergencia junto a Cué, Martínez Álvarez regresó al PRI durante el gobierno de Ulises Ruiz como representante del gobierno de Oaxaca en el DF, cargo que refrendó Cué. Y de ahí saltó a la secretaría general de gobierno, aunque luego de darle algunas clases formales al gabinete de Cué en semanas recientes sobre cómo ejercer el poder. El desorden en el gabinete y el choque de Cué con los grupos radicales que lo llevaron al poder obligó a regresar a las viejas prácticas priístas de negociación.
El mensaje del reacomodo en el gabinete del gobernador de Oaxaca revela el fracaso de las alianzas políticas y la certeza de sólo sirvieron para resolver viejos diferendos entre priístas, mientras los grupos radicales exigen la transformación de las viejas prácticas priístas. Lo interesante además es el hecho de que Martínez Alvarez representó la reconciliación de una parte del viejo PRI con el gobierno priísta de Ulises Ruiz, pasando por encima a la dependencia de Cué del cacicazgo político del priísta-panista-antijuarista Carrasco.
Los reacomodos en las facciones elitistas en Oaxaca confirman el funcionamiento de las viejas reglas del juego inventadas y operadas por el PRI. Pero las alianzas prometían nuevas formas de acuerdos sociales y políticos y un mayor dinamismo en la circulación de las élites. A favor de este modelo conservador opera el hecho de que la sección 22 de maestros sólo quiere beneficios económicos, los grupos indígenas son ingobernables por las disputas sangrientas históricas y los grupos políticos de la APPO quedaron domesticados con cargos menores vía el PT.
Lo malo, sin embargo, radica en la sociedad oaxaqueña no partidista que votó por la alianza de Cué en función de la promesa de reorganización de la política y ahora se ha encontrado con el retorno de los brujos de la vieja guardia priísta. Sería, demás, la confirmación de que los aliancistas utilizaron a la sociedad y a los grupos radicales sólo para ganar pero ahora gobiernan con el gnomo priísta que siempre llevaron dentro. El reciclaje de las viejas élites solamente envía el mensaje de que la política sigue siendo la misma de siempre, la única que saben hacer, para desgracia de la sociedad no magisterial, no appista y no priísta que creyó ingenuamente que las cosas iban a cambiar… para seguir igual.
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