Xavier Díez de Urdanivia / A Contrapelo
Hace ocho días tuvo lugar un ejercicio cívico digno de hacernos sentir ufanos. Sin incidentes serios –no dudo que algunos menores se hayan presentado- en orden, copiosamente atendidos por la sociedad coahuilense, tuvieron lugar los comicios para elegir gobernador del estado y renovar la legislatura local.
Sesenta y un coahuilenses, de cada cien, salieron a votar, lo que constituye un hito; la votación, sin precedentes en términos cuantitativos, favoreció por un amplio margen al abogado Rubén Moreira, un hombre en plenitud de madurez, que conjuga aptitudes ciertamente valiosas para ejercer, con bien para todos, esa función compleja que se le ha encomendado.
Tiene experiencia y empuje; se le ha visto desempeñarse con inteligente diligencia en las encomiendas que ha tenido a su cargo, siempre con un compromiso social indefectiblemente honrado. Cumple su palabra.
Con todo, enfrentará desde ya un reto, que se actualizará con más claros contornos el 1 de diciembre, pero que ha de asumir cuanto antes: Enfrentar una realidad complicada, con un futuro en buena medida incierto y un camino que estará plagado de problemas y adversidades.
En esa empresa no saldrá airoso si no llega a contar con el apoyo activo de los coahuilenses todos, aun los que no votaron por él, quienes no por ese echo dejarán de tener voz y vías efectivas de participación activa.
Para que eso sea así hace falta algo más que optimismo, más que buenas intenciones y promisorios discursos. Hace falta civismo, la “virtud cívica” que proclamaban los griegos antiguos, la que sólo se alcanza a partir de valores puestos en juego, que no otra cosa son la política y el poder que le es adjetivo.
Lo que pasa es que esos valores pueden ser espurios, de poca monta, y en cambio los que se necesitan han de ser excelsos. Téngase en cuenta que los valores no son metas, sino motores de la conducta, impulsos para el comportamiento individual y social de los seres humanos, y de la nobleza de aquéllos dependerá la del comportamiento de éstos.
La democracia es más que un proceso electoral, más que un mecanismo para designar a los gobernantes. Es, como dice la Constitución, un estilo de vida fundado en el constante mejoramiento intelectual, espiritual y material de todos los miembros de nuestra comunidad, el que descansa, en última instancia, en el respeto y la promoción de los derechos y libertades fundamentales de ellos, y si bien su garantía atañe en primerísimo lugar a la autoridad, el pacto social que los estructura e cosa de todos.
Sin duda llegó la hora de deponer las lanzas que, como es natural, fueron blandidas durante las campañas, y anteponer a los intereses parciales ese interés general en el cabemos todos.
En eso consiste la civilidad, que trascendiendo la tolerancia pasiva de quienes son diferentes o piensan distinto, los reconoce como iguales en esencia y compañeros de viaje.
Un vez más llega la oportunidad de redefinir ese pacto, que se construye cada día, en un tracto sucesivo y constante, cuyo propósito es generar una vida social armónica, equitativa y ordenada, apta para que todos contribuyamos a edificar un futuro mejor y más digno para cada uno.
El lema de la campaña del abogado Moreira, triunfador en la contienda, fue “Más. Mejor”. Vale la pena considerar, a partir de él, que independientemente de quien gobierne, el deber de todos es adoptar actitudes y desarrollar conductas que conduzcan a alcanzar cada día más civilidad, para tener siempre un mejor futuro.
Hace ocho días tuvo lugar un ejercicio cívico digno de hacernos sentir ufanos. Sin incidentes serios –no dudo que algunos menores se hayan presentado- en orden, copiosamente atendidos por la sociedad coahuilense, tuvieron lugar los comicios para elegir gobernador del estado y renovar la legislatura local.
Sesenta y un coahuilenses, de cada cien, salieron a votar, lo que constituye un hito; la votación, sin precedentes en términos cuantitativos, favoreció por un amplio margen al abogado Rubén Moreira, un hombre en plenitud de madurez, que conjuga aptitudes ciertamente valiosas para ejercer, con bien para todos, esa función compleja que se le ha encomendado.
Tiene experiencia y empuje; se le ha visto desempeñarse con inteligente diligencia en las encomiendas que ha tenido a su cargo, siempre con un compromiso social indefectiblemente honrado. Cumple su palabra.
Con todo, enfrentará desde ya un reto, que se actualizará con más claros contornos el 1 de diciembre, pero que ha de asumir cuanto antes: Enfrentar una realidad complicada, con un futuro en buena medida incierto y un camino que estará plagado de problemas y adversidades.
En esa empresa no saldrá airoso si no llega a contar con el apoyo activo de los coahuilenses todos, aun los que no votaron por él, quienes no por ese echo dejarán de tener voz y vías efectivas de participación activa.
Para que eso sea así hace falta algo más que optimismo, más que buenas intenciones y promisorios discursos. Hace falta civismo, la “virtud cívica” que proclamaban los griegos antiguos, la que sólo se alcanza a partir de valores puestos en juego, que no otra cosa son la política y el poder que le es adjetivo.
Lo que pasa es que esos valores pueden ser espurios, de poca monta, y en cambio los que se necesitan han de ser excelsos. Téngase en cuenta que los valores no son metas, sino motores de la conducta, impulsos para el comportamiento individual y social de los seres humanos, y de la nobleza de aquéllos dependerá la del comportamiento de éstos.
La democracia es más que un proceso electoral, más que un mecanismo para designar a los gobernantes. Es, como dice la Constitución, un estilo de vida fundado en el constante mejoramiento intelectual, espiritual y material de todos los miembros de nuestra comunidad, el que descansa, en última instancia, en el respeto y la promoción de los derechos y libertades fundamentales de ellos, y si bien su garantía atañe en primerísimo lugar a la autoridad, el pacto social que los estructura e cosa de todos.
Sin duda llegó la hora de deponer las lanzas que, como es natural, fueron blandidas durante las campañas, y anteponer a los intereses parciales ese interés general en el cabemos todos.
En eso consiste la civilidad, que trascendiendo la tolerancia pasiva de quienes son diferentes o piensan distinto, los reconoce como iguales en esencia y compañeros de viaje.
Un vez más llega la oportunidad de redefinir ese pacto, que se construye cada día, en un tracto sucesivo y constante, cuyo propósito es generar una vida social armónica, equitativa y ordenada, apta para que todos contribuyamos a edificar un futuro mejor y más digno para cada uno.
El lema de la campaña del abogado Moreira, triunfador en la contienda, fue “Más. Mejor”. Vale la pena considerar, a partir de él, que independientemente de quien gobierne, el deber de todos es adoptar actitudes y desarrollar conductas que conduzcan a alcanzar cada día más civilidad, para tener siempre un mejor futuro.
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