Jorge Fernández Menéndez
AMLO ganó, por lo menos desde su lógica: cuanto más débil esté el PRD, más a merced de su movimiento queda esa estructura partidaria.
No hay eufemismos posibles, tampoco coartadas basadas en la ilegitimidad de los procesos: las derrotas del PAN y del PRD (con sus aliados de Convergencia, ¿todavía se llama así?, y el PT) en los comicios del domingo, para ser procesada, debe partir de ser admitida como tal: como una derrota en toda la línea, donde las excusas sirven para poco.
En el PRD las cosas asumen características de desastre para todos menos para López Obrador, cada día menos corresponsable de lo que sucede en ese partido. El ex jefe de Gobierno capitalino impuso a Alejandro Encinas como candidato en el Estado de México, aunque Encinas en varias oportunidades había demostrado ser muy poco competitivo, y cuando no tenía ni siquiera residencia en la entidad. Desde que compitió por la gubernatura hace 18 años, Encinas no se paraba por el Estado de México. Logró con eso dividir a su partido, operó en contra de lo que opinaba la dirigencia nacional y la local, se opuso a la posibilidad de establecer una alianza con el PAN, lo acompañó en esa jugada la nueva secretaria general, Dolores Padierna, que hasta el día de hoy no ha aparecido para hacer la menor autocrítica de su trabajo. Ese bloqueo llevó a otro, el de Nayarit, que aunado a la cerrazón de Guadalupe Acosta Naranjo de apoyar la candidatura de Martha García, le hicieron perder al PRD y al PAN la que sería la única posibilidad electoral cierta del pasado domingo.
Lo mejor de todo es que López Obrador, que se había hecho acompañar por Encinas en innumerables giras por el Estado de México, en cuanto éste fue candidato y asumió el discurso lopezobradorista, defensa del plantón de 2006 incluida, desapareció de la escena y, salvo un par de actos de campaña, nunca más acompañó al candidato. Sabía que sobrevendría la derrota y no quería estar ligado a ella. Ayer apareció para declarar que él no era responsable de la derrota de Encinas ni de los malos resultados electorales del PRD.
Y es que, con esas derrotas, López Obrador ganó, por lo menos desde su lógica: cuanto más débil esté el PRD, más a merced queda esa estructura partidaria de su movimiento; la idea es vaciar al PRD en el Morena y sumarlo a las dos otras instituciones que ha convertido en lazarillos políticos: el PT y Convergencia. Con eso tiene asegurada la candidatura. Un PRD que hubiera hecho alianzas en el Estado de México y en Nayarit, incluso en Coahuila donde, como hemos visto, no alcanzó ni el registro, se hubiera visto competitivo aunque casi un espejismo (¿el PRD es fuerte en Oaxaca, en Puebla, en Sinaloa?), pero eso no le conviene a AMLO porque lo aleja de sus aspiraciones. Las opciones del perredismo cada día son menores: asume su propio camino y ello implica que muy probablemente se tenga que olvidar de López Obrador o sigue amarrado al carro de cola de un candidato que no lo toma en cuenta y que cada vez que puede se desembaraza de él.
En el caso del PAN insistimos en un punto: los tiempos se le han acortado vertiginosamente con estas campañas y con estos resultados. No puede seguir teniendo siete precandidatos, tampoco cinco o cuatro si asumimos que Javier Lozano (que hubiera sido realmente muy competitivo) cada día aparece más cercano a Ernesto Cordero, que Emilio González ni siquiera cuenta y que Heriberto Félix hace mucho que dejó de presentarse como caballo negro. Del gabinete debe aparecer un solo precandidato y por su parte Josefina Vázquez Mota y Santiago Creel tendrán que decidir qué hacen con esas dos precandidaturas alternas. Sea Cordero o Lujambio el impulsado desde el gabinete, la decisión se debe tomar en estos días y concretar la salida a más tardar el 15 de septiembre: para esa fecha, si es Cordero tendrá que haber presentado la iniciativa de Presupuesto, y si es Lujambio, con el inicio del ciclo lectivo podrá decir adiós a sus funciones. Ello coincidirá también con la transmisión del poder en el Estado de México, un momento a partir del cual Peña Nieto se podrá concentrar en el trabajo proselitista y volará hacia la candidatura. Sus opositores, que ya están muy rezagados, no pueden permitirle un margen aún mayor porque les será imposible alcanzarlo.
Muchas veces hemos dicho que 2012 no será como 2006. El sacar al PRI de Los Pinos, que funcionó en 2000, se convirtió en el peligro para México de López Obrador en 2006, pero no puede convertirse en un antipriismo visceral para 2012, menos aún en una nueva versión sin cambios, sólo con más participantes de la historia, de la mafia que enarbola López Obrador. Se requieren propuestas concretas, trabajo político, estructuras partidarias operativas y, sobre todo, un nuevo perfil de dirigentes y candidatos, que ni el PRD ni el PAN tuvieron en estas elecciones y deberían mostrar en 2012. Dirían en el lejano 68 que tienen que llevar la imaginación al poder. Hasta ahora, imaginación es lo que menos han mostrado.
AMLO ganó, por lo menos desde su lógica: cuanto más débil esté el PRD, más a merced de su movimiento queda esa estructura partidaria.
No hay eufemismos posibles, tampoco coartadas basadas en la ilegitimidad de los procesos: las derrotas del PAN y del PRD (con sus aliados de Convergencia, ¿todavía se llama así?, y el PT) en los comicios del domingo, para ser procesada, debe partir de ser admitida como tal: como una derrota en toda la línea, donde las excusas sirven para poco.
En el PRD las cosas asumen características de desastre para todos menos para López Obrador, cada día menos corresponsable de lo que sucede en ese partido. El ex jefe de Gobierno capitalino impuso a Alejandro Encinas como candidato en el Estado de México, aunque Encinas en varias oportunidades había demostrado ser muy poco competitivo, y cuando no tenía ni siquiera residencia en la entidad. Desde que compitió por la gubernatura hace 18 años, Encinas no se paraba por el Estado de México. Logró con eso dividir a su partido, operó en contra de lo que opinaba la dirigencia nacional y la local, se opuso a la posibilidad de establecer una alianza con el PAN, lo acompañó en esa jugada la nueva secretaria general, Dolores Padierna, que hasta el día de hoy no ha aparecido para hacer la menor autocrítica de su trabajo. Ese bloqueo llevó a otro, el de Nayarit, que aunado a la cerrazón de Guadalupe Acosta Naranjo de apoyar la candidatura de Martha García, le hicieron perder al PRD y al PAN la que sería la única posibilidad electoral cierta del pasado domingo.
Lo mejor de todo es que López Obrador, que se había hecho acompañar por Encinas en innumerables giras por el Estado de México, en cuanto éste fue candidato y asumió el discurso lopezobradorista, defensa del plantón de 2006 incluida, desapareció de la escena y, salvo un par de actos de campaña, nunca más acompañó al candidato. Sabía que sobrevendría la derrota y no quería estar ligado a ella. Ayer apareció para declarar que él no era responsable de la derrota de Encinas ni de los malos resultados electorales del PRD.
Y es que, con esas derrotas, López Obrador ganó, por lo menos desde su lógica: cuanto más débil esté el PRD, más a merced queda esa estructura partidaria de su movimiento; la idea es vaciar al PRD en el Morena y sumarlo a las dos otras instituciones que ha convertido en lazarillos políticos: el PT y Convergencia. Con eso tiene asegurada la candidatura. Un PRD que hubiera hecho alianzas en el Estado de México y en Nayarit, incluso en Coahuila donde, como hemos visto, no alcanzó ni el registro, se hubiera visto competitivo aunque casi un espejismo (¿el PRD es fuerte en Oaxaca, en Puebla, en Sinaloa?), pero eso no le conviene a AMLO porque lo aleja de sus aspiraciones. Las opciones del perredismo cada día son menores: asume su propio camino y ello implica que muy probablemente se tenga que olvidar de López Obrador o sigue amarrado al carro de cola de un candidato que no lo toma en cuenta y que cada vez que puede se desembaraza de él.
En el caso del PAN insistimos en un punto: los tiempos se le han acortado vertiginosamente con estas campañas y con estos resultados. No puede seguir teniendo siete precandidatos, tampoco cinco o cuatro si asumimos que Javier Lozano (que hubiera sido realmente muy competitivo) cada día aparece más cercano a Ernesto Cordero, que Emilio González ni siquiera cuenta y que Heriberto Félix hace mucho que dejó de presentarse como caballo negro. Del gabinete debe aparecer un solo precandidato y por su parte Josefina Vázquez Mota y Santiago Creel tendrán que decidir qué hacen con esas dos precandidaturas alternas. Sea Cordero o Lujambio el impulsado desde el gabinete, la decisión se debe tomar en estos días y concretar la salida a más tardar el 15 de septiembre: para esa fecha, si es Cordero tendrá que haber presentado la iniciativa de Presupuesto, y si es Lujambio, con el inicio del ciclo lectivo podrá decir adiós a sus funciones. Ello coincidirá también con la transmisión del poder en el Estado de México, un momento a partir del cual Peña Nieto se podrá concentrar en el trabajo proselitista y volará hacia la candidatura. Sus opositores, que ya están muy rezagados, no pueden permitirle un margen aún mayor porque les será imposible alcanzarlo.
Muchas veces hemos dicho que 2012 no será como 2006. El sacar al PRI de Los Pinos, que funcionó en 2000, se convirtió en el peligro para México de López Obrador en 2006, pero no puede convertirse en un antipriismo visceral para 2012, menos aún en una nueva versión sin cambios, sólo con más participantes de la historia, de la mafia que enarbola López Obrador. Se requieren propuestas concretas, trabajo político, estructuras partidarias operativas y, sobre todo, un nuevo perfil de dirigentes y candidatos, que ni el PRD ni el PAN tuvieron en estas elecciones y deberían mostrar en 2012. Dirían en el lejano 68 que tienen que llevar la imaginación al poder. Hasta ahora, imaginación es lo que menos han mostrado.
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