La moraleja es que reporteros, editores y dueños no pueden olvidar nunca que lo que da sentido a este oficio es el interés público, y no lo que pueda parecer momentáneamente interesante a los consumidores de información.
Pascal Beltrán del Río
Junte usted la vanidad exacerbada del reportero, la presión del editor por obtener una nota más picante que la de la competencia y la prisa del dueño del medio por hacer rentable su inversión al margen de cualquier consideración de servicio público y tendrá un círculo vicioso capaz de aniquilar los principios que dan razón de ser al periodismo.
Eso le pasó al tabloide británico News of the World, que hace una semana anunció su cierre luego de 168 años de existencia.
Hermano dominical del periódico sensacionalista londinense The Sun, News of the World era propiedad del magnate Rupert Murdoch, australiano naturalizado estadunidense, que lo adquirió en 1969.
La trayectoria del octogenario Murdoch en los medios comenzó cuando heredó un pequeño periódico en la ciudad de Adelaide, a principios de los años 50. A partir de entonces edificó un imperio, News Corporation, que hoy es dueña o accionista importante de publicaciones tan conspicuas como The Wall Street Journal, The Times de Londres y The New York Post, además de la cadena de televisión estadunidense Fox.
En 2006 comenzó a hacerse público que News of the World basaba buena parte de su investigación sobre temas sensacionalistas —en buena medida, la vida íntima de los personajes públicos— en escuchas telefónicas ilegales, obtenidas con la ayuda de investigadores privados y, se cree también, de sobornos a policías.
En enero de 2007, el reportero Clive Goodman —quien cubría las actividades de la familia real, y se había hecho famoso por su cobertura del rompimiento entre el príncipe Carlos y la princesa Diana—, así como el investigador privado Glenn Mulcaire, fueron sentenciados a varios meses de prisión por realizar escuchas ilegales de conversaciones telefónicas relacionadas con la vida privada del príncipe Guillermo.
Luego se sabría que las intercepciones de llamadas remontaban a cuando menos 2002. Ese año, la estudiante Amanda Dowler, de 13 años de edad, fue secuestrada cuando volvía de la escuela, en el condado de Surrey, sureste de Inglaterra. Su cuerpo fue hallado seis meses después.
Mientras Dowler estuvo desaparecida, Mulcaire intervino su celular para tener acceso a sus mensajes, muchos de los cuales borró, lo cual entorpeció la investigación del secuestro e hizo creer a la familia que la niña estaba viva, pues se presumía que ella misma los había eliminado.
A consecuencia de las primeras sentencias contra personas asociadas con News of the World, el editor del periódico, Andrew Coulson, presentó su renuncia, aunque no aceptó haber ordenado las escuchas. Casi de inmediato, Coulson se convirtió en jefe de comunicación del Partido Conservador británico, que entonces estaba en la oposición.
Pese al éxito de las primeras investigaciones contra el tabloide, la Policía Metropolitana de Londres decidió no profundizarlas. Sin embargo, el caso se reactivó a principios de este año, cuando el diario The Guardian publicó que Mulcaire había declarado que realizó las intercepciones telefónicas a petición de directivos de News of the World.
De acuerdo con nuevas investigaciones, que llevaron a la detención de Coulson —quien hasta enero pasado era el vocero del primer ministro David Cameron—, las escuchas ilegales pudieron haber afectado a unas cuatro mil personas, entre las que hay celebridades de la farándula y políticos, pero también familiares de las víctimas de los atentados terroristas del 7 de julio de 2005 en Londres y de soldados británicos muertos en la guerra de Afganistán.
Señalado en una nota de The New York Times como alguien que alentaba a los reporteros a su cargo a practicar la intervención telefónica —penada bajo la ley británica— Coulson está libre bajo fianza. Se espera que su juicio comience en octubre próximo.
El escándalo de las escuchas ilegales también provocó la renuncia de Rebekah Wade, una de las periodistas más importantes en el grupo de Murdoch y directora de información internacional de News Corporation. Tanta influencia tenía Wade —quien usa el apellido de su actual esposo, el entrenador de caballos Charlie Brooks— en el ambiente de la política británica, que a su boda en 2009 asistieron el entonces primer ministro Gordon Brown, otra víctima del espionaje, y David Cameron.
Ayer, en varios periódicos de Gran Bretaña apareció un anuncio en el que Rupert Murdoch pide disculpas por la actuación de News of the World y por “no haber actuado antes, para aclarar las cosas”. En el desplegado, no hay una sola palabra de Murdoch para los más de 200 empleados del periódico que hoy están sin trabajo.
Esta historia muestra las ilegalidades y los excesos a los que están dispuestos a llegar algunos medios en su afán de obtener una primicia sensacionalista. La moraleja es que reporteros, editores y dueños no pueden olvidar nunca que lo que da sentido a este oficio es el interés público, y no lo que pueda parecer momentáneamente interesante a los consumidores de información; tampoco la gloria de la exclusiva ni la corrección política.
Este oficio debe tener principios y también método: no se vale sacar la nota con escuchas ilegales, pero tampoco con cámaras y grabadoras escondidas ni con meter la mano en cloacas asquerosas como El Blog del Narco. Periodismo es el que da la cara y no dice más que lo que puede obtener de frente, sin exagerar las palabras y sin sacarlas de su contexto, sin robar documentos ni comprar testimonios, y sin invadir la intimidad de las personas ni vulnerar su dignidad.
Lo demás que sea para los tabloides y sus equivalentes, y para los medios que hacen política y no periodismo.
La discriminación en los estadios
Ya he contado en esta Bitácora que mi primer encontronazo con el racismo a la mexicana fue en un partido México-Haití, en el Estadio Azteca, durante el Premundial de 1977. “Changos” era como llamaban muchos asistentes a los miembros del equipo rival.
Acaso porque los discriminadores se han dado cuenta que jugadores y ex jugadores del Tri como Melvin Brown, Joel Huiqui y Giovani dos Santos son tan mexicanos como cualquiera, los insultos a los futbolistas de piel oscura se han moderado considerablemente.
Casi 35 años después, me topo otra vez con una realidad censurable en los estadios. Me refiero al grito de “Eeeeeee, ¡puuuutoooo!” cada vez que despeja el portero rival.
Surgida en Guadalajara, esa costumbre discriminatoria se ha extendido a casi todos los estadios del país. Lo que se pretende es intimidar al arquero diciéndole que no es hombre, sino un reparo de mujer, lo cual a juicio de quienes gritan eso ha de ser una terrible desventaja.
Yo sé que hay quienes toman este acto de discriminación como una broma. No me cuenten entre ellos. Yo soy de los que piensa que todo dicho o hecho que ataque a alguien por su apariencia física, creencias o preferencias sexuales deben ser tomados con la mayor seriedad.
Soy aficionado al futbol, y muchas veces he gritado consignas a favor de mi equipo y en contra del rival. No es el derecho a ejercer la presión de la tribuna lo que cuestiono, sino la discriminación.
Por eso, opino que Federación Mexicana de Futbol debe adoptar una posición sobre este grito, que hace poco tiempo no se escuchaba fuera del Estadio Jalisco (es decir, nada tiene de tradición) y ahora se ha vuelto generalizado en los partidos. Mientras esta autoridad no se pronuncie al respecto —como se hizo en Europa contra los gritos racistas en el deporte— no dan ganas de pararse en un estadio de futbol en México.
Pascal Beltrán del Río
Junte usted la vanidad exacerbada del reportero, la presión del editor por obtener una nota más picante que la de la competencia y la prisa del dueño del medio por hacer rentable su inversión al margen de cualquier consideración de servicio público y tendrá un círculo vicioso capaz de aniquilar los principios que dan razón de ser al periodismo.
Eso le pasó al tabloide británico News of the World, que hace una semana anunció su cierre luego de 168 años de existencia.
Hermano dominical del periódico sensacionalista londinense The Sun, News of the World era propiedad del magnate Rupert Murdoch, australiano naturalizado estadunidense, que lo adquirió en 1969.
La trayectoria del octogenario Murdoch en los medios comenzó cuando heredó un pequeño periódico en la ciudad de Adelaide, a principios de los años 50. A partir de entonces edificó un imperio, News Corporation, que hoy es dueña o accionista importante de publicaciones tan conspicuas como The Wall Street Journal, The Times de Londres y The New York Post, además de la cadena de televisión estadunidense Fox.
En 2006 comenzó a hacerse público que News of the World basaba buena parte de su investigación sobre temas sensacionalistas —en buena medida, la vida íntima de los personajes públicos— en escuchas telefónicas ilegales, obtenidas con la ayuda de investigadores privados y, se cree también, de sobornos a policías.
En enero de 2007, el reportero Clive Goodman —quien cubría las actividades de la familia real, y se había hecho famoso por su cobertura del rompimiento entre el príncipe Carlos y la princesa Diana—, así como el investigador privado Glenn Mulcaire, fueron sentenciados a varios meses de prisión por realizar escuchas ilegales de conversaciones telefónicas relacionadas con la vida privada del príncipe Guillermo.
Luego se sabría que las intercepciones de llamadas remontaban a cuando menos 2002. Ese año, la estudiante Amanda Dowler, de 13 años de edad, fue secuestrada cuando volvía de la escuela, en el condado de Surrey, sureste de Inglaterra. Su cuerpo fue hallado seis meses después.
Mientras Dowler estuvo desaparecida, Mulcaire intervino su celular para tener acceso a sus mensajes, muchos de los cuales borró, lo cual entorpeció la investigación del secuestro e hizo creer a la familia que la niña estaba viva, pues se presumía que ella misma los había eliminado.
A consecuencia de las primeras sentencias contra personas asociadas con News of the World, el editor del periódico, Andrew Coulson, presentó su renuncia, aunque no aceptó haber ordenado las escuchas. Casi de inmediato, Coulson se convirtió en jefe de comunicación del Partido Conservador británico, que entonces estaba en la oposición.
Pese al éxito de las primeras investigaciones contra el tabloide, la Policía Metropolitana de Londres decidió no profundizarlas. Sin embargo, el caso se reactivó a principios de este año, cuando el diario The Guardian publicó que Mulcaire había declarado que realizó las intercepciones telefónicas a petición de directivos de News of the World.
De acuerdo con nuevas investigaciones, que llevaron a la detención de Coulson —quien hasta enero pasado era el vocero del primer ministro David Cameron—, las escuchas ilegales pudieron haber afectado a unas cuatro mil personas, entre las que hay celebridades de la farándula y políticos, pero también familiares de las víctimas de los atentados terroristas del 7 de julio de 2005 en Londres y de soldados británicos muertos en la guerra de Afganistán.
Señalado en una nota de The New York Times como alguien que alentaba a los reporteros a su cargo a practicar la intervención telefónica —penada bajo la ley británica— Coulson está libre bajo fianza. Se espera que su juicio comience en octubre próximo.
El escándalo de las escuchas ilegales también provocó la renuncia de Rebekah Wade, una de las periodistas más importantes en el grupo de Murdoch y directora de información internacional de News Corporation. Tanta influencia tenía Wade —quien usa el apellido de su actual esposo, el entrenador de caballos Charlie Brooks— en el ambiente de la política británica, que a su boda en 2009 asistieron el entonces primer ministro Gordon Brown, otra víctima del espionaje, y David Cameron.
Ayer, en varios periódicos de Gran Bretaña apareció un anuncio en el que Rupert Murdoch pide disculpas por la actuación de News of the World y por “no haber actuado antes, para aclarar las cosas”. En el desplegado, no hay una sola palabra de Murdoch para los más de 200 empleados del periódico que hoy están sin trabajo.
Esta historia muestra las ilegalidades y los excesos a los que están dispuestos a llegar algunos medios en su afán de obtener una primicia sensacionalista. La moraleja es que reporteros, editores y dueños no pueden olvidar nunca que lo que da sentido a este oficio es el interés público, y no lo que pueda parecer momentáneamente interesante a los consumidores de información; tampoco la gloria de la exclusiva ni la corrección política.
Este oficio debe tener principios y también método: no se vale sacar la nota con escuchas ilegales, pero tampoco con cámaras y grabadoras escondidas ni con meter la mano en cloacas asquerosas como El Blog del Narco. Periodismo es el que da la cara y no dice más que lo que puede obtener de frente, sin exagerar las palabras y sin sacarlas de su contexto, sin robar documentos ni comprar testimonios, y sin invadir la intimidad de las personas ni vulnerar su dignidad.
Lo demás que sea para los tabloides y sus equivalentes, y para los medios que hacen política y no periodismo.
La discriminación en los estadios
Ya he contado en esta Bitácora que mi primer encontronazo con el racismo a la mexicana fue en un partido México-Haití, en el Estadio Azteca, durante el Premundial de 1977. “Changos” era como llamaban muchos asistentes a los miembros del equipo rival.
Acaso porque los discriminadores se han dado cuenta que jugadores y ex jugadores del Tri como Melvin Brown, Joel Huiqui y Giovani dos Santos son tan mexicanos como cualquiera, los insultos a los futbolistas de piel oscura se han moderado considerablemente.
Casi 35 años después, me topo otra vez con una realidad censurable en los estadios. Me refiero al grito de “Eeeeeee, ¡puuuutoooo!” cada vez que despeja el portero rival.
Surgida en Guadalajara, esa costumbre discriminatoria se ha extendido a casi todos los estadios del país. Lo que se pretende es intimidar al arquero diciéndole que no es hombre, sino un reparo de mujer, lo cual a juicio de quienes gritan eso ha de ser una terrible desventaja.
Yo sé que hay quienes toman este acto de discriminación como una broma. No me cuenten entre ellos. Yo soy de los que piensa que todo dicho o hecho que ataque a alguien por su apariencia física, creencias o preferencias sexuales deben ser tomados con la mayor seriedad.
Soy aficionado al futbol, y muchas veces he gritado consignas a favor de mi equipo y en contra del rival. No es el derecho a ejercer la presión de la tribuna lo que cuestiono, sino la discriminación.
Por eso, opino que Federación Mexicana de Futbol debe adoptar una posición sobre este grito, que hace poco tiempo no se escuchaba fuera del Estadio Jalisco (es decir, nada tiene de tradición) y ahora se ha vuelto generalizado en los partidos. Mientras esta autoridad no se pronuncie al respecto —como se hizo en Europa contra los gritos racistas en el deporte— no dan ganas de pararse en un estadio de futbol en México.
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