Sabina Berman
Hace dos semanas el presidente Calderón dio el discurso central de la graduación de una generación de estudiantes de la Universidad de Stanford. Para tal honor suelen ser invitadas personalidades de talla internacional, y si el orador articula desde ese podio un discurso significativo para Estados Unidos, sus frases claves son reproducidas en las primeras planas de los periódicos y en los noticiarios, y suelen cambiar la discusión pública.
No fue el caso. Y no lo fue por un rasgo de carácter muy nuestro. La cortesía. Por cortés, por no irritar a nadie, por no incomodar en sus asientos a los estadunidenses, para no desalentarlos de venir a Cancún a tomar shots de tequila, el presidente de México achicó sus responsabilidades en la guerra mexicana, donde 40 mil mexicanos han recibido shots de plomo.
Es cierto, les dijo a los jóvenes que cada que fuman mariguana prolongan la guerra, y también mencionó que las armerías texanas arman al narco, pero como esa es información ya vieja en Estados Unidos, nadie se sorprendió, nadie se conmovió, nadie se indignó. Mucho menos alguien reclamó a raíz del discurso un cambio de política en relación a la guerra mexicana.
La verdad es que las responsabilidades estadunidenses en la guerra que nosotros padecemos son de tal dimensión y se combinan de tal manera explosiva, que la determinan. Y cierto es también que si Estados Unidos cambiara una sola de las condiciones que ha procurado, la guerra disminuiría drásticamente, o pararía.
Si no, considérense estas cuatro responsabilidades mayores estadunidenses, enunciadas sin miedo a la irritación anglosajona:
1.
Para empezar, ¿quién criminalizó la mariguana y la cocaína? Es decir, ¿quién decidió por primera vez que si una persona fuma un carrujo de mariguana o snifea una línea de coca eso es de interés para el Estado? Lo decidió el gobierno de Franklin Roosevelt, que al despenalizar el alcohol, trasladó la paranoia que lo había rodeado al entorno de las drogas. Trasladó la paranoia y al FBI que perseguía su tráfico.
¿Y quién por primera vez dio el salto cuántico de convertir el estatus criminal del consumo de drogas en un asunto de seguridad nacional? Nuevamente un presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, cuya administración en consecuencia orilló a los gobiernos latinoamericanos a imitar sus pasos –criminalizar la droga y combatir su tráfico como un asunto de la más alta prioridad nacional–.
Lo que a principios del siglo XX era considerado un asunto de salud personal, fue convertido por el puritano Estados Unidos en una guerra continental. Y aún hoy es la presión estadunidense la que impide a los gobiernos latinoamericanos legalizar la droga y regresarla al humilde ámbito de las decisiones personales.
2.
Es consabido: El mercado gigantesco de la droga se encuentra en Estados Unidos. Quítese del mapa del tráfico ese mercado de 40 millones de consumidores, y el tráfico desaparecería, o casi. Disminúyanse drásticamente esos millones y el tráfico por el continente languidecería.
Y lo cierto es que en el Estados Unidos de hoy no existe la voluntad de disminuir el consumo de droga. El presidente Obama ha sido explícito al indicar que el consumo, aunque nominalmente es criminal, se tratará como un problema de salud.
3.
Consabido igualmente: La guerra mexicana se libra con armas compradas en Estados Unidos. ¿A cuánto asciende el gasto del Estado mexicano en armas? La cifra no es pública, pero si se considera que el gasto total de la guerra rebasa los 10 billones de dólares, puede asumirse que debe estar cuantificado en billones de dólares. Más o menos el mismo gasto que los narcos mexicanos deben haber derramado en las armerías de Texas, donde compran desde pistolas hasta sofisticadas armas de asalto.
No sólo Estados Unidos no está dispuesto a prohibir la venta de armas a los criminales mexicanos: la protege celosamente, como al negocio billonario que es. Una nueva ley, cabildeada por los armeros y vigente a partir de este año, encripta desde ya la información sobre la venta de armas. En adelante nadie podrá enterarse de quién compró qué arma ni a qué precio.
4.
Y finalmente, ¿a dónde va a dar la ganancia de los narcos mexicanos? Mayormente, a Estados Unidos. Basta pasearse por McAllen, Texas, para verlo en maqueta. El alcalde de McAllen ha fraccionado los alrededores de la vieja ciudad, ha asfaltado anchas avenidas que cuadriculan los terrenos baldíos, mientras el dinero mexicano, el de los narcos o el de los ricos mexicanos que huyen de la guerra, va edificando ahí un McAllen nuevo y lustroso.
Mayormente, la ganancia del narco se invierte en Estados Unidos. Y si las leyes mexicanas que permitirán descubrir y penalizar el lavado de dinero se aplican en efecto acá, puede esperarse que todavía más dinero del narco irá a dar allá. A McAllen, a Atlanta, a Wall Street. ¿Cuándo hemos oído de un banquero de Wall Street procesado por aceptar dinero de un capo mexicano? Nunca, y probablemente nunca lo escucharemos.
u u u
Así que respecto a la guerra mexicana, Estados Unidos es un socio loco y peligroso, o simplemente un gigante desleal, según se le mire con enojo o con ánimo de comprensión. Verbalmente apoya la guerra y da y vende armas al Ejército Mexicano, mientras protege la venta de armas a los narcos y acepta su dinero en sus bancos. Nominalmente criminaliza el consumo de drogas y veta su legalización en México, pero permite que 40 millones de sus ciudadanos la consuman.
Hace dos semanas el presidente Calderón dio el discurso central de la graduación de una generación de estudiantes de la Universidad de Stanford. Para tal honor suelen ser invitadas personalidades de talla internacional, y si el orador articula desde ese podio un discurso significativo para Estados Unidos, sus frases claves son reproducidas en las primeras planas de los periódicos y en los noticiarios, y suelen cambiar la discusión pública.
No fue el caso. Y no lo fue por un rasgo de carácter muy nuestro. La cortesía. Por cortés, por no irritar a nadie, por no incomodar en sus asientos a los estadunidenses, para no desalentarlos de venir a Cancún a tomar shots de tequila, el presidente de México achicó sus responsabilidades en la guerra mexicana, donde 40 mil mexicanos han recibido shots de plomo.
Es cierto, les dijo a los jóvenes que cada que fuman mariguana prolongan la guerra, y también mencionó que las armerías texanas arman al narco, pero como esa es información ya vieja en Estados Unidos, nadie se sorprendió, nadie se conmovió, nadie se indignó. Mucho menos alguien reclamó a raíz del discurso un cambio de política en relación a la guerra mexicana.
La verdad es que las responsabilidades estadunidenses en la guerra que nosotros padecemos son de tal dimensión y se combinan de tal manera explosiva, que la determinan. Y cierto es también que si Estados Unidos cambiara una sola de las condiciones que ha procurado, la guerra disminuiría drásticamente, o pararía.
Si no, considérense estas cuatro responsabilidades mayores estadunidenses, enunciadas sin miedo a la irritación anglosajona:
1.
Para empezar, ¿quién criminalizó la mariguana y la cocaína? Es decir, ¿quién decidió por primera vez que si una persona fuma un carrujo de mariguana o snifea una línea de coca eso es de interés para el Estado? Lo decidió el gobierno de Franklin Roosevelt, que al despenalizar el alcohol, trasladó la paranoia que lo había rodeado al entorno de las drogas. Trasladó la paranoia y al FBI que perseguía su tráfico.
¿Y quién por primera vez dio el salto cuántico de convertir el estatus criminal del consumo de drogas en un asunto de seguridad nacional? Nuevamente un presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, cuya administración en consecuencia orilló a los gobiernos latinoamericanos a imitar sus pasos –criminalizar la droga y combatir su tráfico como un asunto de la más alta prioridad nacional–.
Lo que a principios del siglo XX era considerado un asunto de salud personal, fue convertido por el puritano Estados Unidos en una guerra continental. Y aún hoy es la presión estadunidense la que impide a los gobiernos latinoamericanos legalizar la droga y regresarla al humilde ámbito de las decisiones personales.
2.
Es consabido: El mercado gigantesco de la droga se encuentra en Estados Unidos. Quítese del mapa del tráfico ese mercado de 40 millones de consumidores, y el tráfico desaparecería, o casi. Disminúyanse drásticamente esos millones y el tráfico por el continente languidecería.
Y lo cierto es que en el Estados Unidos de hoy no existe la voluntad de disminuir el consumo de droga. El presidente Obama ha sido explícito al indicar que el consumo, aunque nominalmente es criminal, se tratará como un problema de salud.
3.
Consabido igualmente: La guerra mexicana se libra con armas compradas en Estados Unidos. ¿A cuánto asciende el gasto del Estado mexicano en armas? La cifra no es pública, pero si se considera que el gasto total de la guerra rebasa los 10 billones de dólares, puede asumirse que debe estar cuantificado en billones de dólares. Más o menos el mismo gasto que los narcos mexicanos deben haber derramado en las armerías de Texas, donde compran desde pistolas hasta sofisticadas armas de asalto.
No sólo Estados Unidos no está dispuesto a prohibir la venta de armas a los criminales mexicanos: la protege celosamente, como al negocio billonario que es. Una nueva ley, cabildeada por los armeros y vigente a partir de este año, encripta desde ya la información sobre la venta de armas. En adelante nadie podrá enterarse de quién compró qué arma ni a qué precio.
4.
Y finalmente, ¿a dónde va a dar la ganancia de los narcos mexicanos? Mayormente, a Estados Unidos. Basta pasearse por McAllen, Texas, para verlo en maqueta. El alcalde de McAllen ha fraccionado los alrededores de la vieja ciudad, ha asfaltado anchas avenidas que cuadriculan los terrenos baldíos, mientras el dinero mexicano, el de los narcos o el de los ricos mexicanos que huyen de la guerra, va edificando ahí un McAllen nuevo y lustroso.
Mayormente, la ganancia del narco se invierte en Estados Unidos. Y si las leyes mexicanas que permitirán descubrir y penalizar el lavado de dinero se aplican en efecto acá, puede esperarse que todavía más dinero del narco irá a dar allá. A McAllen, a Atlanta, a Wall Street. ¿Cuándo hemos oído de un banquero de Wall Street procesado por aceptar dinero de un capo mexicano? Nunca, y probablemente nunca lo escucharemos.
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Así que respecto a la guerra mexicana, Estados Unidos es un socio loco y peligroso, o simplemente un gigante desleal, según se le mire con enojo o con ánimo de comprensión. Verbalmente apoya la guerra y da y vende armas al Ejército Mexicano, mientras protege la venta de armas a los narcos y acepta su dinero en sus bancos. Nominalmente criminaliza el consumo de drogas y veta su legalización en México, pero permite que 40 millones de sus ciudadanos la consuman.
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