José Carreño Figueras
La actual crisis europea pone sobre la mesa una brutal pregunta: ¿en qué medida son verdaderamente importantes los países mediterráneos que participan en la Unión Europea?
A simple vista sería una duda fuera de lugar. Pese a las imágenes de motines en Atenas y los indignados en Madrid o Barcelona, los europeos parecen estar en camino de superar los problemas planteados por las sucesivos tropiezos enfrentados por algunos de los miembros no fundadores.
La crisis económica griega, los problemas de España y Portugal mas las amenazas a la economía de Italia en combinación con el desplome financiero del milagro irlandés pusieron, si no tienen todavía en dificultades al núcleo duro de la UE y al Euro, la moneda regional.
Pero al mismo tiempo hay quienes los consideran como periféricos. Tienen ciertamente la capacidad para afectar al resto de la región, pero no son centrales para la actividad económica.
En alguna medida es una crisis de confianza. Después de todo, Grecia, España, Portugal, son naciones relativamente recién llegadas a la UE y mucho de su enorme progreso económico de los últimos años se debió a la masiva llegada de fondos de la Unión Europea.
Son los países mas expuestos al impacto de la inmigración ilegal desde Asia y Africa. De acuerdo al menos con algunas visiones estratégicas están en la periferia de las principales rutas comerciales y carecen de los centros generadores de capital que caracterizan a los países del norte europeo.
Mas aún son ahora receptores netos de fondos de rescate de la UE, un apoyo que en buena parte ha sido tortuoso y complicado. La actual bonanza de la banca española se debe mas al desempeño de sus inversiones en América Latina que a su situación doméstica.
Algunos, como los analistas de la empresa “Stratfor”, creen que esas naciones, mas Chipre y Malta, acabarán por ser parte de una zona de influencia francesa (excepto tal vez el norte de Italia, donde el centro financiero de Milán se considera mas bien como parte de la zona de influencia alemana).
Para otros, notablemente el gobierno español, la integración entre los países europeos es tal que la colaboración es imprescindible e inevitable.
Pero los mas pesimistas hacen notar que hace cuatro años los europeos se regocijaban en anunciar su regreso al centro del mundo y listos a desplazar incluso a la hegemonía estadounidense y confrontar el desafío de las naciones orientales.
Los problemas de Grecia y Hungría, de España y Portugal, de Irlanda e Italia hicieron cambiar esa percepción. El semanario alemán “Der Spiegel” llegó a publicar una portada en la que el ataúd de la Unión Europea aparecía envuelto en la bandera de Grecia.
La duda no es si la Unión Europea sobrevivirá o no, sino como y que formas tomará su desarrollo. Y de forma muy prominente lo que será el papel de los países mediterráneos ¿central o secundario?
La actual crisis europea pone sobre la mesa una brutal pregunta: ¿en qué medida son verdaderamente importantes los países mediterráneos que participan en la Unión Europea?
A simple vista sería una duda fuera de lugar. Pese a las imágenes de motines en Atenas y los indignados en Madrid o Barcelona, los europeos parecen estar en camino de superar los problemas planteados por las sucesivos tropiezos enfrentados por algunos de los miembros no fundadores.
La crisis económica griega, los problemas de España y Portugal mas las amenazas a la economía de Italia en combinación con el desplome financiero del milagro irlandés pusieron, si no tienen todavía en dificultades al núcleo duro de la UE y al Euro, la moneda regional.
Pero al mismo tiempo hay quienes los consideran como periféricos. Tienen ciertamente la capacidad para afectar al resto de la región, pero no son centrales para la actividad económica.
En alguna medida es una crisis de confianza. Después de todo, Grecia, España, Portugal, son naciones relativamente recién llegadas a la UE y mucho de su enorme progreso económico de los últimos años se debió a la masiva llegada de fondos de la Unión Europea.
Son los países mas expuestos al impacto de la inmigración ilegal desde Asia y Africa. De acuerdo al menos con algunas visiones estratégicas están en la periferia de las principales rutas comerciales y carecen de los centros generadores de capital que caracterizan a los países del norte europeo.
Mas aún son ahora receptores netos de fondos de rescate de la UE, un apoyo que en buena parte ha sido tortuoso y complicado. La actual bonanza de la banca española se debe mas al desempeño de sus inversiones en América Latina que a su situación doméstica.
Algunos, como los analistas de la empresa “Stratfor”, creen que esas naciones, mas Chipre y Malta, acabarán por ser parte de una zona de influencia francesa (excepto tal vez el norte de Italia, donde el centro financiero de Milán se considera mas bien como parte de la zona de influencia alemana).
Para otros, notablemente el gobierno español, la integración entre los países europeos es tal que la colaboración es imprescindible e inevitable.
Pero los mas pesimistas hacen notar que hace cuatro años los europeos se regocijaban en anunciar su regreso al centro del mundo y listos a desplazar incluso a la hegemonía estadounidense y confrontar el desafío de las naciones orientales.
Los problemas de Grecia y Hungría, de España y Portugal, de Irlanda e Italia hicieron cambiar esa percepción. El semanario alemán “Der Spiegel” llegó a publicar una portada en la que el ataúd de la Unión Europea aparecía envuelto en la bandera de Grecia.
La duda no es si la Unión Europea sobrevivirá o no, sino como y que formas tomará su desarrollo. Y de forma muy prominente lo que será el papel de los países mediterráneos ¿central o secundario?
Comentarios