Sergio Aguayo Quezada
Las elecciones del pasado domingo despiden un fuerte olor a rancio. El PRI da un recital acompañado de sus mañas de siempre y los derrotados responden con infantilismos, como si la alternancia nunca hubiera existido. Elaboro el razonamiento concentrándome en el Estado de México.
Mientras el PRI presume su apabullante victoria, los partidos derrotados descalifican la calidad de la elección. Hablan de operación de Estado, de árbitros parciales, de voto comprado y coaccionado, de cochinero y trampas, de que el dinosaurio está vivo y, en síntesis, que vimos al PRI de siempre. Espléndida descripción de lo acontecido; lástima que en 2011 sean palabras gastadas, frases hechas, discurso arcaico. Les falta explicar cómo es que 62% de los jóvenes y 48% de los independientes pensaban favorecer al PRI días antes de los comicios (véase encuesta de Reforma, 22 de junio de 2011). En otras palabras, ¿por qué no hubo un rechazo ciudadano a las irregularidades y a la corrupción?
En nuestra versión de la democracia el cinismo avasalló al civismo. Encuestas de lo más diversas nos dicen que dos terceras partes de la población aceptan la corrupción que ha crecido durante la alternancia. En 1998 México estaba en el lugar 55 del Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional; en 2010 habíamos descendido al lugar 98. Este quebranto en la ética social se refuerza con un notable incremento en el individualismo, lo cual significa que es socialmente aceptable hacer lo que sea con tal de obtener el triunfo. El PAN y el PRD pusieron su costal de arena porque en sus ámbitos de influencia se han olvidado de promover una cultura democrática que combata la corrupción. Hay excepciones, por supuesto, pero en términos generales no fueron capaces de diferenciarse del PRI. ¿Y ahora se asustan por lo sucedido en los comicios?
Esta explicación sobre lo que pasa en todo el país se confirma en la historia reciente del Estado de México. En las elecciones de 2006 el PAN y el PRD vapulearon al PRI y se hicieron del control de dos terceras partes del Congreso local. Ambos partidos tuvieron una oportunidad histórica para aprobar reformas que hubieran modificado de raíz las reglas con las que funciona la política en aquel estado. En lugar de eso las "corrientes" encabezadas por Higinio Martínez (PRD) y Ulises Ramírez (PAN) "negociaron" con el gobernador Enrique Peña Nieto y pospusieron los cambios; el PRI tuvo el tiempo y los recursos para recuperarse y aplastar a sus opositores en 2009 y en 2011, aunado a una interminable colección de abusos y despilfarros en los municipios que alguna vez gobernaron el PAN y el PRD. Ahora lloran y se lamentan cuando sólo cosechan lo que sembraron.
En la elección de este año tampoco lograron diferenciarse ante el electorado. Los programas de Luis Felipe Bravo Mena y Alejandro Encinas son bastante parecidos, de acuerdo con las investigaciones de Mariana Franco en Proceso (26 de junio de 2011) y de Leticia Ayala en Reforma (29 de junio de 2011). Hay también incongruencias entre el discurso y la práctica. En vísperas de las comicios, Encinas denunció que la llamada "Ley Peña alentó una campaña inequitativa". Tiene razón, pero vale la pena recordar que tres diputados de Convergencia votaron en el Congreso mexiquense a favor de la Ley Peña que tanto contribuyó a las inequidades.
Los derrotados hablan como si siguiéramos en las décadas de los ochenta y noventa cuando el historial de agravios había engendrado un fortísimo antipriismo entre quienes se consideraban democráticos. Sus análisis se reducen a denunciar al PRI, y en el caso del PRD a presumir que mantuvieron la unidad y a pedir que tengamos paciencia porque prometen que la elección de 2012 será diferente. Esa evasión de la realidad ya no funciona. Algunos de ellos tienen que explicarnos, por ejemplo, el impacto que pudo haber tenido en la militancia el haber desechado la alianza con el PAN (80% de quienes opinaron estuvo a favor de esa unión). Tampoco aclaran cómo piensan combatir las corrupciones e incongruencias que anidan en su interior.
Las elecciones del pasado domingo fueron un día negro para la democracia. No pienso en la victoria del PRI, sino en la forma como la obtuvo y en las infantiles, ridículas y superficiales excusas que nos están dando las dirigencias del PAN y del PRD. Cuando se piensa en el futuro es particularmente preocupante su silencio sobre lo que piensan hacer para erradicar sus incongruencias y para combatir las corrupciones. Tampoco relacionan sus errores con la emergencia nacional.
Su única obsesión es seguir ganando elecciones aunque luego no utilicen esos cargos para atender las necesidades de las mayorías. Ya es hora de que recapaciten y se comporten como adultos responsables de sus actos. Si quieren que los tomemos en serio hagan una autocrítica sensata y modifiquen su comportamiento. ¡Ya maduren!
Las elecciones del pasado domingo despiden un fuerte olor a rancio. El PRI da un recital acompañado de sus mañas de siempre y los derrotados responden con infantilismos, como si la alternancia nunca hubiera existido. Elaboro el razonamiento concentrándome en el Estado de México.
Mientras el PRI presume su apabullante victoria, los partidos derrotados descalifican la calidad de la elección. Hablan de operación de Estado, de árbitros parciales, de voto comprado y coaccionado, de cochinero y trampas, de que el dinosaurio está vivo y, en síntesis, que vimos al PRI de siempre. Espléndida descripción de lo acontecido; lástima que en 2011 sean palabras gastadas, frases hechas, discurso arcaico. Les falta explicar cómo es que 62% de los jóvenes y 48% de los independientes pensaban favorecer al PRI días antes de los comicios (véase encuesta de Reforma, 22 de junio de 2011). En otras palabras, ¿por qué no hubo un rechazo ciudadano a las irregularidades y a la corrupción?
En nuestra versión de la democracia el cinismo avasalló al civismo. Encuestas de lo más diversas nos dicen que dos terceras partes de la población aceptan la corrupción que ha crecido durante la alternancia. En 1998 México estaba en el lugar 55 del Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional; en 2010 habíamos descendido al lugar 98. Este quebranto en la ética social se refuerza con un notable incremento en el individualismo, lo cual significa que es socialmente aceptable hacer lo que sea con tal de obtener el triunfo. El PAN y el PRD pusieron su costal de arena porque en sus ámbitos de influencia se han olvidado de promover una cultura democrática que combata la corrupción. Hay excepciones, por supuesto, pero en términos generales no fueron capaces de diferenciarse del PRI. ¿Y ahora se asustan por lo sucedido en los comicios?
Esta explicación sobre lo que pasa en todo el país se confirma en la historia reciente del Estado de México. En las elecciones de 2006 el PAN y el PRD vapulearon al PRI y se hicieron del control de dos terceras partes del Congreso local. Ambos partidos tuvieron una oportunidad histórica para aprobar reformas que hubieran modificado de raíz las reglas con las que funciona la política en aquel estado. En lugar de eso las "corrientes" encabezadas por Higinio Martínez (PRD) y Ulises Ramírez (PAN) "negociaron" con el gobernador Enrique Peña Nieto y pospusieron los cambios; el PRI tuvo el tiempo y los recursos para recuperarse y aplastar a sus opositores en 2009 y en 2011, aunado a una interminable colección de abusos y despilfarros en los municipios que alguna vez gobernaron el PAN y el PRD. Ahora lloran y se lamentan cuando sólo cosechan lo que sembraron.
En la elección de este año tampoco lograron diferenciarse ante el electorado. Los programas de Luis Felipe Bravo Mena y Alejandro Encinas son bastante parecidos, de acuerdo con las investigaciones de Mariana Franco en Proceso (26 de junio de 2011) y de Leticia Ayala en Reforma (29 de junio de 2011). Hay también incongruencias entre el discurso y la práctica. En vísperas de las comicios, Encinas denunció que la llamada "Ley Peña alentó una campaña inequitativa". Tiene razón, pero vale la pena recordar que tres diputados de Convergencia votaron en el Congreso mexiquense a favor de la Ley Peña que tanto contribuyó a las inequidades.
Los derrotados hablan como si siguiéramos en las décadas de los ochenta y noventa cuando el historial de agravios había engendrado un fortísimo antipriismo entre quienes se consideraban democráticos. Sus análisis se reducen a denunciar al PRI, y en el caso del PRD a presumir que mantuvieron la unidad y a pedir que tengamos paciencia porque prometen que la elección de 2012 será diferente. Esa evasión de la realidad ya no funciona. Algunos de ellos tienen que explicarnos, por ejemplo, el impacto que pudo haber tenido en la militancia el haber desechado la alianza con el PAN (80% de quienes opinaron estuvo a favor de esa unión). Tampoco aclaran cómo piensan combatir las corrupciones e incongruencias que anidan en su interior.
Las elecciones del pasado domingo fueron un día negro para la democracia. No pienso en la victoria del PRI, sino en la forma como la obtuvo y en las infantiles, ridículas y superficiales excusas que nos están dando las dirigencias del PAN y del PRD. Cuando se piensa en el futuro es particularmente preocupante su silencio sobre lo que piensan hacer para erradicar sus incongruencias y para combatir las corrupciones. Tampoco relacionan sus errores con la emergencia nacional.
Su única obsesión es seguir ganando elecciones aunque luego no utilicen esos cargos para atender las necesidades de las mayorías. Ya es hora de que recapaciten y se comporten como adultos responsables de sus actos. Si quieren que los tomemos en serio hagan una autocrítica sensata y modifiquen su comportamiento. ¡Ya maduren!
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