EU: deuda para pagar deuda
El motor en quiebra técnica
Carlos Fernández-Vega / México SA
Con el agua hasta el cuello, Barack Obama, presidente del país más endeudado del planeta, asegura que Estados Unidos siempre ha pagado sus deudas y no dejará de pagarlas. Sin embargo, para que su afirmación no quede en el discurso, el mandatario sólo tiene dos opciones concretas: llegar a un acuerdo con la oposición republicana (y la encubierta entre los demócratas) para aumentar el techo legal de endeudamiento público federal (fijado por el Congreso de aquella nación) o, de plano, poner a trabajar días extra a la maquinita que imprime dólares con el fin de evitar la moratoria, algo que, de concretarse, arrancaría las cuatro alfileres que con mucha penuria sostienen la supuesta estabilidad económica mundial tras la crisis de 2008-2009.
El plazo para que las partes lleguen a un acuerdo vence el 2 de agosto, y si para esa fecha no hay nada consensuado, simplemente se declararía la moratoria. En esas andanzas se encuentra el otrora motor económico del planeta, con un presidente que ya no siente lo duro sino lo tupido en sus poco más de dos años como inquilino de la Casa Blanca. Obama no convence a la oposición republicana sobre la necesidad, así la califica, de aumentar el citado techo, una vez que el tope vigente llegó a su límite: modestamente, 14.3 billones de dólares en deuda federal (trillones para los anglos), o lo que es lo mismo, el 100 por ciento del producto interno bruto estadunidense, más un piquito, de tal suerte que, técnicamente, el motor está perfectamente quebrado, pues debe más de lo que vale (ese monto no incluye otros endeudamientos, como el de los estados).
Es tal la urgencia de recursos para cubrir el pago cotidiano de pasivos públicos (con China como primer acreedor del gobierno estadunidense), que el Departamento del Tesoro ha reconocido que, como medida de emergencia, le mete la mano a los fondos de pensiones federales (¿a los mexicanos no les parece conocido el tema?) para cubrir cotidianamente los aproximadamente mil 500 millones de dólares que el gobierno federal requiere para amortizar sus no pocos compromisos en la materia.
Ante la tajante negativa republicana, Obama tendrá que aflojar posiciones, aunque ha subrayado algo obvio: si los inversionistas de todo el mundo creen que la confianza y el crédito de Estados Unidos no están respaldados, podría venirse abajo (una vez más) el sistema financiero internacional, algo que dudosamente soportaría el planeta. Se supone que el imperio nunca ha declarado la moratoria oficialmente, aunque poco más de tres décadas atrás, en 1979, se le hizo bolas el engrudo y dejó de pagar sus obligaciones de deuda por no más de una semana. ¿Será esta la primera vez? Quién sabe, pero tampoco en esta ocasión el sagrado mercado corrigió por sí solo el problema.
¿Qué pasó con la deuda pública de Estados Unidos, que creció hasta llegar a tal extremo? Simple: que el gobierno estadunidense hizo lo mismo, pero a lo bestia, que criticó a lo largo de los años, a diestra y siniestra, a la comunidad de naciones satélite dependientes de su economía, es decir, endeudarse alegremente para financiar proyectos no redituables para el país (aunque sí para los empresarios amigos), o lo que es lo mismo sus guerras, guerritas e intervenciones, más los salvamentos de los grandes consorcios privados y los rescates de los barones bursátiles y bancarios, creyendo que nunca se le acabaría con qué pagar.
Por ejemplo, la invasión a Irak y la intervención en Afganistán a los contribuyentes gringos les ha costado, hasta ahora y oficialmente, algo así como un billón 250 mil millones de dólares (muy caro para asesinar a un solo hombre, quien, dicho sea de paso, vivía plácidamente en Pakistán), cuando el genocida George W. Bush les prometió que no pasaría de 60 mil millones de billetes verdes. Sin embargo, estudios más serios (Instituto de Estudios Internacionales Watson de la Universidad Brown) que la simple contabilidad del gobierno estadunidense incrementan dicho costo a 3.7-4.4 billones de dólares, sin incluir el pago de intereses. De hecho, esas cifras continuarán subiendo al considerar obligaciones a largo plazo para veteranos lesionados y gastos de guerra proyectados desde 2012 hasta 2020, como señala tal instituto.
Entre sus muchos logros, baby Bush aumentó brutalmente la deuda pública estadunidense para financiar sus aventuras guerreras. Cuando, felizmente, dejó la Casa Blanca el nivel de dicho débito rondaba 13.64 billones de dólares. Con Obama el débito externo ha aumentado alrededor de 660 mil millones, pero va por más, le urge un techo mucho más elevado, es decir, lo mismo que hicieron sus predecesores. Así, en las últimas tres décadas la deuda pública de aquel país registró un espeluznante incremento cercano a mil 600 por ciento. Y aquí aparecen los actores externos, porque, quiéranlo o no, China es parte fundamental del acuerdo al que lleguen republicanos e inquilino de la Casa Blanca, porque tendrán que llegar a uno, el que sea, y a la brevedad.
Sólo hay que imaginar qué pasaría con la economía estadunidense, y con la mundial, si de un día para otro al gobierno de Pekín se le ocurre hacer líquida su voluminosa inversión en bonos del Tesoro estadunidense, y se encuentra con la novedad de que no hay con qué. Y atrás él, el de Tokio y el de Londres, que ocupan el segundo y tercer escalón, respectivamente, en el inventario de acreedores. Por si fuera poco, en lista de espera se encuentran los países integrantes de la OPEP, Brasil, Rusia y Canadá, entre otros. Aun así, alrededor de 80 por ciento de la deuda pública estadunidense está denominada en dólares de aquel país. Entonces, queda el viejo truco de poner a producir a la maquinita de billetes verdes.
Obama, pues, en el filo de la navaja, como la economía internacional en conjunto. El problema es que si los republicanos aflojan y llegan a un acuerdo, se incrementará la deuda pública estadunidense para financiar los mismos proyectos que generan más débito, y así hasta que reviente el motor. Eso sí, en esto no se mete el FMI, ni impone su draconiano programa de ajuste, que para eso hay países jodidos, como México y Grecia comprenderán.
Las rebanadas del pastel
¡Felicidades!, porque dice el emocionado cuan chorero inquilino de Los Pinos que México no va a ser el mismo tras el triunfo de la Sub-17. Qué bueno, pero –perdón por la ignorancia– sería tan gentil de precisar al respetable: ¿en qué va a cambiar el país? ¿Cuál es el salto histórico que provoca un campeonato mundial? ¿Acabará con el crimen organizado? ¿Generará mayores niveles de bienestar? ¿O qué pasa?
El motor en quiebra técnica
Carlos Fernández-Vega / México SA
Con el agua hasta el cuello, Barack Obama, presidente del país más endeudado del planeta, asegura que Estados Unidos siempre ha pagado sus deudas y no dejará de pagarlas. Sin embargo, para que su afirmación no quede en el discurso, el mandatario sólo tiene dos opciones concretas: llegar a un acuerdo con la oposición republicana (y la encubierta entre los demócratas) para aumentar el techo legal de endeudamiento público federal (fijado por el Congreso de aquella nación) o, de plano, poner a trabajar días extra a la maquinita que imprime dólares con el fin de evitar la moratoria, algo que, de concretarse, arrancaría las cuatro alfileres que con mucha penuria sostienen la supuesta estabilidad económica mundial tras la crisis de 2008-2009.
El plazo para que las partes lleguen a un acuerdo vence el 2 de agosto, y si para esa fecha no hay nada consensuado, simplemente se declararía la moratoria. En esas andanzas se encuentra el otrora motor económico del planeta, con un presidente que ya no siente lo duro sino lo tupido en sus poco más de dos años como inquilino de la Casa Blanca. Obama no convence a la oposición republicana sobre la necesidad, así la califica, de aumentar el citado techo, una vez que el tope vigente llegó a su límite: modestamente, 14.3 billones de dólares en deuda federal (trillones para los anglos), o lo que es lo mismo, el 100 por ciento del producto interno bruto estadunidense, más un piquito, de tal suerte que, técnicamente, el motor está perfectamente quebrado, pues debe más de lo que vale (ese monto no incluye otros endeudamientos, como el de los estados).
Es tal la urgencia de recursos para cubrir el pago cotidiano de pasivos públicos (con China como primer acreedor del gobierno estadunidense), que el Departamento del Tesoro ha reconocido que, como medida de emergencia, le mete la mano a los fondos de pensiones federales (¿a los mexicanos no les parece conocido el tema?) para cubrir cotidianamente los aproximadamente mil 500 millones de dólares que el gobierno federal requiere para amortizar sus no pocos compromisos en la materia.
Ante la tajante negativa republicana, Obama tendrá que aflojar posiciones, aunque ha subrayado algo obvio: si los inversionistas de todo el mundo creen que la confianza y el crédito de Estados Unidos no están respaldados, podría venirse abajo (una vez más) el sistema financiero internacional, algo que dudosamente soportaría el planeta. Se supone que el imperio nunca ha declarado la moratoria oficialmente, aunque poco más de tres décadas atrás, en 1979, se le hizo bolas el engrudo y dejó de pagar sus obligaciones de deuda por no más de una semana. ¿Será esta la primera vez? Quién sabe, pero tampoco en esta ocasión el sagrado mercado corrigió por sí solo el problema.
¿Qué pasó con la deuda pública de Estados Unidos, que creció hasta llegar a tal extremo? Simple: que el gobierno estadunidense hizo lo mismo, pero a lo bestia, que criticó a lo largo de los años, a diestra y siniestra, a la comunidad de naciones satélite dependientes de su economía, es decir, endeudarse alegremente para financiar proyectos no redituables para el país (aunque sí para los empresarios amigos), o lo que es lo mismo sus guerras, guerritas e intervenciones, más los salvamentos de los grandes consorcios privados y los rescates de los barones bursátiles y bancarios, creyendo que nunca se le acabaría con qué pagar.
Por ejemplo, la invasión a Irak y la intervención en Afganistán a los contribuyentes gringos les ha costado, hasta ahora y oficialmente, algo así como un billón 250 mil millones de dólares (muy caro para asesinar a un solo hombre, quien, dicho sea de paso, vivía plácidamente en Pakistán), cuando el genocida George W. Bush les prometió que no pasaría de 60 mil millones de billetes verdes. Sin embargo, estudios más serios (Instituto de Estudios Internacionales Watson de la Universidad Brown) que la simple contabilidad del gobierno estadunidense incrementan dicho costo a 3.7-4.4 billones de dólares, sin incluir el pago de intereses. De hecho, esas cifras continuarán subiendo al considerar obligaciones a largo plazo para veteranos lesionados y gastos de guerra proyectados desde 2012 hasta 2020, como señala tal instituto.
Entre sus muchos logros, baby Bush aumentó brutalmente la deuda pública estadunidense para financiar sus aventuras guerreras. Cuando, felizmente, dejó la Casa Blanca el nivel de dicho débito rondaba 13.64 billones de dólares. Con Obama el débito externo ha aumentado alrededor de 660 mil millones, pero va por más, le urge un techo mucho más elevado, es decir, lo mismo que hicieron sus predecesores. Así, en las últimas tres décadas la deuda pública de aquel país registró un espeluznante incremento cercano a mil 600 por ciento. Y aquí aparecen los actores externos, porque, quiéranlo o no, China es parte fundamental del acuerdo al que lleguen republicanos e inquilino de la Casa Blanca, porque tendrán que llegar a uno, el que sea, y a la brevedad.
Sólo hay que imaginar qué pasaría con la economía estadunidense, y con la mundial, si de un día para otro al gobierno de Pekín se le ocurre hacer líquida su voluminosa inversión en bonos del Tesoro estadunidense, y se encuentra con la novedad de que no hay con qué. Y atrás él, el de Tokio y el de Londres, que ocupan el segundo y tercer escalón, respectivamente, en el inventario de acreedores. Por si fuera poco, en lista de espera se encuentran los países integrantes de la OPEP, Brasil, Rusia y Canadá, entre otros. Aun así, alrededor de 80 por ciento de la deuda pública estadunidense está denominada en dólares de aquel país. Entonces, queda el viejo truco de poner a producir a la maquinita de billetes verdes.
Obama, pues, en el filo de la navaja, como la economía internacional en conjunto. El problema es que si los republicanos aflojan y llegan a un acuerdo, se incrementará la deuda pública estadunidense para financiar los mismos proyectos que generan más débito, y así hasta que reviente el motor. Eso sí, en esto no se mete el FMI, ni impone su draconiano programa de ajuste, que para eso hay países jodidos, como México y Grecia comprenderán.
Las rebanadas del pastel
¡Felicidades!, porque dice el emocionado cuan chorero inquilino de Los Pinos que México no va a ser el mismo tras el triunfo de la Sub-17. Qué bueno, pero –perdón por la ignorancia– sería tan gentil de precisar al respetable: ¿en qué va a cambiar el país? ¿Cuál es el salto histórico que provoca un campeonato mundial? ¿Acabará con el crimen organizado? ¿Generará mayores niveles de bienestar? ¿O qué pasa?
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