Pequeño gran ejemplo

Ricardo Rocha / Detrás de la Noticia

A este país le hacen falta buenas noticias, y ellos han sido una formidable. Hace mucho que no vivíamos un día así. Tan felices. Tan plenos. Tan unánimes. Tan solidarios. Tan eufóricos. Y luego tan íntimamente satisfechos. Y es de agradecerse. A su entrenador “El Potro” Gutiérrez y a la veintena de muchachos que todavía no cumplen la mayoría de edad y ya nos han dado a cabalidad un gusto tan grande.

En otra ocasión hemos dicho que en este país el futbol no sólo es un deporte profesional, es un asunto de Estado. Que influye decididamente en el ánimo de la Nación. Mucho más, por supuesto, que la mayoría de las decisiones de gobierno que a todos nos afectan. Para muchos no importa que el país esté incendiado y de cabeza si, en algo, somos los mejores del mundo. Por eso el presidente Calderón no perdió la oportunidad de entregar la Copa FIFA y treparse así a la triunfal y doble vía deportiva y político-social.

A ver: en la primera, llevo tres días discutiendo con amigos y colegas mis afirmaciones públicas y privadas: éste es el logro más importante del futbol mexicano de todos los tiempos; contra Alemania se jugó el mejor partido de la historia de un representativo nacional de cualquier categoría. Y por supuesto que me alegan: que si la Confederaciones; que si aquella victoria sobre Brasil en Maracaná; que si algún triunfo en un mundial y lo que gusten y manden. Yo sigo empeñado en que si el partido contra los alemanes lo hubiera escrito un guionista de cine seguro se lo rechazan porque eso no era posible. Sin embargo, ocurrió, un partido de película: primero el gol tempranero, los olés prematuros y el exceso de confianza; por ello fue que nos empataron y hasta nos rebasaron con el 2-1 que parecía una losa; pero luego vendría la casta rabiosa para levantarnos de la adversidad con dos goles de fantasía; el increíble trazo olímpico de Espericueta; luego el acto heroico del chavito Julio Gómez que chorreando sangre de la cabeza pidió regresar al partido para hacer una bellísima, espectacular y letal chilena que fue el gol del triunfo que acabó con la maldición de Alemania y nos dio el pase a la final. Un partido que ya fue otra cosa. Frente a un garrudísimo Uruguay que no se venció nunca y que seguramente merecía haber hecho un gol. Un duelo parejísimo que fue ganado sólo gracias a un claro espíritu de lucha de nuestros pequeños combinado con la maestría que sólo tienen los grandes.

Hasta ahí lo estrictamente deportivo. Porque, en lo político y social, no puedo dejar de repetirme: ¡Ah, si así fueran las cosas en México! ¡Si supiéramos desterrar nuestras fatalidades y nuestros miedos! ¡Si pudiéramos levantarnos de nuestros marcadores en contra! ¡Si nos atreviéramos a emplear nuestra imaginación sin límites! ¡Si tuviéramos el valor de arriesgar nuestras audacias! ¡Si marcáramos goles triunfales justo cuando la Nación nos los demande!

Así que ni siquiera en el caso de nuestra juventud estamos haciendo algo. Por eso no sólo perdemos el bono demográfico sino que condenamos a la mayoría de nuestros jóvenes a la frustración del desempleo, a engrosar las filas del crimen organizado y –en el mejor de los casos– al destierro.

En otras palabras, estamos perdiendo la oportunidad de tener millones de Sub-17s. Y eso es una lástima.

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