Jorge Fernández Menéndez
Luego de los contundentes triunfos del domingo 3 de julio, el PRI sabe que tiene muy buenas perspectivas de cara a los comicios del 2012, pero por experiencia propia también sabe que en este tramo de 12 meses muchas cosas se pueden derrumbar, algunas candidaturas caerse y que la utilización del tiempo y del espacio es fundamental para lograr sus objetivos. Hace 12 y 6 años, el PRI estaba en estos mismos meses muy bien posicionado para ganar las elecciones presidenciales del 2000 y del 2006, y ambas terminaron con derrotas.
Las divisiones y rupturas fueron decisivas para esos malos resultados. En el 2000, el costo del proceso interno, de la confrontación entre Francisco Labastida y Roberto Madrazo, fue altísimo y si bien es verdad que los errores en la campaña catalizaron la derrota, la confrontación interna fue tan dura que quedaron al descubierto las debilidades de la candidatura de Labastida (en los hechos Fox explotó los golpes que ya había dado Madrazo).
En el 2006, el PRI realizó la peor elección de su historia. La división fue múltiple: primero entre el propio Madrazo y Elba Esther Gordillo; luego entre Madrazo y lo que se denominó el Tucom, que cometió el error de lanzar la precandidatura de Arturo Montiel que fue demolida, desde el propio priísmo, en unas pocas horas, lo que propició a su vez que muchos gobernadores, en la disyuntiva de optar por López Obrador o por Calderón prefirieran apoyar al candidato blanquiazul. El resultado fue un desastre para el priísmo.
Ahora las cosas parecen distintas: el PRI parece tener bien definidos sus objetivos, tiene un precandidato bien posicionado en Enrique Peña Nieto, pero su mayor enemigo sigue siendo interno. En apenas 10 días desde las elecciones del Estado de México, Coahuila y Nayarit, tres temas de disputa interna han hecho aparición: primero el de las alianzas, donde vuelven a hacerse bolas con el capítulo Elba Esther Gordillo, más que por la conveniencia o no de hacer acuerdos con todo lo que ella representa, lo que parece estar presente son los rencores mutuos. El PRI debería, en ésta y en otras hipotéticas alianzas, mirar más hacia el futuro que hacia el pasado, si quiere mantener su ventaja. Gordillo, el SNTE y Nueva Alianza (como el Partido Verde, por otra parte) son actores políticos concretos, con una fuerza medible, y deben ser evaluados, para bien o para mal, como tales, y de allí sacar conclusiones, y eso se aplica a cualquiera de los partidos y candidatos.
La segunda causa de conflicto en el priísmo es la forma de designar al candidato. Luego de las elecciones, en una reunión con priístas afines, se comenzó a algo más que deslizar la idea de tener desde ya un candidato único en Peña Nieto. Ese mismo día Manlio Fabio Beltrones declaró que regresar al dedazo era anacrónico y una señal de rezago no de renovación. En buena medida tiene razón, pero el PRI tampoco puede darse el lujo de repetir la confrontación Labastida-Madrazo. El propio Beltrones le puso un margen al tema: establezcamos, nos dijo en entrevista con la tercera emisión de Imagen: el programa sobre el que se basará la candidatura para que la ruta de gobierno quede definida y sobre ella puede haber candidatura de unidad. En otras palabras, establezcamos una negociación previa, antes de designar un candidato que en los hechos ya está ahí, pero que alejaría las sorpresas en un hipotético gobierno.
En tercer punto, relacionado íntimamente con el anterior, es el de las reformas que se pueden avanzar en estos meses. No es una novedad que hay diferencias en varios puntos de la reforma política entre el Senado y los diputados, que muchos interpretan como entre Peña Nieto y Beltrones. Ya Humberto Moreira ha dicho que están listos para ir, pasadas las elecciones estatales, a la negociación de las reformas pendientes, pero todavía no parece haber claridad sobre los tiempos y sobre la extensión de las mismas. Por lo pronto, las reformas que pudieran haber servido para mejorar el escenario electoral no se han realizado y no se podrán realizar, por lo menos para los comicios del 2012. Entonces quedan ahí la política (quizás la que más implicaciones tiene para el proceso interno del PRI), la laboral y la de seguridad nacional, que mostrarán hacia dónde se propone ir el PRI en el futuro.
En última instancia vuelve a estar sobre la mesa la misma disyuntiva que se le ha presentado al tricolor desde hace décadas: el programa o el candidato, aquel viejo conflicto que ya dividió a Jesús Reyes Heroles, en esa época presidente del PRI, y al entonces presidente Luis Echeverría, en tiempos tan lejanos como 1975. Desde entonces casi siempre se impuso la opción de elegir primero el candidato. Y siempre esas decisiones generaron conflictos internos, con López Portillo, con De la Madrid, con Salinas, con Colosio (y luego con Zedillo), con Labastida y con Madrazo. El PRI debe decidir sigue quiere cambiar la historia.
Luego de los contundentes triunfos del domingo 3 de julio, el PRI sabe que tiene muy buenas perspectivas de cara a los comicios del 2012, pero por experiencia propia también sabe que en este tramo de 12 meses muchas cosas se pueden derrumbar, algunas candidaturas caerse y que la utilización del tiempo y del espacio es fundamental para lograr sus objetivos. Hace 12 y 6 años, el PRI estaba en estos mismos meses muy bien posicionado para ganar las elecciones presidenciales del 2000 y del 2006, y ambas terminaron con derrotas.
Las divisiones y rupturas fueron decisivas para esos malos resultados. En el 2000, el costo del proceso interno, de la confrontación entre Francisco Labastida y Roberto Madrazo, fue altísimo y si bien es verdad que los errores en la campaña catalizaron la derrota, la confrontación interna fue tan dura que quedaron al descubierto las debilidades de la candidatura de Labastida (en los hechos Fox explotó los golpes que ya había dado Madrazo).
En el 2006, el PRI realizó la peor elección de su historia. La división fue múltiple: primero entre el propio Madrazo y Elba Esther Gordillo; luego entre Madrazo y lo que se denominó el Tucom, que cometió el error de lanzar la precandidatura de Arturo Montiel que fue demolida, desde el propio priísmo, en unas pocas horas, lo que propició a su vez que muchos gobernadores, en la disyuntiva de optar por López Obrador o por Calderón prefirieran apoyar al candidato blanquiazul. El resultado fue un desastre para el priísmo.
Ahora las cosas parecen distintas: el PRI parece tener bien definidos sus objetivos, tiene un precandidato bien posicionado en Enrique Peña Nieto, pero su mayor enemigo sigue siendo interno. En apenas 10 días desde las elecciones del Estado de México, Coahuila y Nayarit, tres temas de disputa interna han hecho aparición: primero el de las alianzas, donde vuelven a hacerse bolas con el capítulo Elba Esther Gordillo, más que por la conveniencia o no de hacer acuerdos con todo lo que ella representa, lo que parece estar presente son los rencores mutuos. El PRI debería, en ésta y en otras hipotéticas alianzas, mirar más hacia el futuro que hacia el pasado, si quiere mantener su ventaja. Gordillo, el SNTE y Nueva Alianza (como el Partido Verde, por otra parte) son actores políticos concretos, con una fuerza medible, y deben ser evaluados, para bien o para mal, como tales, y de allí sacar conclusiones, y eso se aplica a cualquiera de los partidos y candidatos.
La segunda causa de conflicto en el priísmo es la forma de designar al candidato. Luego de las elecciones, en una reunión con priístas afines, se comenzó a algo más que deslizar la idea de tener desde ya un candidato único en Peña Nieto. Ese mismo día Manlio Fabio Beltrones declaró que regresar al dedazo era anacrónico y una señal de rezago no de renovación. En buena medida tiene razón, pero el PRI tampoco puede darse el lujo de repetir la confrontación Labastida-Madrazo. El propio Beltrones le puso un margen al tema: establezcamos, nos dijo en entrevista con la tercera emisión de Imagen: el programa sobre el que se basará la candidatura para que la ruta de gobierno quede definida y sobre ella puede haber candidatura de unidad. En otras palabras, establezcamos una negociación previa, antes de designar un candidato que en los hechos ya está ahí, pero que alejaría las sorpresas en un hipotético gobierno.
En tercer punto, relacionado íntimamente con el anterior, es el de las reformas que se pueden avanzar en estos meses. No es una novedad que hay diferencias en varios puntos de la reforma política entre el Senado y los diputados, que muchos interpretan como entre Peña Nieto y Beltrones. Ya Humberto Moreira ha dicho que están listos para ir, pasadas las elecciones estatales, a la negociación de las reformas pendientes, pero todavía no parece haber claridad sobre los tiempos y sobre la extensión de las mismas. Por lo pronto, las reformas que pudieran haber servido para mejorar el escenario electoral no se han realizado y no se podrán realizar, por lo menos para los comicios del 2012. Entonces quedan ahí la política (quizás la que más implicaciones tiene para el proceso interno del PRI), la laboral y la de seguridad nacional, que mostrarán hacia dónde se propone ir el PRI en el futuro.
En última instancia vuelve a estar sobre la mesa la misma disyuntiva que se le ha presentado al tricolor desde hace décadas: el programa o el candidato, aquel viejo conflicto que ya dividió a Jesús Reyes Heroles, en esa época presidente del PRI, y al entonces presidente Luis Echeverría, en tiempos tan lejanos como 1975. Desde entonces casi siempre se impuso la opción de elegir primero el candidato. Y siempre esas decisiones generaron conflictos internos, con López Portillo, con De la Madrid, con Salinas, con Colosio (y luego con Zedillo), con Labastida y con Madrazo. El PRI debe decidir sigue quiere cambiar la historia.
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