Francisco Rodríguez / Índice Político
No acabamos de salir de una crisis económica, cuando ya estamos entrando a otra. ¿O será acaso que es la misma? ¿Será, como dicen los especialistas, que la iniciada en 2008, tres años después está a punto de hacer su verdadera explosión?
Como sea, hace ya 40 años que los mexicanos vamos de una a otra crisis. Que son ya muchas generaciones las que no conocen otra situación que no se la crítica.
Porque, otra vez, la preocupación, incertidumbre y desconcierto están ya instalados en todos los ámbitos relacionados al mundo financiero y económico.
Y al mismo tiempo, siguen presentes las mismos vicios y fallas estructurales que dieron origen al problema de 2008 que se prolonga hasta hoy.
Sin pretender ser alarmistas, la situación es delicada.
Lo que ha sucedido en Grecia, Portugal, España, como antes en Irlanda y ahora en los Estados Unidos, mueven incluso al señor Felipe Calderón a advertir que nosotros también estamos en riesgo de sufrir un coletazo. Que dejarían de llegar inversiones. Y que por el contrario, podrían salir muchos capitales.
Con ello, sólo para empezar, nuestra moneda se depreciaría en relación a otras divisas internacionales.
Y las tasas de interés se irían otra vez al cielo.
Sucede todo esto por la intensa cohesión que existe entre los mercados globales, lo que implica que una crisis desatada en cualquier lugar del planeta tenga inmediata influencia en la economía de cualquier país, primero por el lado financiero y luego formando parte de la economía real de todos los individuos que la conformamos.
Así, la de hoy ya no es un “catarrito”, como nos dijera hace tres años el nada acertado “doitor” Carstens. Hoy ya es una verdadera epidemia mundial, como aquella del A H1 N1 que nos mantuvo a todos encerrados en nuestros propios miedos.
Porque esta crisis económica iniciada en 2008 se originó en Estados Unidos y de ahí se extendió a muchas naciones, sobre todo a aquellas que se consideran a sí mismas cual desarrolladas. Y ahí sigue, en los Estados Unidos.
Dicen los expertos que entre los principales factores causantes de esa crisis que aún nos está pegando a muchos estarían los altos precios de las materias primas, la sobrevalorización de las materias primas, una crisis alimentaria mundial y energética, una elevada inflación planetaria y la amenaza de una recesión en todo el mundo, así como una crisis crediticia, hipotecaria y, sobre todo, de confianza en los mercados.
Estamos hablando, pues, de la suma de todas nuestras crisis. Muchas de ellas con larga vida, pero cuyo estallido se había venido postergando artificialmente.
Y todas estas crisis, ¿quién lo dijera?, han sido por el otorgamiento de créditos de todo tipo a quienes no tenían la capacidad económica para hacerles frente. Y hablo aquí no sólo de personas que contrataron hipotecas, incluso de naciones que, como el propio Estados Unidos, se sobreendeudaron.
Algo que ahora mismo, bajo la égida del señor Calerón, está ocurriendo en México, pues Hacienda contrata débitos por doquier.
Hay quienes dicen que esta crisis es necesaria.
Que ella obligará a los políticos a ser más responsable con el manejo de los recursos de los ciudadanos, quienes a final de cuentas son quienes pagan las facturas de las medidas erróneas que se adoptan en las alturas de las administraciones públicas.
Es posible que así sea. Pero también puede ser que, como sucede siempre, los políticos y los financieros se escabullan de sus responsabilidades y culpen a los ciudadanos por no ahorrar, por no ser precavidos en sus gastos, por lo que usted guste y mande.
Si sobreviene la enorme crisis que muchos avizoran, también será aleccionadora para nosotros.
Hay que fijarse bien a quienes elegir para que manejen nuestros recursos. No deben ser los mismos que hoy nos están llevando, a ciegas, al torbellino mismo de esta nueva –a lo mejor la misma– crisis, ¿no cree usted?
Índice Flamígero: Hay observadores afirmando que esta crisis se asemeja en prácticamente todo a la de 1929 que, dicen, desencadenó la Segunda Guerra Mundial. Cruce usted los dedos porque no lleguemos a la Tercera, habida cuenta que Albert Einstein nos advirtió con toda oportunidad que la Cuarta se daría con piedras y palos. Ni lo quiera Dios…
No acabamos de salir de una crisis económica, cuando ya estamos entrando a otra. ¿O será acaso que es la misma? ¿Será, como dicen los especialistas, que la iniciada en 2008, tres años después está a punto de hacer su verdadera explosión?
Como sea, hace ya 40 años que los mexicanos vamos de una a otra crisis. Que son ya muchas generaciones las que no conocen otra situación que no se la crítica.
Porque, otra vez, la preocupación, incertidumbre y desconcierto están ya instalados en todos los ámbitos relacionados al mundo financiero y económico.
Y al mismo tiempo, siguen presentes las mismos vicios y fallas estructurales que dieron origen al problema de 2008 que se prolonga hasta hoy.
Sin pretender ser alarmistas, la situación es delicada.
Lo que ha sucedido en Grecia, Portugal, España, como antes en Irlanda y ahora en los Estados Unidos, mueven incluso al señor Felipe Calderón a advertir que nosotros también estamos en riesgo de sufrir un coletazo. Que dejarían de llegar inversiones. Y que por el contrario, podrían salir muchos capitales.
Con ello, sólo para empezar, nuestra moneda se depreciaría en relación a otras divisas internacionales.
Y las tasas de interés se irían otra vez al cielo.
Sucede todo esto por la intensa cohesión que existe entre los mercados globales, lo que implica que una crisis desatada en cualquier lugar del planeta tenga inmediata influencia en la economía de cualquier país, primero por el lado financiero y luego formando parte de la economía real de todos los individuos que la conformamos.
Así, la de hoy ya no es un “catarrito”, como nos dijera hace tres años el nada acertado “doitor” Carstens. Hoy ya es una verdadera epidemia mundial, como aquella del A H1 N1 que nos mantuvo a todos encerrados en nuestros propios miedos.
Porque esta crisis económica iniciada en 2008 se originó en Estados Unidos y de ahí se extendió a muchas naciones, sobre todo a aquellas que se consideran a sí mismas cual desarrolladas. Y ahí sigue, en los Estados Unidos.
Dicen los expertos que entre los principales factores causantes de esa crisis que aún nos está pegando a muchos estarían los altos precios de las materias primas, la sobrevalorización de las materias primas, una crisis alimentaria mundial y energética, una elevada inflación planetaria y la amenaza de una recesión en todo el mundo, así como una crisis crediticia, hipotecaria y, sobre todo, de confianza en los mercados.
Estamos hablando, pues, de la suma de todas nuestras crisis. Muchas de ellas con larga vida, pero cuyo estallido se había venido postergando artificialmente.
Y todas estas crisis, ¿quién lo dijera?, han sido por el otorgamiento de créditos de todo tipo a quienes no tenían la capacidad económica para hacerles frente. Y hablo aquí no sólo de personas que contrataron hipotecas, incluso de naciones que, como el propio Estados Unidos, se sobreendeudaron.
Algo que ahora mismo, bajo la égida del señor Calerón, está ocurriendo en México, pues Hacienda contrata débitos por doquier.
Hay quienes dicen que esta crisis es necesaria.
Que ella obligará a los políticos a ser más responsable con el manejo de los recursos de los ciudadanos, quienes a final de cuentas son quienes pagan las facturas de las medidas erróneas que se adoptan en las alturas de las administraciones públicas.
Es posible que así sea. Pero también puede ser que, como sucede siempre, los políticos y los financieros se escabullan de sus responsabilidades y culpen a los ciudadanos por no ahorrar, por no ser precavidos en sus gastos, por lo que usted guste y mande.
Si sobreviene la enorme crisis que muchos avizoran, también será aleccionadora para nosotros.
Hay que fijarse bien a quienes elegir para que manejen nuestros recursos. No deben ser los mismos que hoy nos están llevando, a ciegas, al torbellino mismo de esta nueva –a lo mejor la misma– crisis, ¿no cree usted?
Índice Flamígero: Hay observadores afirmando que esta crisis se asemeja en prácticamente todo a la de 1929 que, dicen, desencadenó la Segunda Guerra Mundial. Cruce usted los dedos porque no lleguemos a la Tercera, habida cuenta que Albert Einstein nos advirtió con toda oportunidad que la Cuarta se daría con piedras y palos. Ni lo quiera Dios…
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