Fausto Pretelín
El análisis político no vende; las asimetrías de poder que desnivelan e imposibilitan la relación entre la clase política con la sociedad (misión original del periodismo) comenzaron el día en que los estudios de mercadotecnia encontraron en la antropología del espectáculo un enorme nicho que, al evolucionar a través de incentivos, se convertiría en un mercado potente. En una sola pregunta es posible asimilar los apetitos de la sociedad: ¿Qué desea el respetable público?
Entrevistas sobre la filosofía política.
Análisis sobre la Tercera Vía.
Nacimiento de la Unión Europea.
Reflexión sobre el Tea Party.
Preámbulo sobre las relaciones sexuales de su estrella favorita.
En el caso mexicano, el análisis es mucho más sencillo que en Reino Unido. Comencemos por eliminar el interés sobre asuntos internacionales exceptuando los campeonatos de futbol o tragedias como terremotos o ataques terroristas. Por ejemplo, hace diez años, el productor del programa de televisión Primer Plano, del canal 11, les comentó a los video contertulios que, cada vez que abordaban un tema internacional, el rating caía súbitamente (estudios de mercadotecnia) por lo que les invitaba a monopolizar la temática nacional. En la prensa se asomó la paradoja de la censura de los años 60, 70 y 80. Excélsior tuvo una cobertura magnífica sobre sucesos internacionales sorteando la política nacional. Acto mimético de la empresa Televisa cuyo periodista estrella, Jacobo Zabludovsky (hoy renacido en su papel de crítico, ayer siervo) a través del sistema de noticias ECO, realizó magníficas coberturas sobre las elecciones españolas en detrimento de las mexicanas. La gente se preguntaba: Por fin, ¿México ya no es un país etnocéntrico? Que ingenuidad, contestaría en 2011, se trataba de distraer los efectos de la censura. En 2011 México sigue presentando síntomas etnocéntricos. Pero este no el tema central del presente texto. ¿Quiénes son los Rupert Murdoch mexicanos?
No es una pregunta que amerite un reto a los investigadores. El cinismo pasa por desapercibido en la cultura mexicana. El sensacionalismo, la censura, la difamación, la fabricación de noticias y los talk show cubren la totalidad del espectro empresarial. ¿Quiénes se salvan? ¿El que azuzó a la población a pasarse por las trancas a la Constitución (Salinas Pliego, caso Stlanley)? ¿Quién se encuentra en la cima de la empresa creadora del bodrio “Hasta en las mejores familias” (Emilio Azcárraga)? ¿Los dueños de los periódicos que presentan en primera plana ensangrentados sin vida sin consentimiento de sus familiares? ¿Los policías que dan el pitazo a los medios para que cubran los eventos aunque estos sean simulados (García Luna en el caso Florence Cassez)? ¿Los periódicos que venden cintillos en la contraportada (La Jornada)? ¿Los que ofrecen espacio a los delincuentes (Elba Esther Gordillo en El Universal)? ¿Los que llevan como exclusiva el abrazo de un narco con el director fundador del semanario (Proceso)? ¿Los que ofrecen cabezas de periodistas como resultado de enojos de quienes compraron toallas para castillos (Milenio)? Son demasiados casos para enumerarlos en este pequeño espacio.
La diferencia entre Reino Unido y México es que en nuestro país no pasa nada y, lo peor, no pasará nada. La ley que tendría que aplicar la secretaría de Gobernación sobre medios de comunicación es un cómic. En Reino Unido y en Estados Unidos, Murdoch se desploma. Aquí, Salinas Pliego, Azcárraga y toda la tribu son aplaudidos por funcionarios y sociedad. Total, de las cinco premisas que planteé al inicio del texto, la quinta es la más importante para el grueso de la población: ¿Elecciones en 2012? No, lo importante es el próximo escándalo sexual.
Por lo pronto es de risa la carta escrita por Murdoch.
“Lo sentimos”, escribe Rupert Murdoch, el News of the World se dedicaba a hacer que otros asumieran responsabilidades. Falló cuando se trataba de sí mismo. “Pedimos perdón por los errores graves cometidos…”.
El análisis político no vende; las asimetrías de poder que desnivelan e imposibilitan la relación entre la clase política con la sociedad (misión original del periodismo) comenzaron el día en que los estudios de mercadotecnia encontraron en la antropología del espectáculo un enorme nicho que, al evolucionar a través de incentivos, se convertiría en un mercado potente. En una sola pregunta es posible asimilar los apetitos de la sociedad: ¿Qué desea el respetable público?
Entrevistas sobre la filosofía política.
Análisis sobre la Tercera Vía.
Nacimiento de la Unión Europea.
Reflexión sobre el Tea Party.
Preámbulo sobre las relaciones sexuales de su estrella favorita.
En el caso mexicano, el análisis es mucho más sencillo que en Reino Unido. Comencemos por eliminar el interés sobre asuntos internacionales exceptuando los campeonatos de futbol o tragedias como terremotos o ataques terroristas. Por ejemplo, hace diez años, el productor del programa de televisión Primer Plano, del canal 11, les comentó a los video contertulios que, cada vez que abordaban un tema internacional, el rating caía súbitamente (estudios de mercadotecnia) por lo que les invitaba a monopolizar la temática nacional. En la prensa se asomó la paradoja de la censura de los años 60, 70 y 80. Excélsior tuvo una cobertura magnífica sobre sucesos internacionales sorteando la política nacional. Acto mimético de la empresa Televisa cuyo periodista estrella, Jacobo Zabludovsky (hoy renacido en su papel de crítico, ayer siervo) a través del sistema de noticias ECO, realizó magníficas coberturas sobre las elecciones españolas en detrimento de las mexicanas. La gente se preguntaba: Por fin, ¿México ya no es un país etnocéntrico? Que ingenuidad, contestaría en 2011, se trataba de distraer los efectos de la censura. En 2011 México sigue presentando síntomas etnocéntricos. Pero este no el tema central del presente texto. ¿Quiénes son los Rupert Murdoch mexicanos?
No es una pregunta que amerite un reto a los investigadores. El cinismo pasa por desapercibido en la cultura mexicana. El sensacionalismo, la censura, la difamación, la fabricación de noticias y los talk show cubren la totalidad del espectro empresarial. ¿Quiénes se salvan? ¿El que azuzó a la población a pasarse por las trancas a la Constitución (Salinas Pliego, caso Stlanley)? ¿Quién se encuentra en la cima de la empresa creadora del bodrio “Hasta en las mejores familias” (Emilio Azcárraga)? ¿Los dueños de los periódicos que presentan en primera plana ensangrentados sin vida sin consentimiento de sus familiares? ¿Los policías que dan el pitazo a los medios para que cubran los eventos aunque estos sean simulados (García Luna en el caso Florence Cassez)? ¿Los periódicos que venden cintillos en la contraportada (La Jornada)? ¿Los que ofrecen espacio a los delincuentes (Elba Esther Gordillo en El Universal)? ¿Los que llevan como exclusiva el abrazo de un narco con el director fundador del semanario (Proceso)? ¿Los que ofrecen cabezas de periodistas como resultado de enojos de quienes compraron toallas para castillos (Milenio)? Son demasiados casos para enumerarlos en este pequeño espacio.
La diferencia entre Reino Unido y México es que en nuestro país no pasa nada y, lo peor, no pasará nada. La ley que tendría que aplicar la secretaría de Gobernación sobre medios de comunicación es un cómic. En Reino Unido y en Estados Unidos, Murdoch se desploma. Aquí, Salinas Pliego, Azcárraga y toda la tribu son aplaudidos por funcionarios y sociedad. Total, de las cinco premisas que planteé al inicio del texto, la quinta es la más importante para el grueso de la población: ¿Elecciones en 2012? No, lo importante es el próximo escándalo sexual.
Por lo pronto es de risa la carta escrita por Murdoch.
“Lo sentimos”, escribe Rupert Murdoch, el News of the World se dedicaba a hacer que otros asumieran responsabilidades. Falló cuando se trataba de sí mismo. “Pedimos perdón por los errores graves cometidos…”.
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